La trágica historia de Jonathan Larson, el autor de la comedia musical Rent que nunca llegó a conocer el éxito
El guionista y compositor estadounidense murió a los 35 años, unos días antes del estreno de la obra que se volvió mundialmente famosa; su vida es retratada en la película Tick, tick... Boom!, recientemente estrenada en Netflix
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Rent fue un musical que marcó una época. Estrenado en abril de 1994, la propuesta impactó en la audiencia por abordar un tema doloroso: la pandemia del HIV que golpeó tan fuertemente en todo el mundo a partir de los años 80. Después de su estreno en el circuito off neoyorquino, Rent se presentó en Broadway transformándose en un verdadero suceso que duró en cartel 12 años, recaudó 280 millones de dólares en taquilla y ganó cuatro premios Tony, el equivalente al Oscar en el mundo del teatro de aquel país. Tuvo su versión cinematográfica en cine en 2005, de la mano de Chris Columbus (el guionista de Gremlins), y tuvo su versión local en 2008 con dirección de Valeria Ambrosio, en el Centro Cultural Konex.
Sin embargo, su autor, Jonathan Larson, nunca llegó a saber del éxito de su obra: murió el 25 de enero de 1996, cuando tenía apenas 35 años, por un aneurisma de aorta causado por un síndrome de Marfan no diagnosticado. Su fallecimiento se produjo el día previo al ensayo general que suele preceder a su estreno con público, justo cuando se cumplía el centenario de la famosa ópera La bohème de Giacomo Puccini, en la que se inspiró para escribir Rent. “No hay tiempo suficiente. Fui al funeral de tres amigos el año pasado y nadie hace lo suficiente. Yo no hago lo suficiente”, dice ahora Andrew Garfield en un momento de Tick, Tick… Boom!, la película de Netflix en la que encarna justamente Jonathan Larson.
Pese a que el autor nunca llegó a saber del reconocimiento mundial que tuvo aquella pieza verdaderamente icónica, con el paso del tiempo él mismo se convirtió también en uno de los autores teatrales más reivindicados de finales del pasado siglo. Hasta sus últimos años de vida tuvo que trabajar de camarero en un bar del Soho de Nueva York para tener algo de dinero en el bolsillo; atendiendo pedidos pasó allí una década, aunque ya tenía su reconocimiento en el mundillo del teatro musical. Claro que su carta ganadora, esa que hubiese cambiado el rumbo de su vida, no la pudo disfrutar.
Larson había nacido en White Plains, Nueva York, en 1960. Cuentan que era fanático de tanto de Beatles como de Elton John, y también de Leonard Bernstein y de Stephen Sondheim, figuras relevantes en la composición de obras musicales. Se convirtió en actor profesional estudiando en la Adelphi University de Garden City, Long Island. En esos tiempos iniciales fue cuando compuso sus primeros musicales. En un teatro de Manhattan llegó a estrenar una obra inspirada en Bertolt Brecht, pero el reconocimiento pasaba por otras esquinas de Nueva York. Cuentan que fue Sondheim, un verdadero autor de culto, quien le insistió para que abandonara la actuación para dedicarse a la composición.
Esa mudanza artística vino acompañada por otra territorial: pasó a vivir a un pequeño loft del Greenwich Village, mientras que en pleno centro de Broadway eran tiempos de los grandes musicales de Andrew Lloyd Webber. A contramano de esas historias grandilocuentes y la costumbre del musical edulcorado, de la fábula sentimental y las canciones y las coreografías amables, a Larson le interesaba contar algo vinculado con su presente, con la actualidad que le tocaba vivir a su generación. Lo suyo era inventar su propio rock para llevarlo a escena.
“Soy la clase de persona que a la hora de componer mis obras necesito tener algo que decir -dijo a la revista American Theatre en una de las poquísimas entrevistas que concedió en su vida-. Me sorprende que en los musicales, incluso en las obras de teatro que se estrenan hoy en día, no se vea la motivación que hay detrás de ellas, más allá de alguien con una idea brillante que quiere hacerse rico”.
Entre 1983 y 1990 estuvo trabajando en una ópera rock futurista que se llamó Superbia. Estaba inspirada en 1984, de George Orwell. Tanto esfuerzo tuvo pocos resultados concretos en la industria del espectáculo: solamente se presentó en un teatro sin ánimo de lucro y en un nightclub. Para que nadie lo trate de ambicioso, se puso a trabajar en show en el que actuaba él con su piano y una banda. Ese trabajo nacido en la desesperación se llamó Tick, Tick… Boom!, obra que da nombre a la ópera prima del creador de Hamilton, Lin-Manuel Miranda, que se puede ver en Netflix.
Para Andrew Garfield, en un reciente reportaje publicado en LA NACION, reconocía que la figura de Jonathan Larson lo remitía a la de un guerrero del arte. “Un guerrero para quienes quieren cambiar una cultura que ves que no está mejorando, que no ayuda a quienes buscan seguir por ese camino, que no resalta lo bueno. Ser un guerrero para alguien que se preocupa por ser parte de una comunidad y que intenta no dejarse seducir por otros valores de la cultura, como el dinero o el sexo o lo que sea que te ofrezcan en exceso, es inspirador”, comentaba desde Nueva York.
Larson fue encontrado muerto por su compañero de cuarto 10 días antes de cumplir 36 años, en el piso de la cocina de su casa en Manhattan. Había fallecido el día anterior. Tick, Tick… Boom! y Rent forman parte del legado de este guerrero. Mientras escribió ese primer trabajo catártico de esta especie de díptico, tres amigos suyos murieron de VIH. Años después vino ese musical que recorrió el mundo en la que un grupo de jóvenes artistas bohemios de Alphabet City, una zona de Nueva York, que se topaba diariamente con la pobreza, la homofobia, las drogas y la epidemia.
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