Las mujeres de Ibsen y de Chéjov
La veta romántica, con Víctor Hugo y sus seguidores estaba agotada, y también el naturalismo de André Antoine. En el declinar del siglo XIX, París seguía siendo el centro teatral de Occidente, pero la decadencia era visible. Algún intento vanguardista (el genial Rey Ubú de Alfred Jarry) no alcanzaba para contrarrestar el agotamiento, y tan sólo el vodevil y el talento de grandes actores( la divina Sarah, Réjane, Coquelin, De Max) luchaban para mantener el prestigio.
Fue del lejano norte europeo, de las tierras frías, que llegaron los renovadores: de Noruega, Henrik Ibsen; de Rusia Anton Chéjov. Trajeron con ellos un notable grupo de personajes femeninos que modificarían para siempre el papel de la mujer en el teatro. Y no sólo en el escenario: esas heroínas bien pronto trascendieron los límites del tablado, influyeron sobre las espectadoras, circularon por las calles, se reencarnaron en muchas amas de casa y en jovencitas ansiosas de "vivir la vida", enfrentando a la tutela masculina. El varón, acorralado y confundido, reacciona con furia. Ibsen se convirtió en un réprobo para sus compatriotas y se exilió en Italia, donde vivió largos años.
Las mujeres de Ibsen: son, por lo general, criaturas fuertes, o que llegan a serlo por las circunstancias. Dos de ellas son particularmente atractivas, pero no por bondadosas o abnegadas, sino todo lo contrario: Hedda Gabler, cuyo nombre da título a la pieza, y Rebecca West en Rosmersholm (algo así como La mansión de los Rosmer ). Me asombra que no se represente Rosmersholm , porque Rebecca West es un personaje tentador para cualquier actriz. Curiosa mezcla de abnegación y perfidia, de candor y malignidad. No sé si alguna vez se hizo este Ibsen en la Argentina, quizás algún erudito pueda ilustrarme.
Muy distintas son las heroínas de Chéjov. Frágiles y sumisas, las calificaríamos hoy de perdedoras. Liuba en El jardín de los cerezos , y Arkadina en La gaviota , son madres catastróficas. "Las tres hermanas", no irán nunca a Moscú. Nina, en La gaviota , parece haber fracasado como actriz y como enamorada (aunque en el primer caso, no hay seguridad: algunos estudiosos imaginan que, por el contrario, triunfa en la escena, finalmente). La sobrina de tío Vania se resigna a una existencia crepuscular en una aldea lejana ("pero Dios se acordará de nosotros").
A pesar de tanta melancolía, estos personajes femeninos de Chéjov también repercutieron en las espectadoras, haciéndoles tomar conciencia de su condición precaria en un mundo dominado por los varones. Tal vez algún lector piense que nos faltaría ocuparnos de las mujeres en la obra de George Bernard Shaw. Pero ese es otro cantar y de él nos ocuparemos en una futura entrega.