En esa forma de discurso que es la entrevista, siempre, unos pocos términos emergen repetidos. No porque quien pregunte apunte con intención hacia aquellos blancos sino porque el personaje abreva una y otra vez en la misma fuente. Ese latido persistirá en cada una de las respuestas, explícito o camuflado, como la foto de ese momento y ese lugar. Cuando habla Linda Peretz, pelo rojo, voz imperativa, ojos jóvenes, sus palabras se alinean detrás de dos focos, "otredad" y "recreación" o similares empezados con el prefijo "re", el de las nuevas oportunidades.
Desde hace casi cuatro años, la actriz es presidenta de la Casa del Teatro, cargo que asumió por ser la vice del director Julio Baccaro, que murió en noviembre de 2016. Poco después, en enero, comenzaría su 17ª y última temporada de No seré feliz pero tengo marido, en el Multiteatro, el unipersonal que estrenó en 2001 y recorrió América latina y España. "Fue como salir del clóset para muchas esposas que soportaban maridos sometedores y se callaban la boca", dijo la autora Viviana Gómez Thorpe a LA NACION en 2017. Para quienes fueron chicos en los noventa, en cambio, Linda Peretz es La flaca escopeta, una comedia infantil que primero fue Popeye y Olivia, con dirección de Hugo Midón, y luego continuó en la televisión y el teatro.
Otra capa generacional es la de los padres de aquellos chicos, para los que el nombre de Linda Peretz se asocia al de una actriz desenfadada y sexy, presente en películas humorísticas como Hay que romper la rutina, con Alberto Olmedo y Jorge Porcel, o Clínica con música, el debut cinematográfico de Antonio Gasalla y Carlos Perciavalle, entre muchos otros films donde participó, dirigida desde Leopoldo Torre Nilsson a Enrique Carreras. Para muchos, también, es la mamá de Tomás y la ex esposa del productor Carlos Rottemberg.
"Dejando todos los egos afuera, mi misión desde que asumí esta responsabilidad es engrandecer la Casa del Teatro. Pensé en la otredad, siempre lo hice, como cuando subo a un escenario. Estoy destinada a embellecer, cuidar y acompañar al otro: es así, mi vida es así. Me pongo en los zapatos del otro, pienso en esto permanentemente, me hace muy feliz. Asumí y me puse a trabajar: había mucha oscuridad, no me gustaba nada de lo establecido. El concepto es lo que Regina Pacini, la fundadora de la Casa del Teatro, quiso: una residencia para adultos mayores pertenecientes a la actividad teatral, eso es lo básico. Me rodeo de gente que no trabaja para sí mismo, para el bronce, sino para la Casa y que se engrandezca", dice sobre la institución que alberga en la actualidad a 29 pensionados, creada por la soprano portuguesa, mujer de Marcelo T. de Alvear, en 1938.
-¿Cuál es la situación de la Casa del Teatro?
–Crítica porque hay una deuda de 8 millones de pesos con la Afip, desde que empecé, y no podemos bajarla. Pagamos y pagamos pero no se baja, ese ocho sigue ahí. Tenemos un déficit de 500 mil pesos por mes. Aceptamos donaciones, hacer espectáculos a beneficio y todo lo que colabore. Hay muchos gastos, nos cuidamos mucho durante estos meses. Pero creo que han quedado en veremos algunas cuestiones estructurales que quedaron pendientes por la pandemia. Lo haremos cuando se pueda volver. Porque también tengo la capacidad de reinventarme, de recrearme.
-Desde 2018 no hay premios Florencio Sánchez , los que entregaba la Casa a la actividad teatral. ¿Volverán?
-No, eso no va más, no me gustaba el manejo de esos premios. Estamos creando otros, los premios Regina, que lanzaremos el 6 de enero del año próximo, el día del cumpleaños 150 de Regina Pacini, un nombre que hay que resaltar porque no se habla mucho de ella. Hicimos una convocatoria de escultores para la estatuilla. El jurado no está decidido. La creación permanente y pensar en el futuro es lo que debe caracterizar a la Casa.
Acerca de este peculiar año, reconoce que las artes escénicas están atravesando "un momento extremo, nunca vivido, en todos los aspectos, esto es hundirnos cada vez más, es un agujero muy grande para los productores, teatristas, artistas y hacedores". Por otro lado, rescata las buenas experiencias que le trajo 2020: durante el Fiba, en el verano, la Casa se asoció con Teatro Bombón, realizaron tres obras cortas y en una, actuó la presidenta ("cómo me gusta trabajar con gente joven, los artistas del Banfield Ensamble, Nelson Valente, nombralos por favor"); el grupo Artistas solidarios, organizado por Mosquito Sancineto ("un sol que ha venido a mi vida") que colabora con la asociación; la restauración de los dos murales de Quinquela Martín que están en el foyer del teatro Regina, sector hace poco alquilado al empresario Pedro Scarano quien pondrá en marcha el Complejo Teatral Regina.
Además de los premios Regina, entre otros proyectos que espera concretar, Peretz anuncia que en abril presentará sus pinturas y dibujos en una muestra. Encerrada en su casa durante mucho tiempo –solo sale para ir a la Casa del Teatro-, aprovechó estos meses para pintar todo el día. "Las chicas rotas de la pandemia" es el tema que la inspira para dibujar y pintar a mujeres en distintos tamaños y tonos shocking. "Tengo tiempo y estoy muy concentrada. Ellas, las chicas, son glamorosas y no vacías de contenido, tienen argumentos. Son cosas distintas, no opuestas. Yo soy muy glamorosa, me encanta el glamour, me critican mucho por eso pero no me importa, sigo para adelante, sé que soy profunda en muchas cosas. Eso quiero reflejar. El arte es resistencia frente a las adversidades. Si no lo fuera, Picasso no habría pintado el Guernica. Nombralo porque es mi gran maestro. O el músico Gustavo Dudamel que dirige la orquesta sinfónica juvenil de Venezuela formado por chicos de bajos recursos que él agrupó y enseñó. Todo el arte tiene que ser así, resistencia y concientización".
-¿Por qué "chicas rotas"?
-Pensé en mujeres maltratadas, golpeadas, las que no son valorizadas, el ninguneo que es malísimo, no lo voy a aceptar nunca más.
Egresada de la escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano y del Conservatorio Nacional de Arte Dramático, conoció durante esos años a varios compañeros como Alfredo Alcón, Norma Aleandro, Luis Brandoni, Leonor Benedetto y Ulises Dumont. Hermana de dos varones arquitectos, sus padres no estuvieron muy conformes con su elección pero no se lo impidieron. Eran inmigrantes de Bulgaria, judíos zefardíes que hablaban ladino y español antiguo.
-Empezaste a trabajar a mediados de los sesenta, en cine y con directores importantes: Leonardo Favio (El dependiente), Leopoldo Torre Nilsson (El ojo que espía, Martín Fierro, La maffia), el español Luis García Berlanga (Las pirañas), hiciste películas con Sandro (Quiero llenarme de ti, La vida continúa). ¿Te presentabas a castings?
-No había casting en esa época, tenía representante. Trabajé mucho y desde chica. Con Sandro, siempre hacía de novia de Ricardo Bauleo, pobrecito, estuvo sus últimos años en la Casa del Teatro. A mí me gusta más el teatro, la carne al asador. Pero como espectadora, me gusta más el cine, soy muy cinéfila. Veía muchas películas francesas, la Nouvelle vague, ese clima me gustaba, y en mi vida también viví un clima cinematográfico, de aquella época. Me gustaba muchísimo pero la vida te va cambiando. En los años 70, me volqué más al teatro. Hice Sin salida (de Dale Wasserman y dirección de Jorge Hacker), con Rodolfo Bebán en el Nacional, y varias obras en Mar del Plata. Cuando me casé con Carlos Rottemberg, a finales de los años 70, pergeñamos proyectos conjuntos. Lo primero que hicimos fue Yo, argentino, con Rudy Chernikoff, ymuchas obras como El enganche (de Julio Mauricio y dirección de Leonor Manso), con Ulises Dumont.
-¿Recordás en especial a algún director, a algún maestro?
-De todos se aprende. Pero los maestros son símbolos: para la pintura, Picasso, leo libros sobre él permanentemente; en el cine, Orson Welles, mi película preferida es El tercer hombre. ¿Actrices? Fanny Ardant.
-Sigamos con el cine. ¿Cómo la pasabas con Porcel y Olmedo?
–No lo pasaba bien, era muy prejuiciosa y muy ego, quería más y no valoraba lo que tenía. Y ahora pienso que mis padres eran divinos, qué lástima que no los tengo ahora, qué pena que no puedo hablar en ladino con mi mamá. Por suerte, algo recuperé y hablo con la presidenta de la asociación que agrupa la cultura sefardí, Cidicsef. Quiero valorizar a mis ancestros. Antes no lo hacía. Hice una película horrorosa, Juegos de verano (dirigida por Juan Antonio Serna), en la que el productor insertó partes pornográficas.
-¿Sin autorización?
-Sin permiso, quisimos hacerle juicio, no se pudo hacer, estaba muy mal asesorada… Pero no me importa, todo tiene que ver con lo que uno genera también. Nunca fui vedette sino una actriz que trabajaba de vedette.
-¿Estás enojada con esa época?
-Yo no estoy enojada con nada, no me arrepiento de nada y menos ahora. Antes me lo podía cuestionar, ahora no. Soy muy ingenua, hago las cosas con todo amor, con toda la pasión. Me mandé algunas cagadas seguramente pero tampoco importa. Lo único que me importa hoy es la salud de mi hijo y el bienestar de los que quiero, nada más. Tampoco ya me preocupa lo material, no puedo tener la cabeza en eso en este momento. Gastaba mucho, muy ego. No puedo seguir con el consumismo de antes, trato de introspectarme y saber quién soy, adonde voy, de dónde vengo.
-Olivia y La flaca escopeta fueron momentos de reconocimiento
-Sí, me dio muchas satisfacciones. Jugaba mucho con Tommy, mirábamos juntos, abrazaditos, la tele. Primero conseguimos los derechos de Popeye y Olivia pero eso duró un tiempo y después vino La Flaca. Mi hijo es un referente para mí, tenemos una relación muy creativa y profunda.
-No quiso ser actor
-No, por suerte que siguió los pasos del padre y no de la madre. ¿Qué hago con un hijo actor? Que sufre y sufre. No hay que creérsela, se sufre mucho. Y Tommy es así por naturaleza.
-¿Tenés amigos en la profesión?
-No muchos. Ahora no veo a nadie por obvias razones. Pero le rajo mucho a las reuniones egoicas, de chimenterío. No me interesa hablar del otro, no lo soporto, no quiero salir más con gente. No me meto con nadie y no me gusta que se metan conmigo. No hablo ni mal ni bien de otros, no cuenten conmigo. No lo soporto.
-Con No seré feliz pero tengo marido estuviste muchos años. ¿Cómo se sostiene un proyecto en el tiempo?
-Con mucho trabajo y mucha voluntad. Porque al principio, iban once personas y aguanté mucho; después 20, luego 50 y así... Yo armé la escenografía, pinté el cuadro del hombre que estaba en escena; y en 2016, hice dos funciones llenas en el teatro Broadway, en Rosario. Pero hoy ya es anacrónico, ya no, con esta efervescencia feminista que nos invade. Soy feminista, siempre lo fui, pero no tengo tiempo para sobreactuarlo. Como Marta Bianchi, que siempre lo fue, es muy coherente. No pertenezco a ningún colectivo, soy individualista aunque piense en el otro, trabajo mucho y no quiero la pavada, no me gusta la calle, ni los aglomeramientos, ya estuve en los centros de estudiantes en mi juventud, de izquierda y de centro, de derecha nunca. La Casa del Teatro me lleva mucho tiempo y cuando estoy en casa, miro y escucho canal Allegro (música clásica) y pinto todo el día.
-¿Te interesa la política hoy?
-Sí pero trato de ser equilibrada, critico pero sotto voce, no quiero estar en ninguna grieta, no quiero meter la pata porque te caés en la grieta y prefiero ser discreta, no hago proselitismo, no es mi personalidad.
-¿Ser la mujer de un productor exitoso, te ayudo o perjudicó en tu carrera?
-Es un mix, disfruté a mi marido con corazón y alma, y luchamos juntos. Lo conozco desde muy joven, es mucho más joven que yo, y lo acompañé en ese camino, ese es mi karma, engrandecer al otro, no protagonizar, estoy destinada a embellecer al otro. Cuando me levanto pienso en creación, acción, producción.
-¿Cuándo empezaste a enfocar la vida así? ¿Desde tu divorcio?
-Sí, sufrí muchísimo por cosas que me pasaron. Y quise dejar de sufrir, empecé a hacer meditación, estudiar Kabalah, terapias, son procesos internos muy profundos cuyos resultados no se ven de inmediato, que permiten que todo lo pasado sea un aprendizaje. Pido perdón permanentemente. Hay que crecer más allá de las edades, soy una persona grande pero tengo la energía de los treinta y me siento mejor que a esa edad, cuando sufría mucho porque tenía un ego muy grande que te hace sufrir. Como al coronavirus, hay que identificarlo para tratar de no tenerlo. La otredad es la diversidad con la que hay que convivir. Ahora soy feliz, reconozco el montón de cosas que tengo. Venimos para ser felices: Dios, el Universo, lo Superior no quiere que suframos.
-¿Querés volver al escenario?
-Ay, sí, me muero de ganas. Fue hermoso lo del teatro Bombón, me encanta rodearme de gente joven. Tengo cosas que me gustaría hacer, un unipersonal, pero no te cuento ahora, no es momento. También me gustaría que me llamaran para una película en España o en Bélgica, todo lo europeo me gusta. Lo que más me hace feliz es actuar, hacer personajes que nada tengan que ver conmigo, puedo hacer cualquier cosa, soy muy histriónica, me encanta inventar situaciones. Cuando hacía No seré feliz, me separé en el medio y, como te dije, sufrí mucho pero siempre salí airosa porque el escenario es mágico, tiene una fuerza tan grande que puede llevarte a situaciones ilimitadas de creatividad. Como en el dibujo.
-¿Cómo es tu relación con la actual familia de Carlos?
-Muy buena relación. Lo amo a mi hijo, es mi epicentro, y estar bien con sus hermanos y la madre de sus hermanos (Karina Pérez Moretto) es fundamental. Pero además, adoro a los chicos, ¿cómo puedo tener dos bebés en la casa, en la familia, y no registrarlos? Son dos angelitos, Nicolás (4) y Matilda (1). Me encanta que Carlos tenga a esos bebés porque lo quiero, él necesitaba eso. Se asustó un poco de mi edad, pero yo estoy tan bien, tan divina, que creo (golpea la mesa con la mano y se ríe) que se va a arrepentir.
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