Los excesos de la mente en la noche
"Agua". Escrita y dirigida por Gladys Lizarazu. Con: Graciela Araujo, Isabel Quinteros, Fernando Llosa, Carla Crespo, Emiliano Boidi, Pilar Gamboa, Jessica Bacher, Min Ko, Martín Salazar y Julián Krakow. Voces en off: Gladys Lizarazu, Natalia Krieger, Cutuli, Diego Jalfen, Naná Mitre y Gabriel Barredo. Coreografía: Gerardo Litvak. Música original: Gabriel Barredo y Emilio Haro. Realización de video: Christian Parsons y Paula Spagnoletti. Luces: Alberto Lemme. Vestuario: Julio Suárez. Escenografía: Gabriel Caputo. En la sala Cunill Cabanellas, del Teatro General San Martín. Duración: 90 minutos.
"Agua" transita el universo urbano metiéndose en dos ventanas de la jungla porteña de edificios. Esos dos ámbitos permiten trabajar dos universos paralelos, aparentemente distintos, cada uno con su problemática. En uno de esos departamentos vive una anciana con su sobrino, no mucho más joven que ella, y una empleada paraguaya. En el otro, un disc-jockey veinteñaero, de clase acomodada, recibe a sus amigotes en una fiesta y una posfiesta, con el afán de que el ruido nunca termine.
Lizarazu aprovecha estos dos ámbitos para ubicarlos en un marco común: la crisis sociopolítica argentina de fines de 2001. Unos observan a los otros, en tanto los otros ni siquiera se observan a ellos. Porque eso sería peligroso: sería darse cuenta de dónde se está parado. Y precisamente, estos jóvenes no quieren parar la fiesta y se drogan con su propia estupidez, su desprotección y esa noción del "sin futuro". La idea de la obra es interesante, aunque su resultado sea más o menos irregular. Las escenas son breves y no logran cobrar intensidad, quebrando el ritmo a pesar de las situaciones y la contundencia de algunos textos. Y el desequilibrio se produce, sobre todo, porque una de las historias está mucho más desarrollada y acabada que la otra. Eso ocurre con la relación de los viejos y su sirvienta. Allí se oculta un misterio detrás de la fachada de estos personajes perdidos, adorables y chiflados por momentos. Detrás de la excentricidad asoma la reflexión y la presencia de esta sirvienta que dice el concepto esencial de la obra: la pérdida de "la palabra", la caída de los valores y la verdad. Del otro lado, cada uno cae en una trampa: ya sea del destino, del espíritu, del entorno o de ellos mismos. Pero la acción y la dramaticidad se pierden en una trama con demasiadas aristas y situaciones que ocurren de modo no muy claro.
La puesta está diseñada en planos y subplanos, bien demarcados por la escenografía de Gabriel Caputo, que dividió el espacio escénico en una suerte de yin y yan, para delimitar estos dos universos. Asimismo, Lizarazu dotó a su historia de imágenes multimediáticas que ayudan al marco cuando se ilustran varios años de país, aunque no tienen un total aporte a la continuidad dramática; y algunos paralelos -como en el caso de la película que los chicos están viviendo y lo que están viviendo-.
El elenco es homogéneo y correcto. Pero se destacan Graciela Araujo, en una excelente composición basada, sobre todo, en el trabajo físico; y Fernando Llosa, Isabel Quinteros, Julián Krakov, Martín Salazar y Carla Crespo.
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