La siesta
La casa Fernández Blanco es el marco para una historia de época que enfrenta a personajes patricios con sus criados
Dirección y colaboración autoral: Tatiana Sandoval y Magdalena Yomha / Dramaturgia: Mónica Salerno / Elenco: Julia Catala, Mónica Driollet, Mercedes Fraile, Daniel Goglino, Luciano Kaczer, Luciana Mastromauro, Fabricio Rotella y María Zubiri / Música original: Cecilia Candia / Vestuario y arte: Mercedes Arturo / Iluminación: Ricardo Sica y Leo D'aiuto / Función: sábados, a las 17 / Sala: Casa Fernández Blanco, Museo de Arte Hispanoamericano (Hipólito Yrigoyen 1420) l Duración: 60 minutos
Nuestra opinión: buena
El tiempo y el espacio son dos coordenadas ineludibles para referirse a esta experiencia escénica denominada "intervención", por el hecho de que se realiza en un marco real de la histórica ciudad de Buenos Aires. Aquellos que tuvieron la fortuna, o la desgracia, de crecer en universos en donde la siesta era una institución muy fuerte, sabrán que era el único horario del día en el que la ley del mundo adulto se relajaba. Ganar la calle de ser posible, o imaginar mundos silenciosos pero potentes si había que permanecer adentro, era la meta. La siesta es productora de imaginación, de juego, de ausencia de adultos. Y no es casual que la intervención se realice a las cinco de la tarde, en una de nuestras grandes casas históricas, la Fernández Blanco, recientemente recuperada y que oficiará de marco único para la propuesta, ya que con sus grandes ventanales en el techo el espectador podrá ir observando cómo la tarde cede su protagonismo ante la noche; y no será esta una metáfora cualquiera.
Si bien las autoras señalan que el trabajo está inspirado en el universo literario de Silvina Ocampo, podría decirse que hay tanta cercanía como distancia, y que en todo caso lo que prima, en el universo estrictamente teatral, es la posibilidad de apoyarse en la escritora para pergeñar una historia de esas que habitualmente el teatro porteño no se atreve a pensar. Desde la trama puede señalarse un conflicto de clase. Los dueños de casa, representantes del patriciado vernáculo, se encuentran en preparativos por la visita de una princesa a la mansión; para ello las criadas deberán prepararlo todo. Pero un lujoso broche desaparecerá y esto iniciará el conflicto: la dueña de casa obligará a las criadas a ser revisadas con el objeto de encontrarlo. El ama de llaves aceptará tal ultraje pero inmediatamente proclamará una revolución al tiempo que toman la casa y excluyen a sus dueños de sus pertenencias.
En paralelo, la naturaleza hará su aparición con la presencia de la bestia, una mezcla de hombre y animal que promete devorarlo todo. Acción, intriga, cuestionamientos de clase son los condimentos con los que acompañan a esta propuesta que se sirve de una ambientación real y a la que visten con un preciso vestuario y lenguaje de la época.
El único punto en el que habría que señalar alguna objeción es precisamente en la dirección de alguno de los actores ya que se percibe una gran disparidad entre los personajes. Sobresalen sin lugar a dudas María Zubirí, ya que sabe y puede jugar las instancias dramáticas con las narrativas sin tropiezos, aportándole a su vez a su personaje toda la ternura y fragilidad que requiere, al igual que lo hace Julia Catalá. Los hombres las acompañan brillantemente en su diversidad de registros. Daniel Goglino debe jugar con el imaginario porteño actual sobre los comportamientos del oligarca y lo hace con sutileza. Luciano Kaczer le da al personaje de Tobías, el hijo, una identidad oscilante entre la infancia y la adultez, al tiempo que Fabricio Rotella, como el primo Octavio, es quien más debe jugar con la ambigüedad de un personaje que sin demasiado texto que decir debe poder ubicarlo en su clase social y en los momentos salvajes por los que debe transitar, sin que nada del afuera lo ayude.
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