Lola Arias: "Extraño el respirar al lado del otro"
La dramaturga, cantante, directora, actriz, cineasta, poeta y curadora Lola Airas (si, todo eso junto y por separado) desde hace poco más de año está radicada en Berlín junto a su pareja, el escritor Alan Pauls, y Remo, el hijo de ambos de unos 6 años. Durante la temporada pasada la talentosa creadora de Campo minado, esa demoledora propuesta en la que seis exsoldados de ambos bandos reconstruían sus recuerdos de la guerra por las Malvinas, estuvo trabajando en un espectáculo que estrenó el Gorki Theater que llamó Futureland. Eso fue una pieza documental de ciencia ficción con adolescentes de 14 a 18 años que llegaron a Alemania solos desde Afganistán, Siria, Somalía, Guinea y Bangladesh. En perspectiva, tanto Campo minado como Futureland, con sus historias de vida entrecruzadas, ofician de claros testimonios poéticos y políticos de esa línea de teatro documental del cual ella es referente a nivel mundial.
Entre la beca artística del escritor de El pasado y La vida descalzo y las propuestas europeas de Lola ambos creadores decidieron probar eso de vivir lejos de la casa de Colegiales. Claro que de golpe llegó el tiempo de "nos quedarnos en en casa" que modificó los planes. De los tiempos prepandémicos ahora, en charla con LA NACION, dice extrañar el silencio del público en una sala teatral, esa respiración en conjunto, "ese momento en el que los otros te ayudan a ver lo que uno no veía". Claro que la cuarentena en modo Berlín es distinta a la porteña. "La suerte que tenemos acá -cuenta luego de una extenuante jornada de Zoom- es que los niños pueden salir al parque a hacer deportes. Remo está siempre en el parque. Al principio te decían que había que estar todo el tiempo el movimiento, algo absurdo. Me acuerdo que una tarde estuvimos andando en bicicleta como una hora hasta que nos sentamos en el pasto para hacer unos ejercicios, para leer y escribir. Inmediatamente vino la policía con su camión a retarnos porque no nos estábamos moviendo. Yo le mostré el cuadernos de ejercicios de Remo y le expliqué que estaba aprendiendo a leer. Me dijeron: "Bien, hagan lo mismo pero moviéndose". Todo muy ridículo".
-Dentro de esta especie de neológica y pensando en el días después de la actividad escénica, ¿qué está pasando en Alemania?
–Se sabe que las salas estarán cerradas hasta fines de agosto, pero nadie está seguro que vuelvan a abrir en septiembre; lo cual es un escenario muy preocupante. En mi caso ahora mismo tendría que estar en Bolonia ensayando un proyecto sobre la maternidad que se estrenaba a fin de mayo llamado Lengua madre. Llegamos un domingo para hacer las audiciones y tuvimos que volver a los dos días.
-Y justo en el Norte de Italia, el peor escenario europeo.
–Terrible. Al principio nos reíamos cuando escuchábamos que podían cerrar los teatros, no entendíamos lo brutal de lo que se venía. Todo cambió. Ahora, por ejemplo, estoy probando con las protagonistas de Lengua madre vía Zoom para no quedarme en la parálisis.
-En forma paralela debe haber una reflexión sobre qué tipo de público, en qué tipo de teatro tendrá ese proyecto en un escenario pospandémico.
–Sí, es inevitable no pensar en eso. Originalmente la obra se iba a presentar en un teatro para 800 personas, ahora estamos buscando otras formas como espacios de la ciudad para grupos pequeños. Hay que reinventar fórmulas artísticas para un escenario de una pandemia que se extiende en el tiempo. Creo que es un desafío para todos. En mi caso lo importante fue salir de la parálisis, del miedo, de la frustración y empezar a hacer cosas con los medios que uno tiene para pensar qué formas podemos desarrollar que nos conecten, que nos vuelvan más solidarios y no quedar aislados. Ahora estoy armando una versión virtual para el Künstlerhaus Mousonturm, de Frankfurt, de Mis documentos, ese ciclo que hice en el Cultural San Martín como en Milán y Lisboa en que diversos creadores abrían sus archivos personales. La idea es conectar a atristas de diferentes regiones que, a la vez, están en medio de esta extraña situación global.
–Javier Ibacahe, analista de audiencias chileno, se preguntaba si liberar obras de teatro y de danza en plataformas privadas era realmente liberar teniendo en cuenta que esas grandes plataformas pertenecen a corporaciones que aplican sus propios protocolos. En esta especie de tsunami del streaming de límites difusos el Complejo Teatral de Buenos Aires subió Campo minado que vos suspendiste porque consideraste que se estaba violando derechos de propiedad intelectual.
–Es que hay varias cuestiones alrededor de esto, Cuando el Complejo nos llamó para hacer el streaming de Campo minado siempre pensamos que se iba a hacer en la página del Complejo y en la del Ministerio de Cultura de la Ciudad, no sabíamos que iba a un canal de YouTube. Al hacerlo de este modo fue bajada por otros que estaban lucrando con nuestro trabajo, por eso mi reacción de cancelar la emisión y mi decisión de subirla por otras 24 horas a mi cuenta personal de Vimeo. Todo esto es parte de una situación muy compleja en estos momentos donde los artistas estamos en un período de suma precariedad laboral. Muy distinto será el caso de Mis documentos ya que se trata de algo producido por un teatro y que es trabajo tanto para los artistas convocados como para mí. Subir obras de teatro puede ser gratis para los espectadores, pero el artista debe cobrar.
–De las obras del CTBA, Campo minado fue una de las que tuvo mayor cantidad de vistas en función del tiempo en que estuvo online. ¿Te sorprendió?
-Fue hermoso eso. Recibimos cantidad de mensajes de gentes de otros países. Ya habíamos tenido la experiencia de agotar las entradas de la sala Martín Coronado y sentimos que algo de eso se podía percibir en el online.
–Seguramente en este momento esa propuesta debería estar de gira.
-Claro, y se canceló. Todo es complejo y también es compleja la desconexión del grupo después de tantos años de vernos, es como estar atravesando un momento de separación.
-Por las particularidades de la propuesta o, como le podría suceder a cualquier otro montaje que estaba haciendo funciones, hasta sería posible que Campo minado no se vuelva a hacer…
-No quiero pensar en eso (se ríe con cierto nerviosismo). El teatro va a volver, no se puede pensar en el fin del teatro; hay que encontrar la forma… Es muy impresionante cómo a nivel mundial hubo tantas respuestas diferentes frente a un mismo escenario ante el cual es muy difícil posicionarse, saber la respuesta, el protocolo a seguir. El teatro puede tomar medidas para que exista una confluencia de espectadores en un espacio de intimidad. Hay mucho para pensar alrededor de la forma de representar, de hacer, de volver a encontrarse.
–Te está pasando con Lengua madre, que ya no sólo modificó su proceso de ensayo sino que estás indagando otra fórmula de representación que no sea esa sala para 800 espectadores.
–Es así... Hay gente que dice que el público no va a querer volver al teatro por miedo, yo pienso lo contrario: creo que habrá mucho deseo por encontrarse físicamente, de estar. La pandemia no es el fin del teatro.
-Como creadora, ¿qué extrañás, qué te duele en el cuerpo?
-Extraño la presencia del otro. El estar ahí, el ir al teatro, el ensayar, el respirar al lado del otro, esa respiración conjunta, ese oírse, el sentirse cerca. Extraño esa concentración que te dan los otros para ver, ese momento en el que los otros te ayudan a ver lo que uno no veía. Recuerdo que la última vez que vi Campo minado en la Martín Coronado lo que más me impresionó fue la espesura y la densidad del silencio que había en esa sala de unos mil espectadores...
-Es cierto, es muy perturbador el respeto al pacto, al cumplimiento del protocolo en ese rito de extrema debilidad.
-Sí, tiene algo de lo sagrado, de otro orden.
–En estos momentos cumplís otro rito: el de estar horas en modo Zoom para convencer que financien Reas. ¿Qué podés contar?
- Es una película con mujeres y trans de la prisión de Ezeiza. Estuve filmando el año pasado un taller de actuación que dicté ahí que pensamos filmar en 2021. En estos momentos estamos plena preproducción.
–Sería, por llamarla de una alguna fórmula imprecisa, una película documental.
–Por llamarlo de alguna fórmula…., como todo lo que hago (ironiza sobre sus propios pasos). Es como un documental musical. Fui con Leticia Manzur e hicimos un trabajo coreográfico con las chicas y fue muy hermoso imaginar una película en la cual lo coreográfico y lo musical tuvieran un lugar importante. Fue una forma de teletransportanos a una zona más imaginaria, de goce del cuerpo, de baile.
-Hablando de lo musical y de aquello que te teletransporta el otro día, en medio de estos días tan extraños, pude escuchar "El amor es un francotirador", el CD que grabaste con Ulises Conti. ¿Sos de escucharte, de ver lo que hiciste?
-Escucharme jamás lo hago. Me da vergüenza...
Stop. Aclaración necesaria: la obra de teatro El amor es un francotirador fue parte de un trípico que mostraba el pasado, el futuro y el sueño de un mismo personaje. "Una ruleta rusa de suicidas enamorados", como se la anunció cuando se estrenó en 2007. En una de esas tres obras Streaptease, había una bebé en escena. "La aparición del bebé implicó un cambio en mi trabajo porque significó trabajar con lo imprevisto, con el accidente, con lo real y me permitió abrir mi trabajo hacia lo vivo, hacia el aquí y el ahora" reconoció recientemente en una master class que dio para el Centro Dramático Nacional, de España. A partir de ese momento el trabajo de teatro documental se convirtió en su obsesión. En El amor es un francotirador Lola era también la frontwomen de una banda electrónica que cantaba temas surgidos de sueños lisérgicos y corazones rotos. "Voy a entrar en tu casa con un bidón de nafta / cuidado, voy a prenderte fuego", cantaba ella.
Al pedirle que pruebe volver a escuchar ese disco, que suena muy bien para tiempos de cuarentena, se ríe y agregó: "justamente hace poco revisé El año en que nací, la obra que hice en Santiago de Chile sobre la dictadura chilena. Se va a pasar la semana próxima por la plataforma de la fundación que organiza el festival Santiago a Mil (una plataforma que paga por tu trabajo) por lo cual volví a ver el video. Debo reconocer que me gustó encontrarme con ese material de personas discutiendo quien está más a la izquierda o la derecha según lo que hicieron sus padres durante la dictadura. Me reía mirándolo, pero es raro que me ponga a ver lo que hice aunque la cuarentena hace que uno esté más introspectivo, que vuelva ver a sus propias fotos en esa especie de volver sobre sí mismo. Es como hacían mis padres cuando ponían las diapositivas del ultimo viaje en esa especie de absurdo y hermoso rito del recuerdo atravesado por la constante amnesia de estos tiempos de fotografiar sin pensar sobre esas fotos, sobre esos archivos, sobre esos recuerdos...
-Tomando en cuenta que vivimos un tiempo en el cual es difícil proyectar, ¿tenés previsto presentar una obra, o como se llame, en Buenos Aires?
–La película de la que hablábamos, que se filmaría el año próximo; y luego tengo un proyecto que presentaría acá, en Berlín, y tiempo después en Buenos Aires que es sobre personas mayores. Un proyecto que fue pensado antes del coronavirus. La idea es trabajar sobre qué lugar tiene ese sector, sobre sus derechos, sobre su nivel de participación política. La idea está inspirada en la novela Diario de la guerra del cerdo, de Bioy Casares, en la que los jóvenes deciden emprender una especie de cacería contra los viejos sin saber muy bien el motivo, aunque hay varias hipótesis. O, como dice uno de los personajes, porque quieren matar lo que va a nacer, porque tienen miedo de lo que va a nacer. En esa novela hay una especie de escenario apocalíptico en el que los viejos son perseguidos y hasta asesinados por los jóvenes. Inspirada en ese material empecé a pensar en este proyecto que será como una especie de rebelión, de revuelta de las personas mayores.
-Tema que, en el panorama local con la discutidas medidas adoptadas por el gobierno porteño hacia esa población de riesgo, toma una actualidad brutal.
- Si, mi padre está en Buenos Aire, tiene 86 años y está furioso con las medidas. Y yo también. Es de una extrema marginación porque ya están aislados, ya no pueden ver a sus familias y ahora tienen que llamar a un número para saber si pueden salir a al calle a hacer sus compras…Es absurdo y es de un alto nivel de violencia y maltrato, Es considerar que no son personas con derechos por el simple hecho de tener más de 70 años. No se pude llegar a esos extremos…
Del otro extremo de la línea, en Berlín ya son las 23. Mañana Lola Arias tendrá otra larga jornada de Zoom y, tal vez, en un momento vuelva extrañar el respirar al lado del otro en una sala de teatro. Hasta que eso suceda, en medio de esta extraña realidad, ella abre su propio archivo, proyecta sus propias diapositivas en las pantallas de computadoras y teléfonos con dos propuestas que hablan de su pasado como del actual presente global. Hasta hoy a la noche, se puede ver El año en que nací, la obra en las que once artistas chilenos nacidos durante la dictadura reconstruyen un pasado de violencia extrema; y ya está disponible la versión global de Mis documentos que se inicia con el testimonio del director portugués Pedro Penim y que culminará con la cubana Tania Bruguera.
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