Las aficiones de María Antonieta
De pronto, a raíz del muy comentado film de Sofia Coppola, basado en una biografía escrita por lady Antonia Fraser, que ya está en las librerías porteñas, María Antonieta se ha puesto otra vez de moda, setenta años después de su vida contada por Stefan Zweig en 1932, que todo el mundo leía en Buenos Aires hacia 1935. Este libro fue base, a su vez, de la opulenta versión cinematográfica con que la Metro-Goldwyn-Mayer rindió homenaje, en 1938, a su propia reina, Norma Shearer. Su marido, Irving Thalberg, el gran productor de ese sello, murió poco antes de iniciarse el rodaje, pero dejó todo dispuesto para que su mujer se luciera como nunca: decorados fastuosos y un vestuario impresionante.
Entre las aficiones de la reina de Francia, la música ocupaba el lugar de privilegio: era una virtuosa del arpa, fue discípula de Gluck y lo protegió con largueza, llevándolo a Versalles y auspiciando el estreno de sus óperas en París. En segundo lugar, le encantaba el teatro. Sus padres, el soberano del Sacro Imperio Romano Germánico, Francisco de Lorena, y la emperatriz de Austria, María Teresa de Habsburgo, se plegaban al estricto ceremonial de la corte austríaca en las ceremonias públicas, pero en la intimidad del hogar (los inmensos palacios del Hofburg y de Schönbrunn, en Viena) crearon una atmósfera doméstica como la de cualquier familia burguesa de la época. Y como tuvieron diecisiete hijos, de los que sobrevivió una docena, no les faltaban intérpretes para pequeñas comedias de salón y operetas, que les encantaba representar en familia. La corte francesa, en cambio, como lo descubrió María Antonieta a poco de llegar a Versalles (tenía apenas catorce años), prefería hacer de la vida cotidiana una perpetua representación teatral, siguiendo los preceptos de Luis XIV, quien nunca se cansó de interpretar el papel de Rey Sol y era, por lo demás, un eximio, apuesto y muy elegante bailarín.
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Cuando Beaumarchais estrenó en París Las bodas de Fígaro -que serviría de libreto a Mozart para su obra maestra-, en abril de 1784, los reyes de Francia recibían (aunque viajara de incógnito) al de Suecia, Gustavo III, "el afrancesado". Una tarde en que pudo zafar temprano de las obligaciones protocolares, María Antonieta corrió a París, para ver la obra de la que todo el mundo hablaba. Llegó tarde, cuando ya había bajado el telón del primer acto, y el público aprovechó para reclamar, en nombre de la reina, que se volviera a representar. A ella le encantó la obra. A Luis XVI, mucho menos. Para saber de qué se trataba, pidió que alguien se la leyera. La elegida fue el aya de los príncipes, madame Campan, quien en sus memorias, escritas mucho después de la Revolución, describe la reacción del rey. "¡Qué monstruosidad, qué escándalo, qué mal gusto!", profería el monarca a cada rato. No era para menos: Beaumarchais hacía que los súbditos de rebelaran contra sus señores y ponía a éstos en ridículo. Luis vio con claridad lo que la reina no advirtió, y se dispuso a prohibir Las bodas... Pero no se atrevió a contrariar a la mayoría (¿no nos resulta familiar esta actitud?) ni a su mujer, y las representaciones siguieron. En la biblioteca del Petit Trianon hay un ejemplar de la primera edición de la obra, con el título original, La Folle Journée , encuadernado en cuero y con las armas de María Antonieta.
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Otro ejemplo del gusto de la reina por el teatro lo ofrece su falsa aldea rústica, "le Hameau de la Reine", en el parque del Petit Trianon, su residencia favorita. Es el perfecto decorado para una comedia bucólica y fue inspirado, al parecer, por otra pieza que le encantaba, El adivino de la aldea , de Diderot (se dice que ella interpretaba con talento uno de los personajes). A orillas de un pequeño lago se levanta una decena de casas que parecen hechas de cartapesta: los establos, la lechería, el granero. Por cierto que el palacio de Versalles tiene uno de los teatros de corte más bellos y elegantes del mundo.
Fue diseñado por Ange-Jacques Gabriel, el arquitecto del Petit Trianon, de la Escuela Militar y de los palacios gemelos en la Plaza de la Concordia. Es de madera, estucada para imitar perfectamente mármol y bronce; el telón de fondo reproduce, a la manera de un espejo, la perspectiva de la sala vista desde el escenario.
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