La Venus Roja: Salvadora y Copi, reunidos y potenciados
La Venus Roja / Dramaturgia: inspirada en Salvadora Medina Onrubia. Las cuatro gemelas / Libro: Copi / Intérpretes: Cinthia Santos, Alexia Martinovich, Greta Stieben, Franco Latimore, Emanuel Moreno Defalco / Vestuario: Aníbal Duarte / Dirección: Ramiro Lehkuniec / Funciones: sábados a las 19 / Teatro: El Piccolino, Fitz Roy 2056 / Duración: 60 minutos / Nuestra opinión: muy buena
A veces la genética parece pegar un salto y el resultado puede ser una abuela y un nieto como Salvadora Medina Onrubia y Copi. Ambos estudiados y representados particularmente en los últimos años en nuestro país. Ambos de un talento fuera de serie, de una ecléctica cultura procurada informalmente, de un espíritu transgresor adelantado a su tiempo. Ambos militantes políticos en sentido amplio (ella simpatizante anarquista, feminista; el activista gay) y también escritores de distintos géneros. Gran acierto, entonces, el de reunir a uno y otra en un mismo espectáculo, a través de fragmentos de un extremo melodrama de ella, La solución, y de una de las piezas más vertiginosamente desaforadas de él, Las cuatro gemelas.
Pero eso no es todo: el director, Ramiro Lehkuniec, además pone en escena a la propia Salvadora interviniendo con sus comentarios en la secuencia teatral que le pertenece; y luego diciendo parte de la durísima carta que, desde la cárcel en 1930, le escribe al presidente -de facto- Uriburu, y los clarividentes consejos que, desde fuera de todo partidismo, le anota a Eva Perón ("No estás sola, quien sirve con amor y desinterés a un gran ideal de superación, a su vez es servido..."). Y aquí vale linkear a la obra Eva Perón que Copi presenta en París, 1970 -y que se repone en el Cervantes en julio próximo-, para ser interpretada por un hombre, que algunos consideraron ofensiva. Sin embargo, como su abuela Copi vio más lejos, más profundo ("Me han dejado caer sola hasta el fondo del cáncer (...) Incluso mi muerte, la puesta en escena de mi muerte tuve que hacerla sola").
Ambas obras están separadas por un intervalo que es anunciado por el presentador, sin que se interrumpa la acción. Sin que el teatro deje de meter baza en el teatro: en el pasaje que da lugar a la aparición del mismo Copi (que avisa: "Yo también estoy muerto"), alguien se hace pasar por Pitón -el hijo que se suicidó a los 17- en el lecho de muerte de Salvadora, para apaciguarla.
Si en las escenas de La solución el melodrama se codea con la tragedia (mujer madura que aún ama a su examante descubre que su joven hija está prendada del hombre, y apela a la idea de incesto para alejarlo), en Las cuatro gemelas se desata una suerte de carrusel frenético sin principio ni fin, entre el burlesque y la comedia nonsense con guiños comprimidos a Beckett, Lewis Carroll, Ionesco, quizá Genet. Todo sucede en una Alaska de fantasía donde las hermanas María y Leila se han instalado en busca de oro, bien provistas de diversas drogas. Al lugar llega otro par de gemelas, Fougère y Joséphine, también movidas por la codicia y la adicción. Sin psicologismos, sin anécdota, sin dar la menor explicación de nada, las cuatro corren, se chocan, se inyectan lo que venga, mueren por disparos, cuchilladas o estrangulamiento, resucitan y siguen esta ronda imparable, tan regocijante como desesperada, donde se pueden encontrar referencias al exilio, la soledad, la muerte, las identidades móviles.
Lehkuniec supo conectar con el melodrama zarpado de los años 20 de Medina Onrubia y a la vez convocar a escena a esta mujer impar, abierta a todas las búsquedas, que no puede perdonarse el suicidio de su hijo (a la edad que ella tenía cuando lo dio a luz, soltera). Asimismo, el director sacó lustre al poder subversivo de ese cuarteto de gemelas que patean normas de convivencia y convenciones teatrales con parejo desparpajo. Amén de eficaces colaboradores en luz y vestuario, Lehkuniec contó con la virtuosa participación de un elenco cuyos integrantes se duplican, triplican en personajes de registros tan diferentes, incluyendo los de la no ficción (Salvadora, Copi) y ese perro de Alaska con raído tapado de piel que hace Emanuel Moreno, una guitarra entre sus patas. Merecen sin duda ser nombrados Cinthia Santos, Greta Stieben, Franco Latimori y Alexia Martinovich.
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