Después de surcar el Atlántico y de afianzarse en TV, la actriz y conductora estrena en teatro este fin de semana la obra “más física” que interpretó en su vida, mientras sueña con navegar por los fiordos chilenos y darle curso a sus deseos más allá del mundo del espectáculo
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Por razones difíciles de explicar, es raro escuchar a Juana Viale diciendo cosas como “bomba de achique”, “sentina” o “botavara” (todas partes de un motovelero cualunque). Tomando de un mate ajeno -tibio y bastante lavado- que está sobre la mesa, vestida de perfecto tailleur rosa, cuesta asociar esa imagen tan delicada a la de alguien que hace bastante poco se calzó el parche para cruzar el Océano Atlántico en un velero de 14 metros. Y el asunto no termina ahí: esa proeza fue apenas el primer tramo de un proyecto que implica surcar otros mares, para extraer muestras de microplásticos y concientizar sobre el peligro que corren las aguas. Pero no es de bombas de achique que viene a conversar la nieta de Mirtha Legrand sino de la obra que estrena este domingo 22, en la que le pone voz y (mucho) cuerpo a las grandes “Juanas de la historia”. Hablando de todo, también dirá lo mucho que le cuestan las expresiones de amor de los extraños, su paso por el Ciclo Básico de la UBA durante la pandemia, sus ganas de seguir navegando y, algún día, de abrir su propio restaurante.
Cuando se entrevista a Juana Viale se sabe que cualquier pregunta que no tenga que ver estrictamente con su trabajo la va a poner en guardia. Tiene un rostro que, con una bajada rítmica de pestañas y una mirada a media asta, marca la cancha desde el vamos, como un aviso: “No querés ir por ahí”.
“¿Está de malhumor?”, pregunta, justito, uno de los cronistas que viene a hablar con ella. Otro le contesta que no, que está “buena onda”, pero avisa que en la nota anterior hizo la bajada de pestañas cuando le preguntaron cómo andaba con su novio (el hombre con quien cruzó el Atlántico, desde Gibraltar hasta Río de Janeiro).
Lo interesante del asunto es que muchos prefieran ver a una diva caprichosa (con tics ambientalistas, como no querer sentarse en un sillón porque es de cuero) antes que a una mujer a la que le cuesta muchísimo la exposición. Hace poco -cuenta- fue al teatro a ver la obra de un amigo, que en los aplausos del final dijo: “Acá en el público está Juana Viale”. “Yo pensaba: ‘Nooo, por favor noooo, qué vergüenza’. Y después me acordaba de mi abuela y que ella, cuando la nombran, se para, saluda y es feliz”, dice. “A veces parece mala onda, pero es que no sé cómo manejarlo”, admite.
-¿Qué es exactamente lo que no sabés manejar?
-No me sé vincular con gente que no conozco y que me expresa mucho amor. No lo puedo recibir porque no sé manejarlo. Es increíble; mi abuela lo hace a la perfección. Yo no sé hacerlo.
La importancia del tío Daniel
No hay demasiado misterio sobre la vida pública de Juana Viale porque, básicamente, todo lo que hace -o hizo- se sabe a los cinco minutos (es la cruz que cargan algunos famosos). Si hubiera que apelar a un mínimo -y a esta altura redundante- rescate biográfico, se podría decir que es hija de Marcela Tinayre e Ignacio del Carril; que Wikipedia la presenta como “actriz y presentadora”; que tiene una veintena de películas rodadas y seis obras de teatro encima (la última fue Tráfico, un unipersonal que hizo en Madrid).
También durante la pandemia se tuvo que calzar el traje de conductora para reemplazar a su abuela en la cabecera de la mesa. Así se puso al frente de los programas Almorzando con Mirtha Legrand y La noche de Mirtha. Actualmente conduce Almorzando con Juana, los domingos al mediodía.
Con respecto a la actuación, Juana dice que no hubo un momento específico en el que decidió ser actriz -ninguna iluminación, ningún ritual iniciático viendo una película de su abuelo, Daniel Tinayre- sino que se dejó llevar por la corriente. “Nací en un ámbito que me fue llevando a eso, como la familia de abogados que tiene un hijo abogado”, afirma, y da para pensar que los mandatos funcionan casi siempre, por más terapia que uno tenga encima.
Sin embargo, algo interesante en esa maroma artística es la figura del tío Daniel (el hijo mayor de Mirtha), que no tenía nada que ver con el mundo del espectáculo. Daniel era dueño de una veterinaria en Palermo, cerca de la casa en donde vivía Juana, que después del colegio pasaba a mimar al bicherío. De esas incursiones -cree ella- puede haber nacido su amor por los animales y, quizá, se plantó una semilla que nunca germinó del todo: ser bióloga marina.
En muchas de las entrevistas que le hacen, ella jura que en algún momento quiere estudiar esa carrera. Lo que no todos saben es que se animó, aunque sea un poco: empezó a hacer las materias del Ciclo Básico Común de la UBA durante la pandemia. “Me anoté, no me olvido más. Hacía los programas y, mientras me maquillaban, estaba con las clases virtuales”, recuerda, pero hasta ahí llegó el amor a los apuntes.
-Entre tus pendientes, siempre decís lo de ser bióloga marina. ¿Fantaseás con algún nuevo proyecto después de la obra Juana?
-Como deseo, diría que me encantaría tener un restaurante, chiquito, lo cual estimo que no sería un buen negocio (risas). No tengo la inversión, no tengo la plata para hacerlo, pero me gusta muchísimo la cocina. Me encanta comer, la comida hecha con amor, con dedicación, me gusta la cocina de innovación.
-Seguro estás viendo El Oso [la serie sobre un atormentado chef de alta cocina].
-Ya la vi toda. No miro series, pero alguien que no me acuerdo me dijo “tenés que verla”. La puse, y Ámbar (su hija mayor) me decía que el primer capítulo le dio mucha ansiedad. Me la terminé devorando en cinco días. Lo que hay ahí es, como en toda alta cocina, una exigencia que no creo tener y yo tampoco buscaría ese perfeccionismo. Lo mío sería con otra impronta.
-Mirá que el título de esta nota va a ser “mi sueño es poner un restaurante”. ¿Pero es realmente así?
-Tengo un montón de sueños: vamos a seguir navegando, a los fiordos chilenos, a la Patagonia argentina. También quisiera tener un multiespacio en donde se puedan hacer obras y yo pueda ser productora.
-¿También escribís? ¿Escribiste algo mientras estabas en el Atlántico? Porque supongo que en un barco hay muchos tiempos muertos...
-Leí mucho y escribí durante el viaje. Pero estás equivocado: sí hay muchas cosas que hacer en un barco. Yo siempre sentí que estaba haciendo algo: si no es la sentina es la bomba de agua; cambiar los cabos que se van desgastando, hacer la captura de microplásticos, ocuparte de las guardias, de la comida. Y con respecto a la escritura, sí, escribo un montón de cosas. Es un hábito que tengo.
-¿Y tenés pensado publicar algo de lo que escribiste? ¿Un cuento? ¿Una novela?
-No me siento todavía con la capacidad de publicar. Pero escribo siempre. Para mí escribir es sanador.
Las Juanas de la historia
“Me duele desde acá hasta acá”, contó Juana en uno de sus almuerzos recientes (señalándose de los pies a la cabeza), al referirse a la obra que arranca, concebida por el bailarín y coreógrafo español Chevi Muraday. Los dolores son porque estuvo ensayando seis horas por día para interpretar a “las Juanas de la historia”, desde Juana La Loca y Juana de Arco hasta la Papisa Juana, Sor Juana Inés de la Cruz, Juana Azurduy o Juana Doña.
Le duele el cuerpo porque, además del texto, la obra tiene una fuerte cuña de danza contemporánea. De hecho, cuatro bailarines acompañan a Viale en el escenario: Nicolás Baroni, Rodrigo Bonaventura, Emiliano Pi Álvarez y Andrés Rosso.
-Insistís mucho en que es una obra súper física. ¿Te gusta eso?
-Sí, me encanta. Primero, porque me gustan los desafíos y porque me parece que esta obra sale de lo convencional, de las cosas que hice. La obra es un viaje, es muy poética y contrapone la belleza con lo doloroso, lo terrible que atravesaron estas mujeres.
-¿Hay alguna de estas Juanas que te interpele especialmente?
-Me parece que todas han sido Juanas disruptivas, con un poder interior, una voluntad y un enorme deseo de ser. Fueron mujeres que corrieron barreras sin que se hayan propuesto eso como fin.
-¿Vos misma te considerás una mujer disruptiva? ¿O quizá tenés la fantasía de hacer algo épico como estas Juanas de la historia?
-No sé si artísticamente he sido disruptiva. Siempre me gustaría ir por ese camino, hacer cosas que me interpelen. Estas Juanas fueron apasionadas, guerreras, disruptivas. Desde mi lugar, me siento muy responsable siendo madre, es algo muy poderoso. Eso ya me parece épico.
-¿Acaso no fue épico cruzar el Atlántico a vela?
-No sé si pensarlo así. Solo sé que viví cosas muy profundas y que todavía las estoy procesando. No me puedo olvidar de la vez que encontramos un dragón de mar y me quedé mirándolo un montón de tiempo: la simetría, los colores, esa belleza. O estar metida en un mar azul y pensar: “Acá, abajo de mí, hay 3000 metros”, viendo los rayos de sol atravesando la profundidad. Me parece que el mundo desde el barco es tan pequeño, tan gigante y apasionado a la vez. Me emociona pensarlo.
Para agendar
Juana, con Juana Viale y elenco de bailarines (Nicolás Baroni, Rodrigo Bonaventura, Emiliano Pi Álvarez, Andrés Rosso). Sala: Teatro Regio (Avenida Córdoba 6056). Funciones: jueves a sábados a las 20; domingos a las 19.
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