La señora que me parió: Hernán Casciari y su madre, Chichita, contraatacan en escena con un relato dramatizado
La infancia, los sueños, los miedos, las crisis económicas, el advenimiento de la democracia y tantos otros temas son el centro de esta lectura-performance del escritor y su progenitora, que llevan al espectador en un viaje a la intimidad de una familia en la provincia de Buenos Aires
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Autor: Hernán Casciari. Dirección: Hernán Casciari. Intérpretes: Hernán Casciari, Chichita Carabajal y Juan Carabajal. Sala: Paseo La Plaza (Avenida Corrientes 1660). Funciones: miércoles y jueves, 20 hs. Duración: 90 minutos. Nuestra opinión: buena.
Lo primero que habría que decir es que quien conoce bien a Hernán Casciari sabe de antemano con qué se encontrará en este proyecto escénico que se exhibe como un proyecto teatral o una conferencia performativizada. Un escritor y emprendedor que ha hecho de la literatura un fenómeno que excede a la lectura contemplativa y solitaria para volverse uno colectivo, en el que lector y autor se encuentran para un extraño caso de lectura de la narrativa, pero con fuertes tintes teatrales que buscan “representar” parte de esa ficción. El juego queda explicitado desde los primeros minutos: una escenografía ante un gran telón teatral. En ella, una mesa, una jarra con agua y un cartel que anuncia el nombre y el oficio del conferencista. Pero luego de esa primera impresión aparecerá el gran cambio que el paso de la escena independiente a la mainstream, como el mismo Casciari lo nombra, permitió. Hay aquí ahora cierto lujo representacional: recrear el living de su casa familiar en un absoluto protagónico Mercedes, ya que todos los cuentos lo involucran como espacio, como paisaje y como entregador de personajes típicos de un pueblo bonaerense. Por supuesto que el juego entre la ficción y la realidad será indescifrable, nunca sabremos cuánto de todo lo que allí se cuenta es verdad y cuánto no, y honestamente poco importa. Porque aquí de lo que se trata es de un modo de narrar y fundamentalmente de comprender el humor, y de permitirse la risa ante ciertos acontecimientos históricos muy dolorosos de la Argentina (la infancia de Casciari transcurre entre el contexto dictatorial y la presidencia de Alfonsín).
El gran salto poético de este proyecto está determinado por la presencia de la madre del escritor, la mítica Chichita. No es la primera vez que un artista utiliza a sus propios familiares, o a no actores, para llevar adelante la propuesta artística (lo ha hecho recientemente José María Muscari con toda su familia, o mucho tiempo atrás Vivi Tellas con su mamá y su tía), pero en este caso el plus está determinado porque Chichita, la madre, es ya un personaje de la escena teatral argentina, por el “uso” que su hijo ha hecho de ella en su propia narrativa y en la literatura dramática. Al final se recrea -gran momento de cierre- la historia de escritura de Más respeto que soy tu madre, uno de los últimos trabajos del gran Antonio Gasalla en el escenario, cuya autoría es del propio Casciari y con un personaje central inspirado en esa madre mercedina, originaria de San Isidro.
A lo largo de hora y media de relato, lectura, representación dramatizada, el público encontrará la infancia de un niño en un pueblo del interior, los juegos con sus compañeros, las pequeñas maldades que bajo el formato de broma fueron moldeando una identidad, los sueños aspiracionales de mudanza a la gran ciudad, el consumo de drogas, en el medio de un contexto social y político complejo: con la dictadura primero y la presidencia de Alfonsín luego, a lo que se agrega el desempleo y la crisis económica de la familia, más la hiperinflación como contexto general. El hijo -Casciari- va construyendo una mirada sobre la familia y su propia historia ante la mirada pícara de una madre que sabe que tiene un punto de vista diferente, pero que siempre ha visto en ese hijo a un genio. Y no cabe duda de que cuando al final Casciari abandone el chiste y se permita la emoción, habrá un reconocimiento pleno de cuánto esa mirada materna influyó en la construcción de una identidad que sabe que lo puede todo gracias, en parte, a esa confianza generada por esa primera -y secreta- gran lectora.
A través de fotos que se proyectan -de un modo no muy prolijo- el espectador podrá ir encontrándose con momentos del pasado, pero también con toda una iconografía que, a los de mayor edad, le permitirán hacer un viaje en el tiempo, hacia un mundo habitado por teléfonos estatales negros, pesados y a disco, o a la aparición del increíble teléfono inalámbrico, que permitirá complejizar la técnica de esas bromas telefónicas. El descubrimiento de la pornografía, las tardes en el pueblo, el valor del dinero, la pobreza, son todos temas que van surgiendo a medida que Casciari nos invita a su viaje espacial y temporal, viaje al que desde el principio mismo le tenía mucha confianza. Con la llegada a Buenos Aires del escritor y su amigo el texto llega a su fin, sabiendo que en ese momento (por el presente escénico en el que lo encontramos a Casciari) los sueños se han vuelto realidad y eso que proyectaban en buena medida hoy lo tiene plasmado, y esa casa imaginaria de Villa Urquiza en donde comienza una nueva etapa concluye sobre el escenario, pudiendo afirmarse en ese momento que finalmente nada salió mal, más bien todo lo contrario.
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