Las fantasías del Barón Corvo
Afines del siglo XIX y comienzos del XX, hordas de estetas ingleses y alemanes bajaban a Italia en busca de la Arcadia perdida. Admiraban fundamentalmente dos cosas: los monumentos prestigiosos (casi siempre en ruinas) y los hermosos adolescentes, pobrísimos y venales -de orígenes humildes, casi todos analfabetos-, que vendían sus gracias a fotógrafos y pintores que veían en ellos la resurrección de los pastores de égloga. Con la advocación de Oscar Wilde, Walter Pater y Aubrey Beardsley, el "movimiento estético" invadió todas las artes en Gran Bretaña y provocó la incesante burla de la revista humorística Punch. Uno de estos peregrinos (que terminó viviendo en Italia hasta su muerte) fue Frederick William Serafino Austin Lewis Mary Rolfe, nacido en Londres el 22 de julio de 1860, en una familia de fabricantes de pianos, que supo tener fortuna y la perdió. Se lo conoce más como Barón Corvo, seudónimo que adoptó alegando un linaje aristocrático de su propia invención. Singularmente dotado para las artes -literatura, dibujo, pintura, música-, aspiró siempre al sacerdocio, tanto en su credo original, el anglicano, como en su posterior conversión al catolicismo.
Su mal carácter, su arrogancia, su victimización perpetua y su inestabilidad psíquica conspiraron para el rec onocimiento de lo que Rolfe es, sin duda: un gran escritor, con un admirable manejo del idioma inglés y una imaginación sin límites. En 1903 publicó una curiosa novela, Adriano VII, cuyo protagonista, George Arthur Rose, es inesperadamente elegido Papa. No revelaremos aquí las peripecias que el imaginario Adriano VII enfrenta en el Vaticano, pero sí que su versión teatral llegó en los años setenta al San Martín, en una espectacular puesta no recuerdo de quién (en mi actual alojamiento transitorio, mientras dura mi convalecencia, carezco de mi acostumbrado material de referencia). Pero sí recuerdo que el protagonista fue Pepe Soriano, en una labor consagratoria. Y un detalle que no me he olvidado. Es poca la gente que advierte que los prelados usan el anillo correspondiente a su rango en el anular derecho y no en el izquierdo, como los laicos. Todos los cardenales, en la versión porteña de Adriano VII, llevaban el anillo en la mano equivocada.
El imaginario Baron Corvo murió en Venecia el 25 de octubre de 1913.