Laponia, un espejo donde todos los argentinos pueden verse reflejados
Mucho más que una comedia para pasar el rato, con un dream team artístico y creativo
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Autores: Cristina Clemente y Marc Angelet. Dirección: Nelson Valente. Adaptación: Ignacio Gómez Bustamante. Intérpretes: Jorge Suárez, Laura Oliva, Héctor Díaz y Paula Ransenberg. Escenografía: Rodrigo González Garillo. Vestuario: Laura Singh. Iluminación: Matías Sendón. Música: Gaby Goldman. Teatro: El Picadero, pasaje Enrique Santos Discépolo 1857. Funciones: viernes y sábados, a las 22.15; y domingos, a las 20.30. Duración: 90 minutos.
A veces –no siempre– la suma de los factores condice con el producto. Como en este caso, donde un texto, un director y un elenco (más la escenografía, la música y la iluminación) –todos de excelencia– logran un espectáculo teatral de altísima calidad; probablemente, el mejor del circuito comercial porteño. Laponia es una comedia, sí, y bien divertida. Pero es de las que incluyen distintas capas y admiten varias lecturas. Una obra que hace honor al género pero con mensaje, algo poco común en estos tiempos post pandémicos, de risas fáciles.
La acción transcurre en la región homónima, la más septentrional de Finlandia, conocida como el paraíso de las auroras boreales, en la casa de la familia constituida por un local, Olavi (Jorge Suárez), y una argentina, Ana (Paula Ransenberg), padres de una niña de cuatro años, Aina, que reciben en Navidad la visita de la hermana de ella, Mónica (Laura Oliva), de su esposo Germán (Héctor Díaz) y de su hijito de cinco, Martín. El encuentro podría ser de lo más amoroso, pero no lo es. La obra comienza con el conflicto entre los adultos estallado, debido a un asunto entre los menores (que aquí conviene no spoilear), que divide las aguas entre una educación a favor de la imaginación y la ilusión y otra basada en el principio de realidad y de verdad a ultranza; y confronta las grandes diferencias culturales entre la sociedad del país europeo (reconocida por gozar de un notable standard de bienestar, así como de una política altamente democrática, con niveles sumamente bajos de corrupción) y la argentina. Este disparador da lugar a otros cuestionamientos, entre los que la figura del “chanta” ocupa el primer lugar, y así Laponia se erige en un espejo en el que todos los argentinos pueden verse reflejados.
Si bien los cuatro personajes se debaten entre una y otra posición, el duelo se plantea fundamentalmente entre el dueño de casa y la hermana de su mujer, que no dan el brazo a torcer, y provocan tanto los momentos más tensos como los más hilarantes. Esto le permite a Jorge Suárez demostrar, una vez más, que es uno de los mejores intérpretes de la escena local (esta vez hasta reproduciendo a la perfección el finés), y a Laura Oliva ofrecer el mejor trabajo de su carrera. Recién en el minuto final los autores toman partido por una de estas dos figuras antagónicas (y la forma de vivir que representa), las risas dan paso a la emoción, y Laponia se convierte –si quedaba alguna duda– en mucho más que una comedia para pasar el rato.
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