Los Coleman, la familia que cumple 20 años en cartel, enamoró a Viggo Mortensen y a Francis Ford Coppola y es un fenómeno del teatro argentino
Nació en Buenos Aires en 2005 y ya se presentó en Nueva York, Dublín, Barcelona y hasta en Shanghái y Sarajevo; LA NACION presenció la intimidad de una de las funciones de la pieza, amada por actores y público, que se convirtió en un hito más allá de nuestro país
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Sigmund Freud aportó su mirada psicoanalítica sobre la estructura que conforma la célula social llamada familia, donde describió tensiones, pulsiones y posibilidades, pensando en ese microuniverso como un reservorio que espeja lo macro de la sociedad. Podría pensarse que el famoso “padre del psicoanálisis” se hubiese hecho un festín al presenciar alguna de las 2159 funciones que lleva La omisión de la familia Coleman, desde su estreno en agosto de 2005.
“Es la tercera vez que la voy a ver”, dice a LA NACION una señora de cabello entrecano, que forma la fila para ingresar a la función. A unos metros, dos adolescentes reconocían que habían llegado hasta allí impulsados por una docente de literatura del colegio al que asisten, en Parque Patricios. Acaso esa conjunción de espectadores, de rangos etarios tan amplios, explique parte de este inusual derrotero escénico.
Claudio Tolcachir, autor y director de la pieza, entiende que el material va en busca de algunas líneas de pensamiento en torno a “cómo funciona en nosotros la desesperación, la inmadurez y el egoísmo”, trascendiendo entenderla como “una obra que habla sobre la disfuncionalidad familiar”, más allá que esas desavenencias insoslayables conforman un cierto estuche dentro de su narrativa.
La propuesta, todo un fenómeno del teatro nacional, sigue presentándose los viernes en la sala Timbre 4 del barrio de Boedo, a la vuelta del histórico departamento PH donde nació, que no era otra cosa que el domicilio de Tolcachir.
“Los Coleman”, como suele sintetizarse el título del material, es un extraño suceso que lleva 20 temporadas en cartel en Buenos Aires y ya recorrió buena parte del mundo, merecida performance por la profundidad de su texto y la envergadura actoral de sus intérpretes. “Aparentemente habla de una familia, pero no, se refiere a otras cosas; es como un buen Caballo de Troya para hablar de sistemas sociales y vinculares que atraviesan el tiempo y las culturas, lo cual hace que el público se sienta reconocido”, remarca el director.
Hace dos décadas, el dramaturgo encontró una forma de abordaje de quiebre, que luego fue replicada por otros materiales que también buscaron llevar a escena la naturalización del absurdo, lo cotidiano de la violencia y los silencios en torno a verdades. Un grotesco que retoma, en los modos contemporáneos, algo de aquel clasicismo insurrecto de Armando Discépolo.
El origen
“Los comienzos significaron una enorme incertidumbre y excitación. Recuerdo cuando fui convocando a cada actor para contarle que quería escribir una obra, algo que nunca había hecho. Era una gran responsabilidad llamar a los actores amigos para embarcarse en algo tan incierto”, confiesa Claudio Tolcachir, quien agrega que “los personajes fueron pensados para cada actor que lo estrenó”.
Su metodología de escritura dramática fue personal. “A veces los engañaba y les decía ‘vos solo sabés esto’, pero en realidad había otro personaje que también manejaba esa información. Fue como crear una familia a la que yo podía conocer. En esas improvisaciones no había mucho de lo que después se vio, pero sí sus voces y su manera de pensar, la cadencia del hablar”, remarca el director, quien actualmente también tiene en cartel Mejor no decirlo, la pieza con Imanol Arias y Mercedes Morán.
En “los Coleman”, lo no dicho también es la vedette. “Habla de temas universales. Es un clásico que mueve, moviliza”, afirma Miriam Odorico, una de las protagonistas históricas y quien personifica a Memé. “Durante las primeras épocas, había grupos de psicoanalistas que venían a ver la obra, se llevaban el volante de difusión y, mientras atendían a sus pacientes, iban señalando a cada personaje; creo que Claudio supo interpretar los roles en un mecanismo de familia”, dice Inda Lavalle, actriz que llegó al proyecto hace 20 años y cuyo personaje lleva su segundo nombre y su apellido materno reales, Verónica Zanelli.
La aventura comenzó en esa sala minúscula de la Avenida Boedo, a la que para ingresar había que atravesar un largo pasillo y hacer silencio, porque el propietario del departamento 3 se molestaba con el teatro que había montado Tolcachir en el living de su casa. El vecino falleció, ese PH sigue siendo un espacio de aventuras escénicas y Timbre 4 se expandió con una segunda sala en un enorme predio sobre la calle México.
“Todos los años hay gente que cumple 17 o 18 y comienza a ir al teatro ‘de adultos’. Mientras eso suceda, siempre tendremos público, porque es una gran propuesta para ser primera obra”, reflexiona Jonathan Zak, licenciado en administración de empresas, quien ingresó a la compañía seis meses después de la primera función, cumple el rol de productor e hizo algunos reemplazos en escena. La tarea fundacional en torno a la creación de nuevos públicos es un aspecto que refuerza el valor del material.
En números
De las 2159 funciones realizadas hasta hoy, 384 se desarrollaron en escenarios de 24 países diferentes. Además, La omisión de la familia Coleman fue subtitulada en ocho idiomas, participó en 54 festivales internacionales y recibió, en Argentina y en el exterior, 12 premios. 305.817 espectadores ya aplaudieron el material, una cifra muy alta para una propuesta de producción independiente y dinámica cooperativa.
Más allá de Timbre 4, en Buenos Aires fue albergada por espacios del mainstream teatral, como las salas del Metropolitan y del Paseo La Plaza. Además, la pieza recorrió teatros de Uruguay, Brasil, Chile, Bolivia, México, El Salvador, Panamá, Costa Rica, Colombia, los Estados Unidos, Canadá, Italia, España, Portugal, Irlanda, China y Sarajevo. Este itinerario hizo que varios de sus intérpretes vivieran sus vuelos de bautismo y visitaran Europa por primera vez. Eso también implica pertenecer a “los Coleman”.
Indudablemente, la internacionalidad de la obra sorprende. A pesar que el material puede ser leído como una exhaustiva pintura con ciertos guiños de la idiosincrasia local, lo cierto es que hay tópicos universales que entran en juego y permiten una lectura amplia más allá de los límites del mapeo geográfico.
“Las situaciones son graciosas hasta que te va cayendo la ficha de un montón de cosas que tienen que ver con la relación entre hermanos, una madre corrida de su lugar, el espacio de la abuela; la obra refleja a cada espectador en su propia realidad”, afirma Jorge Castaño, otro integrante de la primera hora que siempre interpretó el personaje del médico. “Llevo tantos años haciéndolo, que creo que ya me recibí”, ironiza el actor.
Así como Castaño ingresó al proyecto desde el vamos, la semana pasada se sumó Matías Marshall, el nuevo asistente de este espectáculo cuyo staff se encuentra en movimiento permanente.
Si de incorporaciones se trata, la historia de Juan Zuluaga Bolívar y su vínculo con la obra es bien particular. El actor -nacido en Colombia- la vio en una de las funciones realizadas en la gira por Bogotá y quedó cautivado por la propuesta: “Me enamoré de Timbre 4, así que me vine a la Argentina a estudiar en este espacio maravilloso”. Finalmente, las vueltas del destino lo llevaron a interpretar a Damián durante algunas presentaciones.
También Adriana Ferrer se subió al barco para cumplir el rol de Memé: “Es muy difícil hacer un reemplazo. Miriam (Odorico) me acompañaba en los movimientos para que los aprendiera y, cuando hice mi primera función, el elenco me iba llevando por el espacio”. Tanto Zuluaga Bolívar como Ferrer movieron los muebles de sus livings particulares para simular la puesta de Tolcachir y, viendo un video del material, lograron ir ensayando en la intimidad de sus casas. De eso también se trata.
Natalia Villar reemplaza, desde el año pasado, a Tamara Kiper, otra de las actrices históricas. Su rol no es menor dentro del caos familiar. “Mi personaje aporta la voz más lógica, busca organizar el desorden, pero, por momentos, también desea que todo estalle. Es la que sabe pedir ayuda al que llega de afuera, está alerta a lo que está mal en su familia, pero no puede con eso”.
Fernando Sala, quien se integró a la compañía en 2012, le da vida a Marito, el personaje que, a simple vista, expone una disfuncionalidad, aunque enarbola su verdad en medio de un contexto también enfermo: “Claudio (Tolcachir) no le quiso asignar una patología específica, pero es evidente que la tiene. Desde esa impunidad, es quien dice las cosas sin filtros; pone en palabras lo que los otros no pueden o no ven. Y también lo que sienten los espectadores”.
En tantos años, la vida fue fluyendo a medida que “los Coleman” seguían dejando su huella escénica. Hubo noviazgos, divorcios, hijos que llegaron, actrices que fallecieron. “Cuando debutamos, yo no tenía canas”, dice -entre risas- Gonzalo Ruiz, quien también forma parte del equipo desde 2005, cuando se puso en la piel de Hernán, “el remisero”. Desde 2019, interpreta a Damián, uno de los hermanos gemelos, pero, en agosto, volverá a calzarse el traje de su personaje primigenio. La pieza está viva, los roles se intercalan. “Las giras nos fueron renovando las ganas de seguir haciéndola y que nada se automatice”, reconoce.
Espectadores ilustres
En 20 años, la obra fue vista por los más diversos públicos, incluidos algunos nombres famosos. En Madrid, la actriz Marisa Paredes no consiguió butaca y, para no perderse la función, se sentó en la escalera de la platea. En esa misma ciudad, Viggo Mortensen aplaudió de pie.
A poco de estrenarse, aún cuando se presentaba en el living de la casa de Tolcachir, el director Francis Ford Coppola presenció una función y, antes de retirarse, le pidió al elenco que le firmara el libro editado con el texto de la obra.
Norma Aleandro, Marcelo Tinelli, Graciela Borges, Juan José Campanella, Lucrecia Martel, Graciela Alfano y Mauricio Macri -cuando era el jefe de gobierno porteño- fueron algunos de los nombres famosos que no se perdieron la propuesta. Curiosamente, Mirtha Legrand, una teatrera que no se pierde estreno, aún no fue de la partida. “Hay que invitarla”, sostienen los actores que forman parte del elenco actual, mientras se saludan con los que alguna vez pasaron por el staff.
Todos están listos para la producción fotográfica con LA NACION y cumplir con el ritual del café previo a la función. Luego de los aplausos finales, llegará la segunda parte del protocolo: todos se quedarán a cenar, como lo hacen cada noche.
Anecdotario
Con un cuaderno de bitácora implícito, actores y actrices tienen mucho para contar sobre todo aquello inusual que ha sucedido en torno al espectáculo. Hace 20 años, cuando terminó el ensayo general para actores amigos, la actriz Silvina Bosco le dijo a Claudio Tolcachir: “Me encantó, pero me voy rápido porque rompí bolsa hace un rato, pero no quería interrumpir”.
“Cuando fuimos a Sarajevo, ya había pasado el conflicto bélico, pero se veían las consecuencias, la destrucción. Seguramente por esa razón, en la función había un clima de algarabía, la gente entraba y salía mientras actuábamos, todo era felicidad luego de años muy duros”, confiesa Gonzalo Ruiz.
Jorge Castaño recuerda que “en una de las primeras temporadas, la asistente cortó la función porque había un hombre que se sentía mal. El público salió de la sala y se acostó al señor en la cama de la escenografía. El SAME llegó muy rápido, pero lo curioso fue que yo, que estaba con mi vestuario de médico, no podía salir del camarín porque le iba a generar al hombre la expectativa falsa que ya había llegado la ambulancia para socorrerlo”.
Para cumplir con la gira por China volaron durante tres días de viaje, casi el mismo tiempo que permanecieron en el país de destino. En el vuelo festejaron el cumpleaños de Miriam Odorico y fue tal el revuelo que los demás pasajeros los hicieron callar.
Así como en Shanghái se encontraron con el público más extrañado por la propuesta debido al distanciamiento cultural, en Dublín, luego de la función, un espectador le preguntó a Claudio Tolcachir si se trataba de una familia irlandesa.
“La obra le dio una apertura a Timbre 4 en el mundo”, entiende el productor Zak acertadamente. Así como el staff porteño cumplió con un rumbo de miles de kilómetros, también hubo elencos locales en algunas provincias argentinas y en Barcelona, ciudad donde Claudio Tolcachir dirigió a los actores catalanes.
Cuando “los Coleman” argentinos visitaron algunos pueblos de España, dedicaban gran parte del día a recorrer las calles para invitar personalmente a los espectadores. Ese vínculo iniciático hizo que, en una de las funciones, cuando Miriam Odorico salió a escena, una señora le gritara “Miriam, Miriam: ¡vinimos!”.
Una de las particularidades de la fenomenología de la pieza es que los actores originales fueron creciendo, pero, desde ya, sus criaturas de ficción se mantuvieron en la edad que marca el libro escrito hace más de dos décadas. De hecho, el guion remarca que la hija de la familia cuenta con 17 años, pero la actriz que la interpreta ya cumplió los 47, aunque tal situación no genera ruidos en la credibilidad del relato. Algo similar sucede en la obra Brujas, que lleva 34 años en cartel y conserva gran parte de su elenco original.
Palabras mayores
Cristina Maresca interpreta, desde hace 10 años, a Leonarda Coleman, la abuela de la familia. “Me cuidan y me protegen porque soy la más viejecita”, señala la actriz que derrocha simpatía y energía a la par que sus compañeros más jóvenes. “Mi personaje es la columna vertebral de la familia y genera mucha identificación en la gente mayor que viene a ver la obra”, argumenta con razón.
El rol de esa figura también despierta incomodidad y genera el planteo en torno al rol de los adultos mayores en el ecosistema social. “En un restaurante, luego de la función, una señora me encaró y me dijo: ‘¿De qué se ríe la gente?´”. En igual sintonía se expresa su compañero José Frezzini: “La gente sostiene la risa hasta el final, aunque, por momentos, no hay nada de qué reírse”.
Cristina Maresca es la cuarta actriz que interpreta ese personaje. Antes lo hicieron Ellen Wolf, Araceli Dvoskin (ambas ya fallecidas) y Silvia Daurat.
Minutos antes del comienzo de cada función, un engranaje perfecto se pone en marcha. Mientras LA NACION va cumpliendo con el registro fotográfico, cada actor aporta su organicidad al servicio del montaje. Cada cual hace lo suyo, en un mecanismo de relojería que lleva 20 años de funcionamiento perfecto. Mucho de esa intimidad se plasmará en un documental que está generando la productora audiovisual Les Mandingues.
Las localidades de La omisión de la familia Coleman se agotan rápidamente. El público sigue haciendo ebullición ante la propuesta que los actores continúan ensayando cuando sienten que algo se “automatiza”. Si el director se encuentra en Buenos Aires -dado que transcurre gran parte del año atendiendo la sede de Timbre 4 en España- también se encarga de hacer indicaciones y marcar el paso para que la cotidianeidad no “embarre” la cancha, para que no desvirtúe la idea matriz.
Para agendar
La omisión de la familia Coleman. Viernes a las 21.45 en Timbre 4 (México 3554, CABA)
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