En Campo minado, la vida después de dos soldados enemigos en las Islas Malvinas
En la creación de Lola Arias estrenada en Londres, seis ex combatientes británicos y argentinos que pelearon en el Sur comparten escena en una propuesta tan perturbadora como catártica
Durante una guerra compartieron un campo de batalla. Hay que hacer una salvedad: estaban en bandos enfrentados, eran objetivos a eliminar. Treinta y cuatro años después, están frente a frente. Comparten anécdotas, miradas y un escenario. Son Marcelo Vallejo y Lou Armour, los dos que están en la foto mirándose de cerca. Son ex combatientes de una guerra que para Lou tuvo lugar en las Falklands, y para Marcelo, en las Malvinas.
Marcelo tiene 52 años. Durante el conflicto armado fue soldado voluntario. Era apuntador de mortero pesado 120. Se gana la vida haciendo trabajos de pintura y jardinería. También es deportista de triatlón. Representó al país en varios mundiales. Tiene dos hijos. Lou Armour tiene 58 años. Se unió a la Royal Marine en 1974. El 2 de abril estaba en la isla. Dejó la marina en 1986. Es licenciado en Sociología e Historia del Arte. Actualmente es maestro de niños con capacidades diferentes. No tiene hijos.
Ambos integran ese otro batallón llamado Campo minado, montaje capitaneado por la directora y dramaturga Lola Arias. Esta vez, en una operación escénica que ella conoce y domina con exquisita inteligencia, su intención fue indagar las marcas de una guerra y su representación escénica. La experiencia se estrenó mundialmente en mayo, en la ciudad de Londres. El jueves pasado, se estrenó en Buenos Aires en el Centro de las Artes de la Unsam. En escena, en una especie de set de filmación, hay otros cuatro ex combatientes. Lola los presenta así. "Rubén Otero sobrevivió al hundimiento del crucero General Belgrano y ahora tiene una banda de tributo a Los Beatles. David Jackson pasó la guerra escuchando y transcribiendo códigos por radio y hoy escucha a otros veteranos en su consultorio de psicólogo. Gabriel Sagastume fue un soldado que nunca quiso disparar y hoy es abogado penalista. Y Sukrim Rai fue un gurka que supo usar su cuchillo y actualmente trabaja como guardia de seguridad."
Luego de un largo casting, quedaron ellos seis. En abril se juntaron por primera vez en Buenos Aires. Lou, reconoce, no estaba nervioso. También dice: "Si bien era raro encontrarse con el enemigo, sabía que con los ex soldados argentinos iba a estar todo bien porque todos habíamos estado en combate". Cuando se encontró con los ingleses, Marcelo no sabía cómo iba a reaccionar. Ni él ni los otros. "El encuentro me sirvió para sacarme mucho de la bronca que tenía adentro", cuenta. La bronca de Marcelo era mucha. Él era uno de los que en las marchas que conmemoran la guerra quemaban banderas británicas, era de los que siempre andaban con remeras sobre Malvinas. Era, en cierto modo, un militante de su propia memoria y la del país.
De buenas a primeras, lo insospechado: se encontró en una Londres plagada de banderas inglesas en las calles. Esa vez, cuenta, no usó las remeras de siempre. Decidió, dice, no provocar. "Me di cuenta de que tenía que dejar mi orgullo de lado", se sincera. En Inglaterra completó parte de un relato roto. Habló con veteranos ingleses que "también pasaron frío, que se cagaron de hambre, que no estaban preparados, que cometieron errores". También hubo un lado B: sugestivamente, días antes del estreno, se quedó casi sordo. "Era un zumbido raro, intenso", dice, y pone cara de zumbido raro, intenso, mientras se tapa los oídos. Así estuvo casi los dos meses de gira por Inglaterra, Alemania y Grecia. Al tercer día de su regreso a su casa, sugestivamente, el ruido se fue. De golpe. "¿Volverá en Buenos Aires?", se pregunta.
El campo de los consensos
¿Cómo transformar a estos dos bandos en uno? Lola Arias, la directora de Mi vida después y Melancolías y manifestaciones, cuenta que durante el largo proceso de ensayo tomaron varias decisiones. Por ejemplo: "Decidimos no discutir la soberanía de las islas. Fue un pacto para poder convivir fuera y dentro del escenario".
En la construcción de consenso, el equipo creativo todo se largó a contar una historia que tuvo muchas modificaciones y que tal vez las siga teniendo a lo largo de su ya extensa gira, prevista por otras ciudades. Durante la obra, los seis reconstruyen recuerdos, cantan un tema de Los Beatles, aparecen las voces de Galtieri y de Thatcher, muestran objetos, se muestran, bailan, rocanrolean un tema en el que disparan las preguntas más incómodas. Time Out dijo: "Una mirada emocionante e innovadora de la guerra". The Stage: "Un ejercicio extraordinario para mirar la memoria y poner en escena la historia". The Thelegraph: "Un poderoso acto de memoria".
Ni Marcelo Vallejo ni Lou Armour reparan en esas cosas. Vuelven a sus historias (que es como volver a la obra en sí misma). Antes de las funciones en su país, Lou se imaginaba que la platea iba a estar llena de ex combatientes. Eso lo incomodaba un poco, porque se sentía con mucha responsabilidad y con miedo a ser juzgado.
El campo de otra acción
Esta última sensación la conocía. Él fue uno de los que aportaron su testimonio en The Untold Story, documental estrenado a pocos años de finalizada la guerra. Allí contaba su encuentro con un soldado argentino herido que comenzó a hablarle en inglés y que, a los pocos minutos, murió en sus brazos. En el documental, cuando llega a esa situación, pide que se apague la cámara. Corte. Vuelve la imagen y continúa el relato. Lou llora. El impacto social fue tan grande de ver a un soldado inglés llorando la muerte de un soldado argentino que no lo soportó. Dejó su carrera militar.
A 34 años de aquello, en las funciones en Londres se encontró con gente joven en la platea. "Me resultó extraño, porque en Inglaterra no se habla de la guerra, les importa un carajo", reconoce. El tránsito por su propia memoria también tuvo sus costos. "Empecé a dormir peor -confiesa-. Y hay en ese episodio de no poder dormir algo que me llevó a situaciones de mi niñez de las cuales nunca había hablado antes y que hablé acá." Acá, en Buenos Aires, fue al psicólogo.
En Marcelo es distinto (o no). "La guerra me marcó tanto que cada vez que trato de buscar recuerdos previos no los encuentro. Siento que empecé a vivir a partir de la guerra para acá." Muy cerca de ese punto cero no olvida que se fue de la casa de sus padres sin abrazar a su madre, quien no quería saber nada de que su hijo decidiera ir al Sur. Varias veces en esos 70 largos días en las islas se lo reprochó. Lo cuenta con un dolor que toma cuerpo atravesado por la ilusión de imaginarse a su familia toda en la platea de la inmensa sala de la Unsam. "Creo que será un regalo para ellos", confiesa con los ojos iluminados.
Hay otro regalo en todo este entramado que indaga en las formas de representación de la memoria. Lo aportaron un señor inglés y su hijo. Cuando terminó una función en Londres los dos se acercaron a los ex soldados. Como estaba tan conmovido, le pidió a uno de los ingleses su dirección de corre electrónico. Al otro día mandó un correo en el que le contaba un comentario de su hijo. "Papá, si hubiese más obras como éstas no existirían las guerras, porque esos soldados no habrían aceptado enfrentarse", cuenta que le dijo. La carta terminaba así: "Gracias, han salvado a una mente joven". El que lo cuenta, como después de haberle encontrado un sentido profundo a su estar en escena, es Marcelo.
Campo minado
Creación de Lola Arias
Funciones, jueves a domingos, a las 21.
Centro de las Artes de la Unsam, Sánchez de Bustamante 75
Entradas gratuitas. Se solicitan en la página de la Unsam + Campo minado
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