
La sensibilidad epistolar
Todo verde y un árbol lila . Texto y dirección: Juan Carlos Gené. Con Daniela Catz, Esteban Pérez, Francisco Cocuzza, Livia Fernán, Mario Petrosini y Juan Carlos Gené. Música original: Luis María Serra. Escenografía y vestuario: Carlos Di Pasquo. Cronista de la experiencia: Julia Auge. Asesoramiento idiomático: Paula Ransenberg. Edición de video: Fernando Sicard. Producción: Melina Ons. Asistente de dirección: Mónica Quevedo. En la sala Orestes Caviglia, del Teatro Nacional Cervantes. Duración: 80 minutos.
Nuestra opinión: buena
Y finalmente Juan Carlos Gené pudo estrenar en el Cervantes. Dos meses antes de que termine el año, pero se pudo. Antes de que los acomodadores entreguen el programa de mano, uno de los trabajadores del Cervantes entregó una carta donde afirman que "a pesar del incumplimiento por parte del Estado de normalizar la situación laboral y salarial del personal", decidieron concretar el estreno de la obra porque, de lo contrario, "sería muy perjudicial para la escena teatral".
Todo verde y un árbol lila está basado en la historia familiar de una de las actrices: Daniela Catz. De chica descubrió 60 cartas en el fondo de una valija. Es la historia de sus ancestros, que se reconstruye a través de ese testimonio epistolar. Un joven emigrante judío alemán llega a Buenos Aires en 1939. Una de sus metas es lograr reunirse con su familia, pero la burocracia local se lo impide durante años.
Gené se embarcó en una cruzada para llevar a cabo esta historia. Atar estas cartas para darle teatralidad no es tarea fácil. Lo que hizo fue tejer la historia a través de ellas, agregar el personaje de un relator (él mismo) y los testimonios de la misma protagonista. Asimismo, ilustró con imágenes proyectadas. Todo ese montaje va en camino de una dramaturgia y de un hecho dramático. Pero en el primer aspecto, cuesta salir de la narración textual para lograr la dramaticidad, sobre todo en la primera mitad. Ese encadenamiento epistolar hace que el acto dramático no sea uniforme y que se presenten algunos baches narrativos y representativos. Pero los climas se intensifican -y mucho- con el transcurrir de la obra.
Ese tesoro testimonial es un documento que refleja muy bien desde lo emocional aquellos años en los que se asentaban las raíces de los argentinos de hoy, y en los que millones de personas morían en medio del hambre, las enfermedades y las cámaras de gas, del otro lado del océano. La pieza refleja cómo una familia puede mutilarse junto con sus sueños y la forma en que la vida humana puede ser equiparable a la de un animal que está abandonado al azar. Pero también habla de la injusticia, de lo difícil que es llevar a cabo los sueños y de la desesperación infinita de aquel que está fuera de juego. Las ansias, las esperanzas y la última gota de optimismo vano del inmigrante se estrellan contra la frialdad de la burocracia argentina. Y ahí aparece la impotencia del que está acá solo y de aquellos que quedaron solos allá. Los une el amor, que es mucho, pero no es suficiente.
Elenco homogéneo
Juan Carlos Gené basó su puesta en escena en los desplazamientos físicos y en el trabajo interno de los actores. En ese sentido, la iluminación acompaña la propuesta.
El director sabe muy bien cómo equilibrar el espacio escénico y mantiene ocupada la visión y la atención del espectador. Es necesario ante tanta carta contada y representada.
Y contó con un buen elenco. Es evidente que Daniela Catz, más que nadie, está imbuida en la historia ya que no puede dominar las lágrimas ni los efectos sensoriales que el texto le produce. Y eso está muy bien. Logra contagiar la desesperación que su Lotte Laser inmortalizó en sus potentes cartas. Encontró un buen contrapunto en Esteban Pérez, que crece a lo largo de la obra y transmite bien ese infinito amor de hermanos. Juan Carlos Gené, como espectador omnipresente y relator, distancia y acerca a la vez; mientras que Francisco Cocuzza y Livia Fernán, con oficio y peso escénico, tienen sus propios momentos de lucimiento. En un papel menor, Mario Petrosini cumple muy bien con su trabajo.
Funcional y atractiva la propuesta estética de Carlos Di Pasquo y elocuente la música de Luis María Serra.