Las muchas vidas de Antonin Artaud
Como el fénix, de vez en cuando el poeta y actor francés Antonin Artaud (1896-1948) resucita y vuelve a rondar -espectro inquietante- por su ámbito predilecto: el teatro. La semana próxima, la editorial Victoria Ocampo presentará en la Alianza Francesa una traducción al español de "Los Cenci", la tragedia estrenada por Artaud en París, en 1935, y que en Buenos Aires tan sólo se representó fugazmente en el Instituto Di Tella, cuarenta años atrás, dirigida por Alberto Cousté. La traductora es una sobrina de Victoria, Rosa Bengolea Ocampo de Zemborain. En las librerías porteñas ya está a la venta una nueva edición de "El teatro y su doble" (Sudamericana), el texto canónico donde Artaud expone su teoría del "teatro de la crueldad".
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En vida, el escritor frecuentó el fracaso. Entre arrebatos geniales, su mente se oscurecía a menudo: desde 1912, a los dieciséis años, debió ser internado periódicamente en clínicas y hospicios. Dotado de un físico apuesto y de un rostro de singular hermosura viril, es probable que se lo recuerde sobre todo como actor en memorables films mudos: es el joven fraile que asiste a la protagonista en la inmortal "Juana de Arco", de Dreyer, y el impresionante Marat del "Napoleón", de Abel Gance. De ahí también el aura espectral (sombra proyectada en blanco y negro, en un mundo silencioso) que envuelve la evocación de su figura.
Radicado en París en 1920 (era marsellés, y por su afección mental no participó en la guerra de 1914-18), cuatro años después publicó su primer libro de poesía, "Trictrac de ciel" y conoció a André Breton, afiliándose al surrealismo. Entre 1922 y 1935 tuvo éxito como actor, en las prestigiosas compañías de los Pitoëf y de Jouvet. En 1926 fundó el Teatro Alfred Jarry (el creador del Padre Ubú), cuyo fracaso lo llevó a escribir su famoso "Manifiesto sobre el Teatro de la Crueldad", en 1932. En 1935, nuevo desastre, artístico y económico: "Los Cenci", evocación de los crímenes y los incestos de la célebre familia romana, en la que aplica los principios de aquel manifiesto, baja de cartel, tras fugaz temporada, en medio del escándalo de crítica y público.
¿Qué había pasado? En un país tan literario como Francia, tan sujeto -hasta entonces, mediados de los años 30- a la preceptiva dramática instalada en el Gran Siglo de Luis XIV, sostener que el teatro es, ante todo, acción física, pasión desatada (gritos, sangre, estruendo, balbuceos ininteligibles) en escena, sonaba a herejía. Artaud abandonó definitivamente el teatro y se fue a México, donde vivió con los indios tarahumaras y se aficionó al uso de la mescalina. De ella pasó a otras drogas y, teniendo en cuenta sus frecuentes accesos de locura, el descenso al infierno se aceleró. Entre 1937 y 1946, convertido en una ruina (buen dibujante, como Rembrandt registró sin piedad, en sucesivos autorretratos, el deterioro progresivo de su físico, antes espléndido), fue trasladado a diversos manicomios donde no supieron -o no quisieron- tratarlo.
En la inmediata posguerra tuvo, sin embargo, un nuevo reconocimiento. "El teatro y su doble", que había publicado en 1938 y donde perfeccionaba sus teorías, fue reeditado y convertido por directores y actores jóvenes en un texto de culto. Después de su muerte y de otros varios libros, entre ellos el más importante, "Van Gogh, o el suicidado de la sociedad" (1947), volvió a una respetuosa penumbra. De la que fue una vez más rescatado en los años 60 del siglo XX, por gente de teatro ansiosa de encontrar nuevas formas, otras vías expresivas. La influencia de las teorías de Artaud es evidente en las manifestaciones dramáticas de los últimos tiempos, en Occidente entero, la Argentina incluida. Sus herederos se multiplican: el fantasma proyectado por el haz luminoso sobre la pantalla, goza de vida perdurable y es hoy un invitado de honor en todos los escenarios del mundo.
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