La vida a palos: el vacío contemporáneo, en un velo de gran belleza poética
Muy buena / Autores: Pedro Atienza y José Manuel Mora / Intérpretes: Imanol Arias, Aitor Luna, Guadalupe Lancho, Raúl Jiménez (cantaor) y Batio (violonchelo) / Espacio escénico: Mónica Boromello / Espacio sonoro: Sandra Vicente / Iluminación: David Picazo / Vestuario: Ana López Cobos / Audiovisuales: Jaime Dezcallar / Asistente de dirección: Enrique Sastre / Dirección: Carlota Ferrer / Teatro: Maipo, Esmeralda 443 / Funciones: miércoles a viernes, a las 20.30; Sábados y domingos, a las 19.30 (hasta el 2 de septiembre) / Duración: 90 minutos.
El teatro, la música y el campo audiovisual se dan la mano en La vida a palos para dar forma a un relato que tiene como protagonista al desaparecido cantaor de flamenco El Alcayata. Un hombre que ha llevado una vida plena de libertad dejando a su familia en el abandono. Un amigo del artista, Manuel Casado, busca al hijo del cantaor con la intención de pasarle unos escritos elaborados por su padres para que él, cineasta independiente, logre darles una estructura que posibilite organizar el discurso. El hombre habla de un testamento que deberá ponerse en práctica, tarea que el joven rechaza. Casado, un gran embaucador, logrará a medias su objetivo.
La lectura de ese testamento irá tomando forma escénica. Algunas anécdotas que signaron la vida de El Alcayata adquirirán forma y el espectador ingresará en un campo casi fantástico donde los hechos que se describen rozaran los más inesperados sentimientos: pena, dolor, arrogancia, desprecio y, en algunos momentos, asomará el humor.
Los textos del fallecido poeta y periodista español Pedro Atienza son reelaborados por el dramaturgo José Manuel Mora, creando un material dramatúrgico de estructura desigual, aunque con fuertes resonancias en quien lo recibe. Hace foco en cuestiones que provocan interés: la soledad del artista, los desencuentros familiares, la pérdida de horizonte de los jóvenes.
El material se divide en dos partes. Una primera reconstruye la historia del artista marginal. Un discurso abigarrado, construido con frases propias de esas gentes que por haber llevado unas rutinas desafiantes y accidentadas creen poder dar definiciones terminantes, de manera certera y utilizando un lenguaje cutre, pero en apariencias poético. Y una segunda en la que se describe el presente de los personajes. Un mundo más terrenal donde las dudas, los miedos y ninguna certeza dan forma a una actitud ante el sistema en el que se desarrollan. El testamento parecería no tener aplicación en tiempos actuales. O en todo caso no hará más que confrontar historias de vida, pensamientos, que llevan a reconocer que aquel pasado es una cuasi ficción que no tiene cabida en este inhóspito presente.
La directora Carlota Ferrer dibuja en un espacio extremadamente minimalista el tránsito de unos personajes sumamente desolados que encuentran una verdadera entidad cuando se cruzan en breves situaciones. La creadora completa el relato con imágenes proyectadas y con dos presencias que resultan sumamente atractivas, el cantaor de flamenco Raúl Jiménes y el violonchelista Batio.
Imanol Arias, en su regreso a los escenarios porteños después de algo más de veinte años de ausencia, demuestra una plenitud extraordinaria. Recrea a varios personajes y lo hace con mucha seguridad. Relata siguiendo un ritmo particular, cada palabra se concatena con la siguiente encontrando una exquisita musicalidad.
Aitor Luna, en el rol del hijo, y Guadalupe Lancho, quien interpreta a distintas criaturas y en breve tiempo, logran aportar algo de profundidad a esos seres contradictorios a los que deben prestarles sus cuerpos y que el dramaturgo ha dejado algo desprotegidos.
La vida a palos es una experiencia que logra provocar una gran empatía entre Imanol Arias y el público porteño. Durante el espectáculo y, sobre todo al final, las reacciones de los espectadores dan cuenta del amor incondicional que sienten por el artista.
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