La Zaranda, el valor de lo único
El régimen del pienso / Intérpretes: Gaspar Campuzan, Francisco Sánchez, Luis Enrique Bustos y Javier Semprún / Dirección: Paco de La Zaranda / Funciones: Miércoles, jueves, viernes y sábado, a las 21 y domingo, a las 20.30 (sólo esta semana) / Sala: Teatro Nacional Cervantes / Duración: 77 minutos.
Nuestra opinión: muy buena
Nuevamente La Zaranda en Buenos Aires para ofrecer un nuevo espectáculo que tiene la característica de mantener lo que para algunos sería una estética y, para otros, forma parte de una poética que busca rescatar los valores humanos en esas circunstancias donde la esperanza parece ser una utopía y lo expone mostrando diferentes facetas del hombre.
El régimen del pienso (alimento seco que se da a los animales) plantea una sociedad agobiada por una peste porcina, que no es otra cosa que una epidemia de hambre, de desesperanza, de humillaciones, de despidos, de burocracia, de desempleos, de mezquindades. En ese medio donde el individuo no tiene derechos y le han quitado la dignidad, los personajes se desenvuelven en una sala de autopsias que revela el triste destino de la población.
Con una creativa habilidad, la obra va mostrando el paralelismo que existe entre el hombre y el cerdo, ese animal que espera el alimento para terminar inevitablemente en el matadero. Es una gran metáfora que pone al descubierto las relaciones que existen entre la población y las instituciones, que según revela un personaje, no tienen conciencia, sino matemáticas. Bajo esta premisa, todo está permitido.
El hombre que ha dedicado toda una vida a servir a una empresa, en el ocaso de la vida se encuentra despedido e instalado en un camino de desolación y abandono. No tiene derechos, ni siquiera a demandar un acto de justicia, porque todo reclamo, con tres copias, queda archivado en los estantes del olvido. Agobiado por una burocracia indiferente e impía, recurrirá a todo artificio para obtener la mínina compensación, aunque deba denigrarse suplicando por un puesto ínfimo.
Pero la empresa es implacable, condena con su dedo el futuro del hombre para obtener ganancias. Si, eventualmente, beneficia a alguien ganará, como un moderno Fausto, su alma y su servilismo. Si no cumple con los requisitos que brindan beneficios ese alguien se transformará en un material descartable.
Lo tremendo de este planteo es la insistencia en que la epidemia porcina, para la cual no hay remedio, es la que exige el exterminio como una forma de combatirla.
La sentencia ya fue dictada y el destino de la víctima será una pocilga, donde el alimento es muy apreciado y debe observar el abrevadero que le prolongará la vida, aún cuando sabe, igual que pasa con el cerdo, cuál será su destino: la soledad, el abandono y, posteriormente, la muerte.
El escenario del Cervantes, ve contenida su amplitud con pocos elementos que se van transformando en otros, una característica de La Zaranda, pero en este caso el vacío, interior y exterior, que se produce está cargado de un fuerte peso dramático que agobia al personaje cuando debe enfrentarse a los burócratas que por cumplir con la aplicación de los reglamentos no perciben que se convierten en instrumentos de destrucción del alma humana.
Cuando finalmente el hombre es un pobre despojo, la disección que se hace de su cuerpo no es más que otra forma de humillación de la que no se toma conciencia.
Sin lugar a dudas, La Zaranda logra un efecto contundente que moviliza al espectador, pero nada de esto hubiera sido conmovedor sin la interpretación de los actores que logran una composición inimitable.
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