El actor que hoy brilla en Mamma mia! junto con su amiga Florencia Peña le contó a LA NACIÓN cómo superó contra todo pronóstico un trance de salud que le cambió la vida y recordó cómo fue ser alumno de Franco Zeffirelli
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La situación bien podría ser el guion de un capítulo de ER Emergencias. El sonido acelerado de los monitores de signos vitales, residentes que corren de una lado para el otro en busca de los médicos del área y los enfermeros de turno que se gritan entre ellos “No le podemos subir la presión, se nos va”. Una angustia generalizada mientras el paciente en cuestión los mira desde otro plano, tal vez ya transitando el camino inconsciente que va de la vida a la muerte. Y en ese entrepiso existencial, con humor y resignación dice con voz en off: “¿Qué les pasa muchachos? Tranquilícense, que está todo bien”. Quien describe el momento no es otro que el actor Leo Bosio, contando lo que vivió durante su enfermedad a causa de un linfoma de Burkitt, el cual lo alejó durante un año y medio de los escenarios, hasta recuperarse y volver con gloria a la exitosa Mamma mia!, actualmente en cartel en el teatro Coliseo. Y agrega con emoción y nerviosismo: “Veía a todos que iban y venían desesperados y yo estaba ‘en Disney’, muy relajado, en otra realidad. Me estaba muriendo. El año pasado, cuando lo peor ya había pasado, mis médicos me dijeron que fui un milagro”.
Durante la entrevista con LA NACIÓN, Leonardo Bosio pasará por todas las emociones posibles. Es que tiene mucho para contar. Sus momentos de gloria, como cuando protagonizó la primera puesta de Rent en el Konex, en 2008, y lo oscuro, el suicidio de su padre. A ojos de hoy, Bosio es un resiliente que pasó varias veces del infierno al cielo y viceversa en segundos. Pero por estos días está feliz, su personaje de Harry Bright en la versión teatral de Mamma mia! le da toda la dulzura que necesita tras el huracán sufrido en sus últimos años. Y si hay alguien que digita todo detrás suyo, como un Dios todopoderoso que decidió dejarlo en la tierra más tiempo, incluir la banda sonora de ABBA parecería ser otro de sus aciertos. Su cuadro junto a su amiga del alma Flor Peña al son de “Our Last Summer” es de una belleza absoluta.
“Llego a Mamma mia! porque la llamaron a Flor Peña para proponerle la obra y estábamos juntos. Habló un rato y, cuando corta, me dice que si había un papel para mí, la hacíamos juntos. Le dije que sí, que había tres padres, que para el novio de la hija ya no tenía edad pero para ser uno de los padres sí. Yo había visto la versión de Marisol Otero en 2012 e inmediatamente supe que Flor iba a estar a la altura de esta madre llamada Donna, que en cine la representó nada menos que Meryl Streep.
-¿Ya había trabajado con su director, Ricky Pashkus? Tiene fama de ser muy perfeccionista.
-Ricky Pashkus me bochó en todas las audiciones que hice para él. La primera fue en 1997 para la obra Pinti canta las 40 y el Maipo cumple 90. Pasé la prueba de canto pero no la de danza, porque había que estar en calza y en cuero, y yo claramente nunca tuve un cuerpo fitness. Después de esa vez, reboté siempre. Y aunque en el mundo de la comedia musical ya tenía el reconocimiento de mis pares, nunca quedé en ninguna de sus obras.
-Los ‘no’ de Pashkus, como bien dijo, no le impidieron hacerse un nombre dentro de la comedia musical argentina.
-Todos sus ‘no’ me abrieron muchos sí. Me permitieron escribir mis propias obras y fueron procesos muy lindos. Aunque dolieron sus rechazos, los agradezco porque me dieron la posibilidad de volar por mi lado y además terminó todo con un tremendo sí que fue Mamma mia! En el medio tuvo algunos logros personales como Rent, Por amor a Sandro y una obra escrita por mí, llamada Apenas, que me dio muchas satisfacciones.
-¿Esperaba el éxito que tuvo la obra en la temporada de verano en Córdoba, y el actual en Buenos Aires?
-La verdad que sí. Si bien hay mucho prejuicio sobre la música de ABBA, creo que la banda entendió algo de la fibra emocional humana y por eso su éxito mundial. Esa misma vibra, entre emotiva y festiva, la transmitimos al público y cada función termina siendo una fiesta.
Entre ídolos
Leo Bosio nació en Rosario el 4 de julio de 1976. Cuna de artistas, como se conoce a dicha ciudad, su caso no fue la excepción. Pero antes hubo una infancia que lo tuvo vinculado al básquet, jugando como base. Una tarde, yendo al entrenamiento de su equipo, quedó impactado por la presencia de un hombre y una mujer en la puerta de un teatro del cual salía ese característico humo que le da trascendencia a cualquier escena. Al preguntarles qué iban a presentar, ambos le dijeron Drácula. A sus 13 años, tras ver la obra junto con su madre entendió que quería hacer eso toda su vida y que, a quienes había visto en la calle eran Pepe Cibrián y Cecilia Milone. Dejó el básquet, se puso a estudiar comedia musical y como quien tira una botella al mar, envió una carta a Italia para concursar por una beca para estudiar teatro con Franco Zeffirelli en Nápoles. A los pocos meses, Leo cruzaba el Atlántico en avión.
“Tomar clases con Zeffirelli fue una experiencia única, de las mejores de mi vida. Había visto muchas de sus películas, tenía noción de quién era pero igual me sorprendió. Era muy excéntrico, muy genio, muy La jaula de las locas, pero súper simpático. Mientras estudié con él, pude ver sus dos puestas, Turandot y La Bohème, en el Teatro San Carlo de Nápoles. Inolvidables. Ocho caballos blancos en escena y el coro de ángeles con niños cantando desde la cúpula del teatro. Un concepto suyo me marcó para siempre: ‘No hay malas obras, sino malos actores. Un buen actor siempre puede salvar una mala obra, pero una buena obra no salva un mal actor’. Y lo hice carne porque siento que es así”.
-¿Su itinerario fue Rosario-Nápoles-Buenos Aires?
-Exacto. Mis primeros meses en Buenos Aires no fueron duros, si bien cumplí con el cliché de venirme a una pensión llena de cucarachas y ollas sucias, al toque quedé elegido para la película Bajo bandera, de Juan José Jusid. Inmediatamente enganché varias publicidades y, entre un trabajo y otro, terminé dando clases en la escuela de Reina Reech. Ahí descubrí mi afinidad con los chicos y me enfoqué en ser coach actoral.
-Fue el primer profesor de teatro de Tini.
-Sí. Alejandro Stoessel abrió en La Horqueta una escuela de comedia musical y me llamó para ser profesor de teatro, por el trabajo que venía haciendo en lo de Reina. En la escuela eran 20 chicos y entre ellos, había una chica llamada Martina. Nunca supe que era la hija del dueño hasta mucho tiempo después. Pero se destacaba por sobre todos. Siempre era la primera en pasar al frente, en querer hacer las cosas. Yo soy de entrenar mucho la disciplina y ella era muy permeable a todas mis marcaciones. Nunca imaginé que sería la figura internacional que es hoy, pero no me sorprende porque siempre fue muy dedicada y metódica.
-Si mira hacia atrás, tiene muchos logros. ¿De cuáles se siente más orgulloso?
-Ser parte de la versión de Rent en 2008, junto con Florencia Otero y Germán Tripel fue una bisagra en mi vida, en lo artístico y también en lo humano. Porque éramos un grupo de amigos que teníamos muchas de las inquietudes que también pregonábamos en la obra. Las dos temporadas en el Konex fueron inolvidables. Hacer La fiaca con Elena Roger también me marcó, al igual que Por amor a Sandro, con Natalia Cociuffo. Pero en lo individual, mi mayor éxito no fueron determinadas obras sino vivir de lo que amo hacer desde que llegué a Buenos Aires.
Uno de los buenos
Es muy difícil no empatizar a primera vista con Leo Bosio. Su energía y buena predisposición para con el arte lo ubican inmediatamente en el equipo de los buenos. Sin embargo al destino mucho no le importó y le jugó una mala pasada. Le mostró su peor cara. Hace dos años y medio, cuando el planeta estaba saliendo de la primera ola de la pandemia del Covid 19 y el actor planificaba una temporada en Carlos Paz junto a Aníbal Pachano, le diagnosticaron un linfoma que le paralizó todos sus sueños.
“La matriz de mi enfermedad fue lo de mi viejo y de eso devino mi carácter negativo de los últimos años. Él era un idealista y sentía el mundo de una manera muy especial, hasta que le empezó a doler y no aguantó más. Se suicidó en 2006, conmigo al teléfono. Esa tarde se me reventó el mundo y podían pasar dos cosas: o me volvía loco o empezaba a entender la vida de otra manera. Hice terapia, me hice vegetariano, practiqué yoga, conocí gente nueva e intenté una vida honesta conmigo pero algo negativo me quedó. Y los años previos a mi enfermedad, estaba enojado con las cosas que no salían, sentía que el mundo me exigía protagonizar éxitos cuando yo en realidad era muy feliz con mis proyectos personales y con mi pareja”.
-¿Dice que entendió el germen de su enfermedad?
-Creo que sí. De un día para el otro me diagnosticaron un linfoma de Burkitt, no Hodgkin -aclara-, y la chance más certera era que me iba a morir. Fueron un total de 10 internaciones. La quimioterapia era durísima, sesiones de 24 horas durante siete días corridos. Me agarró sin obra social ni prepaga, por lo que tuve que ir al Hospital Fernández. Me cuidaron como al príncipe de un reino. Me salvaron la vida. Encima era todo muy bizarro, porque mientras me atendían, afuera de la habitación estaban todos mis amigos, entre ellos Flor Peña que venía maquillada de grabar su programa Flor de equipo. La gente le pedía fotos en el pasillo. A los días de estar internado, yo estaba todo hinchado, parecía un monstruo, vienen los directores al hospital y me preguntan: “¿Vos quién sos? Porque nunca llamó tanta gente al hospital para pedir que le salvemos la vida a un paciente”.
-¿Qué lo salvó?
-Sin dudas, el trabajo de todo el equipo del Hospital Fernández. Les debo todo. Después el amor de mi gente. Nicolás, mi pareja, me bancó como nunca. Mi mamá se vino desde Rosario y se quedó todo el tiempo a mi lado. Florencia venía todos los días al hospital. Creo que ser actor también me ayudó a entender la vivencia como un papel más.
-Dicen que no hay finales tristes ni felices, sino nuevos comienzos.
-Siento que mi volver a la vida cerró un doloroso ciclo que se abrió con la muerte de mi padre, con algunos enojos por proyectos que no salieron y por una necesidad ajena de querer que sea alguien que no me interesa. Es un ciclo cerrado y sanado. Hasta cerré el karma de trabajar con Ricky. Y ahora me entregué al plan, ya no fuerzo nada, que fluya. Si tiene que ser, será. Y así apareció Mamma mia!, que habla de fluir con la vida.
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