Leonor Benedetto: por qué no aceptaría un cargo político, qué enseñanza espera dejarle a sus nietas y cómo se reconcilió con Rosa de lejos
A días de reincidir como directora teatral con la obra ¿Todo bien?, la actriz opina sobre el especial momento político que se vive en el país, fruto de las alianzas por el balotaje
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Leonor Benedetto acaba de cumplir años y de recibir un mensaje que le llamó la atención. “¿Cómo puede ser que sigas trabajando a tu edad, Leonor?”, le dejó en el buzón de su celular su hermana menor. La pregunta, que se infiere cariñosa, hoy le despierta una reflexión. “Porque es así como quiero seguir viviendo hasta el final, creando, expresándome y contactándome con los seres humanos a través del arte”, sostiene.
Y como la actuación parece no alcanzarle, y la escritura tampoco (aunque no merme el reconocimiento por su protagónico en la obra Perdidamente y sus crónicas sensibles de los domingos en Instagram), la actriz/escritora volverá a calzarse el traje de directora. Ya se lo había probado en el 2006 cuando dirigió el film El buen destino. Y en el 2013 y en el 2017, cuando se encargó de las puestas de Otros de nosotros y Negro y Rosa, ambas obras del periodista, novelista y dramaturgo Carlos Ares. Ahora reincidirá con un texto de Ares, ¿Todo bien?, que llegará al escenario del Cine Teatro El Plata –la última sala en incorporarse al Complejo Teatral de Buenos Aires, ubicada en Mataderos– el próximo jueves 9 de noviembre a las 19.
–¿Qué tipo de directora sos? ¿De las que se ocupan más de la puesta o del trabajo de los actores?
–Yo devengo directora desde la actriz, así que me gusta mucho ocuparme de los actores y brindarles todo el espacio que se merecen. Me gusta decirle a un actor: “¿Cómo te parece que es esto?”. Creo que lo que el actor hace en escena parte de una historia que es algo ya escrito por alguien, de algo leído por un director y luego de algo decidido por el director de actores; de tal manera que al actor le queda un espacio muy pequeño para su propia creación. No puede decir lo que se le da la gana, no puedo hacer lo que quiera, lo único que le queda es negociar con el director y decir “a mí me parece esto y esto”, y si el director no es necio tal vez llegue a un acuerdo. A mí me gusta mucho cuando el actor pone lo suyo y lo que prima no es el ego furioso sino la pasión que pone en su actuación. Cuando esto ocurre la obra tiene que salir bien.
–¿Podríamos decir que te convertiste en directora para hacer justicia por todos los actores?
–Sí, puede ser. Cuando dirigí la película El buen destino me pasó algo muy peculiar con Gabriela Toscano. Yo quería que hiciera algo y ella se resistía, así que llegó un momento que le dije: “Ok, hacé lo que quieras”. Y lo que hizo fue infinitamente mejor que lo que yo tenía en la cabeza. Si me ponía terca con mi marcación me iba a perder una escena fenomenal como la que ella hizo. Por eso creo que hay que trabajar con actores a los que uno les tiene confianza, y abrirles el corral para que hagan gala de toda su creatividad. Eso es lo que yo me propongo como directora, fundamentalmente en el teatro.
–¿Has vivido en carne propia eso de que un director te marcara excesivamente y no te permitiera ser creativa?
–Sí. Es una mala costumbre de algunos directores. Por eso hay que ser muy cuidadoso cuando se cumple el rol de director, porque estás siendo casi como Dios: inventando una realidad que no existe; y es ahí cuando interviene el sentido estético, el ético y el conocimiento de las palabras. Cuando olés que un actor es bueno, inteligente y medianamente culto para darse cuenta que eso que está ahí, desordenado, puede devenir en una cosa interesante para el público, hay que darle todo el espacio necesario para que participe del proceso creativo. Aunque un director pueda parecer Dios y estar por encima del resto del equipo, el trabajo creativo siempre es grupal.
–¿Te has ido de alguna obra por algo así?
–Sí, pero no debido a un director sino a un actor. Teníamos que actuar una escena de violencia y a este actor se le había ocurrido que tenía que ser algo muy real. En los ensayos me previno que lo que estábamos haciendo no era lo que iba a suceder sobre el escenario, que cuando me tuviera que pegar lo haría en serio, y si le tocaba ahorcarme, también lo haría al extremo. Yo le dije: “Has hecho bien en avisarme porque no lo pienso aceptar”. Y me fui.
–Esta es la tercera obra de Carlos Ares que dirigís. De hecho no has dirigido ninguna otra que no sea de él. ¿A qué se debe esta exclusividad?
–Somos amigos desde hace muchos años. Él me pasa sus obras y acepta que se las de vuelta, que las ponga patas para arriba. Es decir, me otorga total libertad para que haga lo que quiera. Y eso me encanta. Me interesan los temas que tratan sus obras. Otros de nosotros se ocupaba de la inmigración y la gente que escapa de un país por la guerra, la política o la economía. No podría dirigir una tontería de esas que se les llama “para entretener”. Lo haría, llegado el caso, pero sin el placer que me provoca un tema interesante, como también lo tenía Negro y Rosa, donde el Negro Fontanarrosa –en sus últimos días de vida- mantenía un diálogo imaginario con sus personajes. ¿Todo bien?, la tercera obra de Carlos que estoy dirigiendo ahora, es acerca de una pareja dominada completamente por la tecnología. Todos estos temas son el motor de mi vida.
–¿Realmente la tecnología te interesa tanto?
–Sí. Es un tema que me interesa muchísimo, sobre todo porque en los fanáticos de la tecnología se anula todo lo demás. El fanático tiene una parte de su cerebro funcionando, podríamos decir la intelectual, pero la otra, la emocional, donde habita el amor, por ejemplo, la tiene bloqueada. En situaciones exageradas, te diría que esa persona ni siquiera sabe amar, no conoce cómo hacerlo, le es imposible. Obviamente se están perdiendo una parte maravillosa de la vida. Me interesa reflexionar sobre eso.
–¿Cuál es, concretamente, el argumento de ¿Todo bien??
–La obra está centrada en dos hackers, un hombre y una mujer, que desconfían el uno del otro. Cada uno piensa que está siendo espiado por el otro desde su computadora. Pero no es eso lo que más me interesa del argumento sino lo que les pasa cuando se juntan; a él, sobre todo, que no entiende lo que le ocurre y que es una furibunda atracción por ella. Claro, para él algo así es completamente nuevo, fíjate que cuando dice que se reúne con amigos en realidad se trata de una reunión virtual, a través de las pantallas, y desde distintos lugares del mundo. No tiene la cultura de las relaciones presenciales, que implica el estar, el mirar y el tocar a otra persona. Y si bien lo que cuenta ¿Todo bien? es una ficción, no deja de ser cercana a la realidad y funcionar como una alarma sobre a dónde nos estamos dirigiendo.
–¿La obra se adentra en el advenimiento de la inteligencia artificial? ¿Te preocupa su crecimiento y sus posibles consecuencias?
–Algunos opinan que la inteligencia artificial puede terminar con el mundo. Y no lo puedo negar si pienso que hace menos de 100 años Einstein descubrió la fórmula de la descomposición del átomo y eso resultó en la bomba atómica. Siempre la humanidad ha tenido mucho temor a los nuevos adelantos. Cuando apareció el cine se pensó que iba a terminar con la radio y cuando apareció la televisión se dijo que mataría el cine y que todo mataría el teatro; sin embargo, el teatro está más vivo que nunca. Mi arriesgada conclusión es que el ser humano extiende su necesidad de saber mucho más de lo que podemos imaginar. El tema es ético, por supuesto. ¿Qué hacemos con el nuevo descubrimiento? Yo no creo que corramos un gran peligro con la llegada de la inteligencia artificial porque en algunos aspectos es indudable que no podrá reemplazar al ser humano. Yo puedo amar y sentir porque tengo emociones, un artefacto no. Y aunque algunas personas quieran convertirse en artefactos, no van a poder. Bien usada, la inteligencia artificial podrá hacer mucho por todos nosotros, pero no reemplazarnos. De todos modos, mi inteligencia en el punto es limitada respecto de esos grandes sabios que están advirtiendo de los peligros del exceso de tecnología o a dónde puede llegar todo esto.
–En definitiva, no le temés a la inteligencia artificial.
–No, para nada. Pero yo soy loca (risas). Prácticamente podría decir que no conozco el miedo. Ni siquiera tuve miedo al momento de los partos. No me pasó eso en que incurren muchas mujeres, en competir a ver quién sufrió más. Yo fui a mis partos con una confianza alucinante. A mi me pasa algo bastante inusual: confío en la naturaleza y en el misterio. Porque, ¿qué es la vida? ¿Alguien realmente sabe cómo se gesta un niño dentro de una mujer? Sabemos, teóricamente, que esto se junta con aquello y luego algo se empieza a multiplicar, pero de verdad no sabemos cómo se produce la vida. Es un misterio. Y yo me entrego fácilmente al misterio, no le tengo miedo. Por eso, vuelvo al tema, estoy totalmente a favor de la inteligencia artificial. Pero, claro, en manos de gente inteligente que la use para el bien.
–¿Cómo te llevás en tu vida diaria con la tecnología?
–Bien, pero no soy para nada esclava de ella. Tal vez podría usarla más, pero no se me da por el momento. Por ejemplo, cuando escribo, lo hago en formato manuscrito, en un cuaderno; después leo y releo lo que escribí hasta que mi cabeza cambia de lugar los pensamientos que he escrito. Hay gente que hace todo eso con la computadora. Yo recién la uso al final, para pasar todo en limpio. Sigo prefiriendo un libro físico a un e-book. De todos modos, te aclaro que uso computadora desde hace 30 años, desde que aparecieron. Pero no la uso en todas sus capacidades, prefiero el trabajo más artesanal.
–¿Creés que la distribución de la tecnología podría terminar con la desigualdad social?
–¡Qué mierda va a terminar con la desigualdad! Es un cuento que hacen los gobiernos, eso de llevar computadoras a los colegios y tirarlas en las aulas… ¡Si los chicos no saber ni leer ni escribir! Creo que es al contrario, esto produce mayor insatisfacción y desigualdad; pero de esto no tienen la culpa ni la tecnología ni las computadoras. Ni los chicos, claro. Sino de los que manejan el poder.
–Volviendo a ¿Todo bien?… del elenco participa Carlos Ares. ¿Cómo es dirigir al autor de la obra?
–¡Horrible! (risas). Es muy difícil para alguien que ha trabajado tanto en un texto adecuarse a una idea diametralmente opuesta a la suya, a la concebida originalmente. Porque, como ya te dije, yo suelo darle vuelta completamente sus obras. A esto se suma la complicación de que él no es actor, así que por ahí tenemos desencuentros sobre cómo deberían ser ciertas escenas. Pero a mí no me importa nada, se hace todo como digo yo y él se lo termina bancando. Él interpreta al padre del hacker varón, aparece como si fuera una suerte de holograma. Me imagino que está muerto de terror por su debut como actor, pero lo hace muy bien.
–¿Qué importancia tiene para vos, una actriz tan popular, trabajar en el Complejo Teatral de Buenos Aires? ¿Lo vivís como un reconocimiento a tu carrera?
–No, no me importan los reconocimientos. Lo digo en serio, yo no careteo. El verano pasado gané el Estrella de Mar por Perdidamente y tampoco me importó. Los premios y los reconocimientos no me parecen gravitantes. Un premio es sólo una opinión, no es otra cosa; y en general no me importa mucho la opinión de la gente. Me debe importar la opinión de cuatro o cinco personas, no más. Sí me encanta ver una sala llena y que la gente viva diferentes sensaciones y se emocione ante el cuentito que les estamos contactos.
–De todos modos pocos saben que prácticamente debutaste en el teatro insignia del complejo, en el Teatro San Martín, en 1969.
–Exacto. ¿Cómo lo sabés? Yo empecé con prestigio, en la televisión, haciendo Espectros, con Alfredo Alcón y Milagros de la Vega (dentro del ciclo Teatro Universal de Canal 7). Y luego pasé al San Martín, donde integré el elenco de La Pucha, de Oscar Viale, junto a Luis Brandoni, Jorge Rivera López, Walter Santana, Julio De Grazia y Marcos Zucker. No creas que me llamaron por mi talento, necesitaban una chica joven y linda, nada más. Pero fue una buena experiencia.
–Para algunos el inicio de la cuarta edad es la antesala de la muerte. Para vos, en cambio, es claramente una etapa de expansión creativa. Protagonizás un éxito de la escena comercial, miles de lectores siguen tus crónicas en Instagram y ahora reincidís como directora teatral. ¿Se avecina algo más en el planeta Benedetto?
–Yo creo que mientras esté viva van a seguir avecinándose cosas, sobre todo por el lado de la escritura. Actualmente le estoy dando forma a un monólogo que circula por mi cabeza, que se convertirá en un unipersonal autobiográfico. No podría jurar que en él diré la verdad y sólo la verdad de mi vida porque yo miento bastante. Reproducir la realidad tal cual ha sido me parece una tarea imposible y poco interesante. La mentira, en todo caso, no sale de la nada; es un hecho creativo, por eso me la permito siempre. También tengo proyectado dirigir el espectáculo El café del señor Proust, basado en las memorias de la ama de llaves de Marcel Proust, que protagonizará un actor argentino radicado en Italia.
–¿Te queda algo pendiente, algo que te falte experimentar?
–No lo he experimentado todo, obviamente. Pero conozco casi todo el mundo. Cuando he deseado conocer un lugar de repente me ha salido un trabajo allí o un festival cinematográfico. Soy de las que cuando desean algo se les cumple. Hoy mi deseo pasa por otro lado: por encontrar un código de entendimiento para nuestro país. Pongo todo mi foco en saber cómo puedo hacer para que el estado de la gente de mi país sea mejor. Y la única respuesta que encuentro es hacer lo mío con excelencia. No hay otra cosa con un tinte realista que yo pueda hacer.
–¿No se te ocurrió acercarte al mundo de la política?
–Me interesa muchísimo el mundo de la política, pero más como filosofía que como un campo para ejercer la práctica. Jamás ocuparía un cargo, lo sentiría como una jaula, y mucho más cuando aparece la obligación de pensar de una determinada manera. La militancia es una esclavitud, yo sé que algunos se asombran cuando digo esto, pero si yo tengo que obedecer a un partido y aceptar que me digan a quién votar me sentiría anulada como persona; sobre todo si tengo que votar a alguien a quien no siento que tenga que votar.
–¿Sentís que eso es lo que está ocurriendo ahora, después de las alianzas que han hecho los partidos de cara al balotaje?
–Sí, exactamente, pretenden llevar a la gente al cuarto oscuro como manadas. Yo me rehúso absolutamente a formar parte de esa manada. Si aquel que me produce simpatía me propone a alguien que me parece bien, encantada lo aceptaría. Pero si me proponen a alguien con el que pienso diametralmente opuesto y me bajan una orden para que lo vote, no, no señor. Si acepto esa imposición pierdo, dejo de ser una ciudadana libre. Ese es el riesgo que se corre hoy ante la próxima elección. No dejaré de votar, no, pero tampoco votaré como algún otro pretende que lo haga.
–¿Tenés esperanza en las próximas elecciones?
–Como yo soy una maniática del significado de las palabras no puedo dejar de decirte que creo que esperanza arrastra espera; y me parece que en este momento hay que vivir sin esperar, hacer lo que podamos individualmente para mejorar la situación sin esperar que la nueva dirigencia nos resuelva la vida. Creo mucho en el individuo y que todos debemos ser respetados. No veo a nadie en este momento que tenga el impulso y el deseo de generar la felicidad de los demás. Y me da mucha lástima que eso ocurra. Yo sí me ocupo de la felicidad de mi entorno, es que a mí no me puede no importar lo que quiere y necesite el otro. Hoy me importa ocuparme de mis nietas. Pienso en el futuro, en cuando yo no esté y les pregunten: “¿Y cómo era tu abuela?”.
–¿Y qué te gustaría que tus nietas respondieran?
–Me gustaría que digan algo que se aproxime a lo que realmente soy, en qué las ayudé y cuál fue el ejemplo que les dejé. Me encantaría que confirmaran que conmigo aprendieron a ser libres y a la vez respetar a los demás; a no tener miedo y sin embargo ser cuidadosas con sus vidas.
–Y más allá de tus nietas, ¿cómo quisieras ser recordada?
–Sé que artísticamente seré recordada por Rosa de Lejos y ya no me rebelo ante eso. Hace relativamente poco que me di cuenta de la gravitación de aquel programa y de lo que había significado para las mujeres. Yo odiaba salir de un teatro después de haber hecho un gran esfuerzo sobre el escenario y que me murmuraran al oído “pero qué bien estuviste en Rosa de Lejos”. ¡Pero la puta madre!, decía. Hoy entiendo bien por qué me lo decían: la tira demostró que una chica inocente y víctima de las circunstancias podía convertirse en una mujer con estima y futuro. Eso ayudó y mucho a mejorar la autovaloración de muchísimas mujeres en la Argentina. Después, metafóricamente, me gustaría ser recordada como una persona que tenía una linterna y decía: miren, es por aquí. En fin, como una mujer que iluminó el camino.
PARA AGENDAR: ¿Todo bien?, de Carlos Ares. Con Juan Manuel Correa, Micaela Sol Bruzzone y Carlos Ares y dirección de Leonor Benedetto, tiene funciones jueves 9 y viernes 10 a las 19; sábado 11 y domingo 12 a las 17; y sábado 18 a las 17 en el Cine Teatro El Plata (Av. Juan Bautista Alberdi 5765, Mataderos). Entradas: en las boleterías del complejo y a través de www.complejoteatral.gob.ar
Agradecimiento: Hotel Esplendor by Wyndham Buenos Aires Tango.
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