Lito Cruz, 27 años después
Vuelve a dirigir la obra que montó en 1974, con Héctor Bidonde y Carlos Moreno en los mismos papeles que hicieron entonces
Formalmente es una reposición. Pero es mucho más que eso. Es un sueño concretado, el reencuentro de tres amigos sobre un escenario, el rescate del trabajo del escenógrafo Saulo Benavente y, finalmente, la recuperación de un fragmento del pasado, enriquecido por los años y las vivencias de sus protagonistas. En fin, es una historia de vida.
El domingo 9 se presentará en el Actor´s Studio "El pupilo quiere ser tutor", de Peter Handke, interpretada por Héctor Bidonde y Carlos Moreno, dirigida por Lito Cruz.
Esta historia comenzó hace casi tres décadas. Tres jóvenes actores cumplían uno de sus más caros sueños: viajar para presentar en escenarios alemanes "La leyenda de Pedro", versión de "Peer Gynt", de Ibsen, escrita y dirigida por Augusto Fernandes.
La última función la realizaron en un cine abandonado de Berlín. El compromiso cumplido les permitió curiosear por el teatro local. Así tuvieron la oportunidad de ver "El pupilo quiere ser tutor", interpretado por un elenco alemán. Fue tan fuerte la conmoción que les produjo que decidieron estrenarla en Buenos Aires, allá en 1974.
Ahora vuelven a vestir exactamente los mismos personajes, pero con muchos más años encima.
Están en pleno ensayo. Uno por uno, después de cambiarse el vestuario se van acercando para charlar con LA NACION. El primero en llegar es Héctor Bidonde, que llega apuradito porque tiene que ir a una prueba de vestuario para otra obra, "Hombre y superhombre", de George Bernard Shaw, que se estrenará en octubre en el San Martín.
- ¿Cuáles son sus sensaciones al sentir nuevamente sobre el cuerpo el vestuario del tutor?
-Es muy fuerte y tan abarcativa la experiencia... Es una cuestión emocional muy honda. Una operación sobre el tiempo muy particular. Creo que el tema tiempo tiene una participación muy especial en todo esto. Son cotejos, son referencias. Es como haber podido rescatar una foto de un momento de tu vida y recrearla 27 años después. No hay un solo cambio de las cosas principales. Hay otra adecuación, nuevas ideas con respecto a algunos momentos de la obra, valorización de algunas cosas que no lo estaban, capitalización de la experiencia de todo este tiempo. Desde 1974/1977 hasta hoy, uno está embebido de ciertos humores que lo rodean, que nos hacen enfrentar las cosas de manera distinta. Es un volver a vivir y ver qué te pasa con el cotejo emocional, físico y biológico. Haber tenido la fortuna de haber hecho esta pieza hace tanto tiempo es una experiencia formidable. El proceso de haberse reencontrado con el material, con la gente, con la misma experiencia escénica de lo que pasaba entre aquella época y ahora. Creo que tiene el valor y la potencia interna para volver a capturar ese momento. Lo extraordinario es todo lo que desata la captura de ese momento, todo lo que recrea.
-¿Sigue vivo aquel personaje dentro suyo?
-Creo que hay una relación muy dinámica con ese personaje. Es desprenderse de él y a la vez recapturar algo del corazón, del alma de ese vínculo. Lo bueno fue tirar un poco de lastre. En aquel momento, como actor, tenía una cosa muy técnica. Muy enfrascado en el desarrollo y en el abordaje de lo filosófico, y la obsesividad de aquella época por la concentración, los ritmos, el desentrañamiento de los lenguajes corporales y lo que podía llegar a contarse. Curiosamente, la obra tiene contrastes que antes no aparecían. Además, ahora no estamos tan preocupados por ese juego rítmico. Estos personajes han vivido 25 años más, se cansan, padecen la peripecia, no la disfrutan. El cuerpo físico tiene voz, sonido no hablado, no articulado con palabras. Estamos más metidos en esto que en lo técnico.
-¿Qué los llevó a repetir este proceso?
-Un amor enorme por este material. La experiencia fue formidable. Después vinieron la Triple A, la bomba en el Payró cuando estaban haciendo "El señor Galíndez"... Al bajar de cartel, en el Olimpia, en el 77, nos prometimos hacerla diez veces y nunca lo concretamos. Era una confrontación con uno mismo. Hay, por un lado, un gran amor y, por el otro, un desafío para encontrar las claves del laburo, porque no tiene referencia desde el punto de vista perceptivo. Sentir que es el momento justo para hacerlo es algo maravilloso de volver a descubrir.
-¿Este tutor también quiere ser diputado?
-Mi sala, que también es mi casa, es una forma de integrar una actividad al barrio. Estoy en lista de candidatos a diputado por el partido de Luis Zamora porque es una manera de poner el hombro, pero también es una suerte de trampolín imprevisto que me da el motivo para que la gente del barrio encuentre en la sala una caja de resonancia. Después de 25 años estoy pensando en la posibilidad de hacer una producción con los alumnos. Sería el eslabón para conectar la sala con el barrio y las clases, y que los alumnos sean los voceros de ese objetivo que tengo.
La llegada de Carlos Moreno, con un overol que le queda grande y unos gastados borceguíes, es la excusa para que Bidonde parta raudo hacia el escenario de ese otro compromiso.
-¿Veintisiete años no es nada o es mucho para retomar una obra?
-En cualquier obra se sentiría. Esta es muy peculiar, porque es un lugar al que uno quisiera volver siempre. Es algo más que una obra de teatro convencional. Es una pieza a la que es importante, esencial, volver como actores y como personas. El mundo del silencio es necesario, casi religioso. Lo planeamos como un largo ejercicio de meditación y concentración que, como entrenamiento, es muy importante. Te lleva a un estado que cuesta mucho alcanzar en la vida cotidiana, distraída en otras cosas importantes. Plantea un hecho casi ancestral: la lucha eterna del hombre por sobrevivir. Lo que hace Handke es crear un código de acciones donde se cuenta toda una relación y se deja liberado al público para que haga su propio viaje.
-¿Cómo fue volver a ponerse el overol del pupilo?
-Tuve que bajar cinco kilos y tengo que seguir adelgazando. Cuando hicimos "La leyenda de Pedro", con Fernandes, además de actuar me ocupaba de la parte técnica. A mi personaje, el narrador, lo fui armando en los dos largos años de preparación. Iba incorporando cosas mientras evolucionaba. Me lo imaginé con unos borceguíes viejos, unas mediecitas, una camisa color sangre, una galera. Esos borceguíes los guardé para siempre y son los que uso ahora. Son mágicos. Me los pongo (ya tienen 30 años) y me siento el pupilo. Tengo que sentir la ropa, los zapatos. También guardé la libretita y el lapicito de aquella época. En estos 27 años, la vida me pasó y todos estos elementos son un lugar a donde uno quiere volver. Es un trabajo muy querido para mí, no sólo por la obra y la estética, sino por el personaje. Es una parte mía que armé con mis propias imágenes para contactarme con el mundo del pupilo. El querer volar y que no te dejen; el querer hacer cosas y no poder, porque hay siempre un tutor que reprime, que castiga. Es más: el mameluco también lo tengo, pero no me entra. Mejor dicho, me entra, pero no refleja la holgura de la ropa prestada. Cuando me pongo la ropa del pupilo, a mi cuerpo le pasa algo. De tal manera que cuando nos juntamos esta vez y nos preguntamos qué recordábamos, nos acordábamos de todo.
-¿Se sintió el paso de estos años?
-En un sentido, sí. No sólo como actor sino como persona. Hay una comprensión de ciertos temas, más humor y también mayor densidad. Somos dos personajes grandes y se empiezan a tocar otras cuerdas, se tiene más comprensión del mundo, se ha desarrollado la técnica. La sensación es que antes estábamos muy livianitos; ahora, al estar menos ligeritos, estamos más serios como actores.
-¿La obra superó el tiempo?
-Creo que está vigente de la misma manera que el hombre. El tema es eterno; aunque la lectura puede ser diferente, el planteo es universal. Desde que el hombre descubrió el palo, sometió al otro. De esto habla "El pupilo quiere ser tutor".
Una lectura más potente
1974 /2001
En época del estreno, la realidad social inducía a una interpretación de la obra. Ahora se impone una nueva visión por las experiencias que vivieron el público y los actores. La relación dominador-sometido tiene una carga mucho más dramática
El recuerdo del maestro
- Carlos Cavaña, integrante del grupo, tuvo guardada durante años en su casa aquella escenografía que diseñó Saulo Benavente para la primera versión. "No quería desprenderme de ella -explica Cavaña-, pero el material se deterioró y no tuve más remedio que tirarlo. Afortunadamente, guardé los diseños de realizó Saulo y además encontramos al mismo realizador que los hizo en 1974. Así que se puede decir que es el trabajo original de Benavente."
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