Larroque. La historia de un pueblo teatrero, su festival y un cura paladín de la cultura
El quinto encuentro teatral de ese pueblo entrerriano presentó propuestas de alta calidad artística provenientes de distintos puntos del país, de Uruguay y de Paraguay
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El fenómeno teatral en la Argentina, puntualmente en Buenos Aires, no es nada nuevo. Son muchos los que alguna vez en su vida han ido al teatro. Pero emociona saber que existen pueblos como Larroque (Entre Ríos) que no sólo tienen un Festival de Teatro anual, sino que allí hay muchos actores y actrices, y que sus ocho mil habitantes están orgullosos de eso. La historia es apasionante y comienza con nombre y apellido. Tiempo atrás, en 1958, llegó al pueblo el sacerdote Alberto Paoli Lovera, un cura extremadamente culto que dejó allí un legado imborrable. Además de ser profesor de música, literatura y lógica, fue director del coro comunitario, dramaturgo, fundador de la Epae (Escuela Parroquial de Arte Escénico) y creador del grupo Cate (Conjunto de Aficionados al Teatro Experimental). Por él pasaron innumerables artistas locales que aprendieron del Padre Paoli a representar todo tipo de obras teatrales sobre el escenario del salón parroquial. Veinticinco años de trabajo, más de 260 espectáculos e importantes premios provinciales quedaron atesorados en las páginas del teatro larroquense. El sacerdote permaneció en el pueblo hasta su muerte, en 1993, y sus restos descansan en la entrada de la iglesia, adonde suelen ir los artistas para “pedirle” por algún estreno o algún sueño no cumplido. Algo así como “el santo del teatro”.
Dicen que el cura que llegó para reemplazar a Paoli cuando murió intentó anular todo el legado cultural y hasta quemó las butacas del teatro. Pero fueron los mismos larroquenses quienes levantaron dos salas teatrales: el teatro Padre Alberto Paoli (de 220 localidades) y la sala SUM (de 400).
Allí, en esos espacios se llevó a cabo por estos días el quinto Festival de Teatro Larroque, en el que participaron 17 elencos de distintos puntos del país, de Uruguay y de Paraguay. Precisamente su creador y organizador es un exalumno del Padre Paoli: el actor, dramaturgo y director Nazareno Molina. Es emocionante ver cómo durante los tres días que dura el festival, los larroquenses no hacen más que hablar de teatro, en la calle, en las tiendas y en cada rincón de ese pueblo tranquilo. Y ni los 40 grados de calor impidieron que tanto adultos como niños acudan al teatro en lugar de darse chapuzones en la pileta municipal. Otro mérito de la dirección de Cultura de la ciudad es que las entradas son gratuitas, con salida “a la gorra”.
Se presentaron propuestas como Luisa, de Luciana Cervera Novo, un sentido biodrama que habla de la inmigración, el exilio y los desaparecidos (de Buenos Aires); ParoXismos, de Ana Chisari y Paula Sánchez (Rosario), con títeres para adultos; ¿Quienay?, de Raúl Kreig, dirigida por Juan Gibert (San Salvador, Entre Ríos); Juancho sin dientes, una obra de títeres para niños, de Ana Cecilia Córdoba (San Salvador de Jujuy); Ciudades invisibles de mundos imaginarios (Mendoza), una pieza para niños de Vagavientos Teatro; y Aceite de mariposa, la obra que recibió el premio del público el año pasado, con Thelma Demarchi, dirigida por Ricardo Lago Oliveira, inspirada en el libro La mujer rota, de Simone de Beauvoir.
Una propuesta interesantísima fue La incapaz (Montevideo), una pieza de Carlos María Domínguez que retrata la dramática historia de Clara García de Zúñiga, ocurrida a finales de siglo XIX, en Uruguay. En una interpretación magistral, Denise Daragnés personifica a la protagonista, quien en soledad relata el abuso que sufrió cuando, siendo preadolescente, la casaron con un hombre mayor. El matrimonio se muda a Gualeguaychú y luego debe huir hasta Montevideo con sus hijos. La sociedad nunca le perdonó su transgresión y la consideró “incapaz” y merecedora del encierro. La directora uruguaya Cecilia Baranda (ganadora de un premio del festival por su dirección) guio de manera precisa a esta excepcional actriz, en un trabajo tan difícil como bello y conmovedor. Otro unipersonal destacable fue Juana, la loca, de Pepe Cibrián Campoy, que hace funciones actualmente en el Patio de Actores, en Buenos Aires. María Seghini fue aclamada por su interpretación, en una minuciosa y brillante puesta en escena de Ana Padilla. Y otra pieza que aún está en cartel en Buenos Aires es Casa Mitre, de Silvia Gómez Giusto, que se representa en El Excéntrico de la 18. Sobre el escenario, Graciela Muñiz (brillante), Nieves González y Guillermo Rovira encarnan a tres seres muy peculiares en un gran trabajo de dirección de Dana Basso.
Dos actores interesantísimos son Gonzalo Alfonsín (Olivos, Buenos Aires) y Fabio Velásquez (San Miguel de Tucumán). El primero es el creador e intérprete de El colibrí (Travesía en Mi mayor), donde representa y relata su viaje por el continente americano, una travesía tan existencialista como iniciática, en un gran trabajo físico y vocal. Por su parte, Velásquez protagonizó Golondrinas, el desarraigo de un deseo, encarnando con pasión a un trabajador explotado y silenciado, bajo la dirección de Carlos Brahin Carrillo.
Una gran sorpresa para quien esto escribe fue la versión de El loco y la camisa, de Nelson Valente, realizada por un grupo de Gualeguaychú. Unas 200 personas los ovacionaron de pie, luego de deleitarse con este grupo de magníficos actores, dirigidos por Renata Dallaglio. Rogelio Fuentes (excelente), Héctor Carraza, Mariana Peruzzo, Mariela Veronesi y Mauro Basaldúa hicieron sus propias construcciones de estas criaturas imaginadas por el talentoso Valente. Y también de Entre Ríos, pero de Paraná, sorprendió a todos el trabajo del clown Emmanuel Alberto Alassia y el director Leandro Javier Bogado con M.I. mundo imaginario de cartón. Una puesta artesanal, poética, lúdica y sorprendente para adultos y niños que se llevó el premio máximo del festival.
Tantas veces me borraron, de Marcela Gilabert (Asunción, Paraguay) conmovió con sus cuatro historias sobre el tráfico de personas, basadas en hechos reales. Por su parte, uno de los trabajos más sobresalientes e impactantes fue Anarquía marítima, el mundo perdido en un juego de azar, propuesta lúdica del grupo Pan y Circo, de Bahía Blanca. La potencia escénica de Virginia Falcón es asombrosa, es capaz de pasar de la comedia al drama en segundos y le pone una verdad absoluta y necesaria a la dialéctica de la obra. Su compañero en escena es Federico Lecanta, talentoso intérprete y músico también de gran presencia. Ambos suman al público en un gran juego escénico, participativo, musical e ideológico.
El cierre del festival estuvo a cargo de la carismática y talentosa Liliana Pécora, con uno de sus clásicos: Mujeres de 60, donde compone un abanico de personajes. Hizo descostillar de la risa a los espectadores y se ganó la admiración de sus colegas. Porque en este punto es destacable la camaradería que se logró en este encuentro organizado por Molina. En cada función podía verse a todos los artistas disfrutando del trabajo de sus compañeros, en un intercambio muy enriquecedor. Sobre el final de la ceremonia de galardones, el anuncio del premio del público para Mujeres de 60 hizo emocionar a Pécora, que se fue feliz con su estatuilla.
En cada Festival de Teatro de Larroque hay una figura invitada y homenajeada. Esta vez fue invitada Edda Díaz, quien inauguró el encuentro e hizo reír a todos con su humor.
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