Lía Jelín: "Hay un mandato mundial que ordena que todos tenemos que quedarnos en casa y ver Netflix"
Lía Jelín derrocha energía. A los 84 años, esta artista de vasta trayectoria tiene una agenda cargadísima de trabajo y la cumple a rajatabla: recién llegada de México, país al que viajó para ajustar una versión del boom teatral Toc Toc que no la dejó del todo conforme, se puso a trabajar intensamente en Buena presencia, adaptación de una obra escrita por Víctor Winer, en los años 80, que tiene como eje los desfases provocados por una crisis económica y que acaba de estrenarse en La Comedia.
Mientras tanto, gracias a la demanda del público, sigue en cartel Confesiones de mujeres de 30 (en el multiespacio CPM). Y están en pleno desarrollo los ensayos de No a la guita, obra de la francesa Flavia Coste que fue un éxito en París y llegará en agosto al Multitabarís, con Diego Reinhold, Felipe Colombo y Paula Kohan como protagonistas.
"Es una obra sobre el poder destructivo del dinero, pero no es para nada solemne -adelanta Jelín, quien se inició artísticamente en el selecto mundo de la danza y hoy es una directora estelar del circuito comercial-. Creo que temas densos como este funcionan muy bien cuando el público también se puede reír, como demostró con creces el caso de Toc Toc". Con esa popular obra, que acaba de bajar de cartel luego de nueve años consecutivos de suceso (la vieron más de un millón setecientos mil espectadores) y volverá en enero del año que viene, Jelín consiguió el mayor impacto de su carrera.
-Se lo habrán preguntado muchas veces ya, pero hoy, con más perspectiva, ¿cuál cree que fue el secreto de ese gran éxito?
-Me acuerdo de que Sebastián Blutrach, un productor muy experimentado, pensaba que era una obra para la temporada de verano, para dos o tres meses. Pero yo intuí de entrada que podía dar para más. Apenas la leí, sentí que el tema que trataba era brutal, que no era para nada común. Mandé a México una adaptación que había hecho Jorge (N. de la R.: habla de Jorge Schussheim, su marido) y a las dos semanas un productor de allá me dijo "venite para acá que ya tengo el elenco". Cuando la estrenamos en México, la gente se mataba de risa. Carlos Rottemberg viajó para verla y volvió muy entusiasmado. Al tiempito me llamó Blutrach y nos pusimos a montar la versión argentina. Es una obra más compleja de lo que algunos piensan. Para montarla, investigué mucho a partir de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, un gran libro de Oliver Sacks, un neurólogo humanista extraordinario. Peter Brook trajo a Buenos Aires algunas obras basadas en episodios de ese libro, de hecho. Y me di cuenta de que dentro de la obra también estaban flotando A puerta cerrada, de Sartre, y Esperando a Godot, de Beckett. Si no hay dolor, no hay humor. Eso hay que grabárselo, porque es siempre así.
-¿Todos los temas pueden tratarse con humor?
-Hay un puñado de temas que hacen mover al gran teatro, el de Eurípides, el de Shakespeare, el de Molière: el amor, la traición, la infidelidad, el poder... Y efectivamente todos admiten ser tratados con humor. Yo creo mucho en ese bombón envenenado envuelto en papel dorado que uno le suele dar al espectador. Tato Bores era un especialista en ese sentido, decía cosas terriblemente dolorosas con un gran sentido del humor. Y lo mismo pasa en Toc Toc y en Buena presencia, que tocan temas complicados, pero con mucha gracia. Eso te permite digerir mejor lo que estás viendo y escuchando. Charles Chaplin también era un maestro en ese aspecto. Un buen actor tiene que saber trabajar con el dolor, con la angustia, con la tragedia. La gente se puede reír como consecuencia de lo que les está pasando a los personajes. Nadie se hace el gracioso en Toc Toc, son personas que padecen una enfermedad. Pero igual causan gracia. Y emocionan, le llegan al público.
-¿Cómo fue su relación con Tato Bores?
-Excelente. Fue una gran experiencia trabajar con él. Yo fui la esposa de Tato en la ficción por pedido de la propia Berta, su mujer en la vida real. Antes lo había dirigido en dos espectáculos teatrales, Hello Tato y Pobre Tato, a mediados de los años 70, cuando lo echaron de la televisión. Nos hicimos muy amigos. Dirigirlo no fue para nada difícil porque era una persona muy disciplinada, muy responsable. Cuando me llamó para la tele, yo estaba un poco atemorizada. Pero él me dijo: "No te preocupes, vos me cuidaste a mí, así que ahora yo voy a cuidarte a vos".
-¿Cómo trabaja con los actores? ¿Cuáles son sus premisas básicas?
-Los actores suelen pedir seguridad, pero yo trabajo con la duda y muchos se empiezan a angustiar en los ensayos. Por otro lado, creo que la actuación no tiene como objetivo principal transmitir ideas filosóficas. Lo que necesitan los actores y las actrices es transmitir emociones, lograr que el espectador se identifique. No es lo que pensaba Brecht, pero esa es otra historia (risas). Con los años también aprendí que hay que tener mucha paciencia y que un director que no es generoso no sirve. Hay que contener a los actores porque son ellos los que se exponen. El terror que provoca subir a un escenario, aunque muchos digan que lo tienen superado, es muy difícil de manejar.
-No será fácil repetir el resultado de Toc Toc, pero además hay una merma notoria en la taquilla teatral porteña. ¿La preocupa ese estado de cosas a la hora de estrenar?
-Al margen de la crisis económica del país, las cosas se pusieron difíciles porque hay un mandato mundial que ordena que todos tenemos que quedarnos en casa y ver Netflix. Hoy, hacer teatro en Buenos Aires es como caminar en el lodo, en cámara lenta. Todo es sangre, sudor y lágrimas.
-¿Con qué proyecto soñó y todavía no pudo concretar?
-Llevé al Teatro San Martín una versión de Tito Andrónico, de Shakespeare, pero no me la aceptaron. No puedo hacerla en otro lugar porque es una obra monumental, necesita una estructura muy importante. Por ahí me encasillaron como la directora de Toc Toc y se olvidaron de todas las cosas que hice antes, muy diferentes, muy arriesgadas: El gran soñador, Noveno B, Viet Rock...
-Las mujeres están viviendo ahora una época muy especial, llena de reivindicaciones. ¿Se siente identificada con ese contexto?
-Las cosas eran más difíciles para nosotras cuando yo era joven. Pero en aquellos años yo me llevaba mejor con los hombres que con las mujeres, la verdad es esa. Y también debo decir que hoy tomo con pinzas algunas cosas del feminismo. A veces, detrás de un movimiento tan rígido, se esconde la represión. Eso no me gusta mucho... Está claro que la mujer no debe dejarse avasallar y que tiene que luchar por sus objetivos. Pero noto algo medio mormón en algunas consignas. Demasiada rigidez. El amor y la seducción son parte de la condición humana. Sí acompaño el reclamo de la interrupción voluntaria del embarazo. La mujer tiene derecho a decidir.
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