Estudió Biología, fue maestra de grado y tembló en su primera clase con el método Stanislavski; ahora como directora de la puesta Aurora trabaja, en el Cervantes, la actriz revisa el vínculo sentimental con sus exmaridos, Antonio Grimau y Patricio Contreras, y revaloriza a sus colegas que expresan sus opiniones partidarias “sin doble discurso”
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En todas las áreas de la vida existen instituciones. Personas que, por experiencia, edad, oficio e intelecto, no sólo conocen todo sobre su profesión, sino que por cada tópico, tienen una anécdota. Estuvieron ahí, nadie se los contó; protagonizaron, sufrieron, gozaron, amaron. Y Leonor Manso es una digna representante de tal descripción. Actriz de culto que supo reversionarse las veces que quiso y siempre con brillo, directora de teatro con la metamorfosis suficiente para autogestionarse junto con sus colegas de ruta o poner en pie propuestas ajenas, y visionaria con la humildad de, por ejemplo, ir a buscar en 2006 a un joven y talentoso Luciano Cáceres para que la dirija en esa emblemática puesta que resultó ser 4:48 Psicosis en el teatro El Kafka.
Todo eso en cuanto a lo artístico. En lo privado, Manso también es una mujer que lo vivió todo: el éxito, el reconocimiento, el dolor absoluto por la pérdida de un hijo, la dictadura y hasta lo inesperado, una pandemia. Y ahí está, después de haber estrenado la obra Aurora trabaja, que dirige en la sala Orestes Caviglia del Teatro Cervantes, sentada frente a LA NACION, entusiasmada otra vez por algo que ya hizo infinidad de veces, como una entrevista. Erguida, con una sonrisa y con sus manos que reubican constantemente su taza de café en la mesa, sabe que la charla la llevará, aunque no de modo cronológico, por casi todos los rincones de sus plenos 75 años.
– ¿Qué la entusiasma más, estrenar en el Cervantes, el elenco qué armó o la historia que cuenta?
– Viéndolo así, diría que todo. El Cervantes es uno de los teatros más lindos del país. Y el libro me llegó por una productora y me interesó mucho. A su autora, Mariana de la Mata, no la conocía, pero empaticé rápido con la temática; cómo en la sociedad aún la mujer tiene un lugar muy por debajo del hombre. Me gustó cómo está representada esa relación. Tiene algo entre poético y metafórico. Y el elenco lo elegí yo a partir de aceptar dirigirla. Con los mellizos Juan y Mariano Garzón tengo un vínculo casi desde que nacieron, los quiero mucho. Con Ingrid Pelicori somos muy amigas y Paloma (Contreras), además de ser mi hija, es la actriz ideal para el papel de Aurora. Completa Gabo Correa, que tiene mucho recorrido.
– ¿A la hora de dirigir, no es más complicado tener un vínculo sentimental con el elenco?
No, porque más allá de la relación que uno puede tener, son muy buenos profesionales, que entienden mi rol y facilitan las cosas. Paloma nunca me contradice porque soy su mamá y tampoco se siente con más derechos que otros. Tal vez yo a ella le podría decir algo con menos cuidado, pero al salir del ensayo. Y con los otros actores mantengo las formas. No es un problema que nos conozcamos hace años.
–¿Qué aportan como actores Juan y Mariano Garzón?
–Resultaron ser los mejores actores que podría tener para esos roles. Son muy obedientes y, cuando tuvieron en claro la letra, le agregaron cosas suyas. Ellos tienen una persona que los cuida [los mellizos, de 35 años, son hijos de Alicia Zanca y Gustavo Garzón, y nacieron con síndrome de down], que es quien los trae al teatro, los lleva, etcétera. Y cuando uno de ellos empezó a mover la cola, como burlando al personaje de Gabo, la cuidadora le dijo que eso no se debía hacer, que era una falta de respeto. Yo la frené y le dije: “Acá la directora soy yo. Que haga eso y lo que crea que le puede aportar a su personaje, que los dos hagan lo que sientan”. Hay muchas cosas que no estaban marcadas y ellos se las agregaron, con un resultado genial. Además, disfrutan de lo que hacen y eso me hace inmensamente feliz. Seguramente su mamá los ve en cada función.
Siempre es hoy
La sabiduría de algunas personas reside en aceptar hechos, reconocerse en tiempo y espacio y no añorar épocas que por más que se las recuerde con cariño, no van a volver. Y Leonor Manso pasa de esa nostalgia, aún cuando tiene hitos como para recordar. Desde la icónica película Made in Argentina junto con Luis Brandoni, Patricio Contreras, Marta Bianchi y Hugo Arana; hasta La Mary, con Susana Giménez y Carlos Monzón o Boquitas pintadas, con Alfredo Alcón y Marta González.
“No tengo esa añoranza con respecto a lo profesional. No soy de recordar todo lo anterior con más valor que lo actual. De hecho, hay muchas cosas que no me las acuerdo. Para mí lo mejor es la obra que estoy haciendo ahora y la gira que haré con Cae la noche tropical a fin de año, por el resto del país. Claro que lo que hice tiene su valor y me genera sentimientos, pero no soy de querer volver el tiempo atrás”.
–Muchos actores de su generación no aceptan estar con colegas jóvenes, que no estén a la altura de su cartel.
–No es mi caso. Me gusta mucho trabajar con gente joven y aprendo mucho de ellos. Nadie tiene la vaca atada. El teatro es muy dinámico porque es un hecho vivo; las nuevas generaciones lo van modificando y está bien que suceda. No se puede congelar el arte y seguir atada a libritos de hace 40 o 50 años.
–Hablando de años atrás, ¿qué recuerda de su infancia en Villa Ballester?
–Recuerdo con mucho cariño a una vecina que se llamaba Doña Aurelia. Una mujer hermosa, que era como una niña. Todas las tardes íbamos a jugar con los chicos del barrio a su casa, que tenía un jardín hermoso y grande. Ella tenía mucha imaginación y nos divertíamos mucho, actuando y creando historias. Otra época, otra Argentina. A los ojos de hoy, creería que jamás sucedió, como si fuera un realismo mágico.
–¿Desde chica quiso ser actriz?
–Yo jugaba mucho y fantaseaba, todo de manera didáctica. Pero el que estudiaba actuación con Marcelo Lavalle era mi primo, Roberto Castro. Y como éramos muy compinches, lo seguí. Yo era muy tímida y estaba convencida que no servía para la actuación. Después cuando le tomé el gusto, me cambié a la escuela de Juan Carlos Gené, quien fue el primero que me habló del método Stanislavski. Recuerdo que, en una de sus primeras clases, Gené me preguntó “¿Qué le pasa que tiembla tanto?”. Le respondí: “No sé, le tengo miedo” (sonríe).
–Paralelamente a la actuación estudió Biología.
–No me consideraba buena para la actuación, entonces empecé a estudiar Biología. Hice dos o tres materias, nada más. Mi generación era muy cientificista, todo era desde la razón. Y el profesor, en la primera clase, antes de arrancar con los temas, nos dijo: “El que esté acá para entender el origen de la vida, el por qué y el para qué, se equivocó de carrera, tiene que ir a Filosofía”. Ahí me dije: “Es cierto, me equivoqué”. Dejé y empecé Filosofía, pero la actuación me captó por completo y dejé.
En las aulas
–¿Tuvo otro trabajo que no fuese la actuación?
–Sí, fui maestra de grado en dos colegios, uno en San Martín y otro en Villa Ballester. En esa época, las maestras dábamos todas las materias. La verdad es que no era muy estricta. No creo que hayan aprendido mucho conmigo los chicos. Los hacía jugar, crear. Todo era a través del juego teatral. Fue mi único trabajo por fuera de lo actoral. Una bendecida.
–Dicen que los actores, hagan lo que hagan, son futuros desempleados.
–La vida del actor no es fácil. Eso de ser un constante desocupado es cierto. Hagas el trabajo que hagas, muy exitoso o no, cuando termina, vas a estar desocupado. Lo que pasa es que uno ya tiene esa dinámica y va proyectando lo que sigue. Y si lo que hacés es muy exitoso y te rinde económicamente, tal vez proyectes con más tiempo, pero ninguno de nuestra generación se deja estar. Es nuestra forma de ser.
–¿Qué opina sobre lo que hizo Pablo Alarcón, de hacer teatro a la gorra por falta de propuestas laborales?
–Pablo Alarcón me generó mucha ternura. Lo amo. Hemos trabajado mucho juntos. Lo que hizo habla de su valentía como hombre. Que se le haya ocurrido eso, muestra lo diferente que es como persona y actor. Tengo que ir a verlo.
–¿Cómo maneja su ego?
–Nunca me hice cargo de quién soy en el teatro. El ego no es algo con el que lidie mucho. No me interesa. Sí me interesa rendir, hacer un trabajo digno, que el espectador disfrute. El éxito desmedido se disfruta mucho. Lo tuve, me enorgulleció y todos felices. Y cuando la cosa no funciona, no pasa nada, se sigue. El actor tiene que estar preparado para una platea de mil personas ovacionándolo de pie y para un público de diez. Si son muchos, bienvenidos, y si son pocos, muy valiosos. Frente a esos diez, más que nunca hay que salir al escenario y dejarlo todo.
–Los premios confunden a algunos.
–No debería. Son un reconocimiento a lo que uno hace. Te premian por trabajar bien. Es lindo. Yo no sé qué hacer con tantos fierros. La vez pasada le pregunté a mi hija: “¿Qué hago con todo eso? ¿Una vitrina?”. No sé, son muchos. Los premios también te van reconfirmando el camino, te muestran qué personajes pegaron y cuáles no. Son una guía. Lo que sí: nunca trabajaría para un premio.
–¿Cómo vivió las últimas semanas, a nivel político?
–Fue una locura. A veces uno cree haber visto todo en su vida y pasan cosas que aún sorprenden. Yo soy muy política, sigo de cerca lo que pasa en mi país, no tengo una actitud partidaria ni me verán hablando en la televisión de mi ideología, pero me informo y me preocupo. Siento que los políticos están completamente desquiciados. Hacen cosas sin un criterio. Y me sorprende que con esta inflación y el nivel de inseguridad con el que vivimos, el pueblo no reaccione. Estamos todos adormecidos. Impera la resignación, sabiendo que el que asuma, poco podrá hacer para cambiar las cosas.
–¿Fue a votar?
–Por supuesto. La política es fundamental en la vida y a la democracia hay que cuidarla y disfrutarla. Yo la pase muy mal en los años 70 con la Triple A, por eso defiendo la democracia. Una vez me llegó una carta que decía que si en 48 horas no estaba fuera del país, me mataban. Lo leí con mis propios ojos, no me lo contaron. Pero no me escondí. Seguí mi vida normal. Fue en la época de [José] López Rega. En la dictadura también fui perseguida, pero siempre tuve carácter fuerte, una carta con una amenaza no me iba a cambiar el pensamiento. Necesitaban mucho más para asustarme.
–Dijo que no saldría en televisión hablando de política. ¿Qué le genera ver a sus colegas pelearse en cámara?
–En algunos casos, admiración. Porque sé que no hablan por intereses personales, sino porque creen en sus convicciones. A Brandoni lo amo porque es un valiente. Sale a su edad a decir lo que siente, sin doble discurso. Es un actor honesto y sé que no tiene ninguna necesidad de seguir peleando, pero ahí lo ves, en cada elección, en los momentos más críticos del país, dando su parecer.
–En muchas de sus respuestas pronunció la palabra amor. ¿Cómo lo vive a su edad?
–En este momento no estoy en pareja, pero el amor a mi edad es mucho más que una pareja. Amor a los hijos, a los amigos, a los exmaridos, quiero mucho a mis dos exmaridos (Antonio Grimau y Patricio Contreras) y sé que ellos también me quieren mucho. Nos vemos, nos acompañamos; seguimos siendo una familia. También amor por el trabajo, por el hogar. Sin embargo, siempre estoy abierta al amor. Si viene alguno al teatro con flores y con algún interés personal, se verá. Siempre con cuidado, obvio, hay cada loco por ahí...
Para agendar: Aurora trabaja, de jueves a domingos a las 19.30 h, en el Teatro Cervantes.
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