La revista porteña. Los comienzos de un género importado de Francia, con la vedette Mistinguett y la productora Madame Rasimi
Las chicas del Ba-Ta-Clan de París llegaron en 1922 para darle su impronta a lo que luego se llamaría revista porteña; aunque sólo participó en una temporada, la estrella francesa tenía sus piernas aseguradas por 500.000 francos
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Que la revista porteña está moribunda o se murió son especulaciones que se hacen desde la década del 70. Lo cierto es que, a partir de entonces, el género tuvo chispazos de vitalidad y períodos en el que desapareció casi totalmente. Durante las últimas dos décadas, salvo por los aplaudidos intentos del teatro Maipo y Lino Patalano por revitalizar al género, o de los espectáculos de artistas como Moria Casán, Carmen Barbieri, Miguel Ángel Cherutti y Nito Artaza, puede decirse que la revista porteña brilló por su ausencia de la avenida Corrientes. Pero el género volvió a cobrar notoriedad no precisamente desde un escenario si no de la pantalla porque es una pieza clave en el argumento de la telenovela Argentina, tierra de amor y venganza 2, que emite Eltrece.
En 2004, uno de los últimos mejores años del género, se habían estrenado cuatro revistas en la calle Corrientes... pero contra las 181 que se estrenaron en 1927, por ejemplo. Vamos a remontarnos hacia atrás en el tiempo cuando no le llamábamos revista porteña sino revista criolla. El comienzo del género fue marcado por El sombrero de don Adolfo, en 1874, de trama sencilla escrita por el español Casimiro Prieto Valdés. Fue prohibida el día del estreno. La doble lectura molestó a las autoridades de entonces. En su historia, Don Domingo quería que su hija Patricia se pusiera de novia con su discípulo Nicolasito. Pero a ella le gustaba Don Adolfo, por eso su padre intenta ganarse la voluntad de sus otras hijas, que también prefieren al candidato impuesto por papá. Parece que alguien se dio cuenta de que don Domingo era Domingo Faustino Sarmiento, Nicolasito era Nicolás Avellaneda y Don Adolfo, nada menos que Adolfo Alsina. Por su parte, Patricia y sus hermanas eran la República Argentina y sus provincias, y el noviazgo se refería a la nueva presidencia. Pero tanto José Podestá como la investigadora Raquel Prestigiácomo coinciden que la revista criolla nació con Ensalada criolla, en 1898. Era la antecesora de la revista porteña. Tenía una línea argumental leve que satirizaba en el momento político y social y contenía chistes y comentarios soeces para la época.
La revista criolla prosperó en el tiempo con cientos y cientos de espectáculos. Por aquellos años, París era el mayor referente y, a menudo, los productores de revistas viajaban a esa ciudad para importar ideas. Eran tiempos en los que las familias acomodadas pasaban un tiempo obligado en París, nutriéndose de cultura y arte. La capital francesa era nuestro faro y hasta el lunfardo de la época estaba plagado de expresiones en ese idioma. Decir maître en lugar de mozo demostraba tener una cultura diferente. Precisamente, el camino del gran cambio de la revista comenzó en abril de 1922, con “la invasión francesa” en el género. Llegó de París, el Ba-Ta-Clán, de la famosa Madame Rasimi (de ahí el origen del calificativo “bataclana” a las bailarinas y vedettes de la revista). Se instalaron en el teatro Ópera y estrenaron tres obras que fueron un suceso y una novedad en el Buenos Aires de entonces: Paris chic, Au Revoir y Pour vous plaire. La llegada de este tipo de espectáculos, con hermosas mujeres semidesnudas, vestuarios con la suficiente cantidad de plumas como para imaginar la extinción de varias especies de aves, e incluso lo mejor de la alta costura francesa, generó un revuelo importante en el público porteño. El estreno de Paris chic escandalizó a muchos sectores, pero trabajaron siempre con localidades agotadas. La famosa y querida Iris Marga, incluso, llegó a ser una de las vedettes de Madame Rasimi, en una gira por Brasil. “Lo que madame Rasimi enseñó fue el aprovechamiento de los conjuntos y cierto buen gusto en la presentación. De los batallones de auténticas girls que ella traía, educadas militarmente en tradicionales academias de cuerpos de baile, nacieron nuestras girls porteñas, improvisadas bailarinas, que quemaron todas las etapas de la profesión. Ellas, las ‘caras bonitas’, los cuerpos gráciles, las pobres bataclanas de catorce horas de gimnasia diaria y ciento cincuenta pesos mensuales de sueldo, sin contrato y sin defensa societaria, ellas han sido los verdaderos puntales de todas las revistas. Y han hecho también la fortuna de los boleteros”, remarcó Edmundo Guibourg, en su columna del diario Crítica, en aquella época.
En estos nuevos espectáculos, cautivó a los argentinos una vedette que pronto se convertiría en un ícono del género y en el símbolo erótico de la época: la Mistinguett, “la fea de la voz cascada y simpatía impar, que ejerciera extraordinario magnetismo sobre las plateas desde los albores del siglo hasta bien avanzado el mismo... Un torrente de plumas y strass, de rasos y sedas, de lujo y color, ponía deslumbrante marco revisteril a la labor de la diva que, con su papagayo y su mono tití, desembarcó envuelta en espectacular abrigo de pantera”, tal como la definió Osvaldo Sosa Cordero, en su libro Historia de las varietés en Buenos Aires (1972). Claro está, la conciencia del respeto por los animales no existía por aquellos tiempos.
La Mistinguett fue estrella del Casino de París durante cuatro años y llegó a Buenos Aires de la mano de Madame Rasimi, también al teatro Ópera, en 1923. De todos modos, ese debut porteño de la diva francesa del music hall fue eclipsado por la llegada de su antiguo productor, León Volterra, con su compañía del Casino de París, en el teatro Cervantes. “La fallida segunda gira de Rasimi lo fue sólo en términos económicos. El tipo de espectáculo que la modista-empresario introdujera en 1922 había impresionado de manera perdurable al público y revisteros argentinos. A pesar del triunfo de Volterra de 1923, éste será muy pronto olvidado, mientras que la Rasimi y sus bataclanas perdurarán en el imaginario porteño y en su folclore teatral hasta la actualidad”, consigna Gonzalo Demaría en su maravilloso libro Historia de la revista porteña (INT).
El nombre real de la Mistinguett era Jeanne Bourgeois, quien debutó en el Casino de París en 1895, aunque también participó de coloridos espectáculos en el Follies Bergère, el Moulin Rouge y Eldorado. Llegó a ser una de las más populares artistas francesas de su tiempo y la mujer más importante en el mundo del espectáculo galo. No era el prototipo hegemónico de la belleza femenina contemporánea, pero se dice que su presencia era impactante y la belleza de sus piernas fue famosa en todo el mundo. En 1919, sus piernas fueron aseguradas por la enorme cifra de 500 000 francos. Aunque la canción “Mon Homme” (en inglés “My man”) fue popularizada por las carismáticas Fanny Brice y Sara Montiel, Mistinguett fue la primera en grabarla, en 1920 y fue uno de los hits de esta temperamental figura.
También fue la primera en interpretar la canción “Ça c’est Paris”, de José Padilla, considerada el “himno de los parisinos”. Tuvo una larga relación amorosa con su partenaire, el no menos famoso Maurice Chevalier. Sobre su popularidad, alguna vez le dijo a la revista Time Magazine que se debe a que “es sólo una cuestión de magnetismo. Yo digo ‘vengan’ y ellos son atraídos hacia mí”. Estuvo activa hasta sus 50 años y, sin lugar a dudas, impuso un estilo que acopiaron vedettes, tiples y cancionistas durante varias décadas. Aunque su estadía en Buenos Aires fue efímera, fue tal la huella que dejó que hasta hubo una marca de ropa de baño femenina que se llamó “Mallas Mistinguett”.
Su imagen escénica era la habitual de la que debían llevar las vedettes del Music Hall francés de la época: enormes tocados y piezas espectaculares y la presencia de plumas por doquier. Estos trajes y tocados eran muy difíciles de manejar y podían pesar fácilmente 40 o 50 libras. Un artista tenía que estar en buena forma para poder soportar y manipular vestimenta, tocados y complementos y a la par sonreír y lanzar besos al público. Algo que ‘la Mistinguett supo hacer muy bien.
Aquel fue el momento en que la revista local sufrió su primer gran cambio. Los empresarios, productores y autores voltearon su mirada hacia el estilo francés y no la movieron de allí. A partir de entonces, las revistas dejaron su línea argumental para convertirse en una sucesión de sketches, monólogos y números musicales con mucho brillo. Fue el nacimiento de la revista porteña. Ese período de influencia francesa continuó con la llegada al país, en 1925, del popular Maurice Chevalier, un símbolo de las varietés de esos tiempos. El chansonnier debutó en la Chevalier Revista, en el teatro Porteño, acompañado por su esposa y partenaire, Ivonne Vallée. Luego, llegó Randall, quien cautivó a las mujeres con su peculiar estilo y cosechó numerosos émulos locales. Entre los chansonnier criollos, el más recordado es José Bohr.
La tercera figura importante que llegó para sentar tendencia, fue Josephine Baker, la bailarina norteamericana que París denominó “Venus de ébano”. Estaba en pleno apogeo y llegó acompañaba por su marido y representante, el pintoresco Conde Peppino, para lucirse en el teatro Astral con su voz sensual, su coulotte de bananas y su aplaudido charlestón. A ellos se agregaron las figuras españolas de Conchita Piquer y Miguel de Molina, para incorporarse a diferentes espectáculos de revistas. “Las francesas marcaron época, ya que les enseñaron a nuestras bataclanas cómo se debía sonreír siempre y desnudarse artísticamente”, afirma Raquel Prestigiácomo. Como es de suponer, inmediatamente, aparecieron las bromas porteñas al género parisino: Chau, París y Remate del Bataclán, de Contursi y Pibernat; ¿Qué quiere la Rasimi?, Las chicas de Madame Colibrí, Buenos Aires chic o París reo, de Romero, Pelay y Herrera. Pero mientras se burlaban, transformaron al género para fijar estrellas: Florencio Parravicini, Sofía y Olinda Bozán, Elías Alippi, Azucena Maizani, Tita Merello, Domingo Froio, Alberto Anchart, Marcos Caplán, María Esther Gamas, Mario Fortuna, Gloria Guzmán, Fidel Pintos, César y Pepe Ratti, Pepe Arias, Chela Cordero e Iris Marga. Incluso muchos artistas locales imitaron a Mistinguett y a Rasimi, como Leonor Rinaldi, Enrique Giacobino o Luis Vittone, entre otros.
Durante los años 30 hubo un período de transición de fervoroso contenido político y decadencia del ornamento francés. Entretanto, en el período comprendido entre 1935 y 1940, el teatro Avenida, el Cómico, el Corrientes y el Maravillas brindaron una frugal cantidad de revistas picarescas españolas. El género no florecía, precisamente, en ese período en la Península Ibérica, pero el público estaba ávido de piernas hermosas y chistes con doble sentido. Los cuatro elencos más destacados fueron: la Compañía de Sainetes y Revistas Españolas de Rosita Rodrigo y Paco Porta, la Gran Compañía de Revistas Españolas de María Antinea, la de Manolo Casas y la de Celia Gámez. Con nombres representativos como Marcelino Ornat, María Antinea, Sara Guasch, Rosita y Conchita Ballesteros, Aída Galindo, Carmen Olmedo y Pedrín Fernández. Algunos sugestivos títulos que subieron a escena: Las pavas (1935), Las pantorrillas (1935), Las tentaciones (1936), Las de armas tomar (1936), Las faldas (1936), Los inseparables (1937), Las mimosas (1937), Las vampiresas (1939), Lo que enseñan las señoras (1940) y Las tocas (1941).
Ya en los años 40 y 50, la revista era definitivamente porteña. Tal como la definimos antes, sin línea argumental, con pequeños segmentos cómicos, monólogos, canciones, coreografías y chicas con poca ropa. A los mencionados, se sumaron otros nombres de nuevos capocómicos y vedettes: José Marrone, Margarita Padín, Dringue Farías, Fanny Navarro, Humberto Ortiz, Alfredo Barbieri, Rafael Carret, Adolfo Stray, Pedrito Rico, Blanquita Amaro, Amelita Vargas, Gogó y Tono Andreu, Jorge Luz, Xenia Monty, Alicia Márquez, Juan Carlos Mareco y Juanita Martínez.
En 1954, París se volvió a hacer presente cuando el empresario Clemente Lococo contrató para su teatro Ópera al Folies Bergère. Hicieron Folies de París: un megaespectáculo con todo importado, desde su director hasta la última pluma. Entre las figuras que llegaron estaban Xenia Monty, May Avril y Christine Nichí, que se quedaron a vivir en Buenos Aires.
A esa visita se sumó, al año siguiente, la del Lido de París, show al que se sumaron Monty y Avril. Es a partir de entonces, cuando las vedettes argentinas dejaron las mallas color carne para animarse al desnudo. La primera fue Thelma del Río, en El Nacional. En los años 60, ya estaba instalada la reina de la calle Corrientes: Nélida Roca, a quien le disputaría el cetro, a principios de los 70, Nélida Lobato, después de haber triunfado en Francia. Pero eso da para una historia aparte. La catedral del género fue el teatro Maipo (casi exclusivo de la revista porteña), pero también había espectáculos en El Nacional, el Tabarís, el Astral y el Cómico.
Durante los años 60 y 70, se agregaron más luminarias: Tato Bores, Zulma Faiad, Juan Carlos Mareco, Ethel y Gogó Rojo, Susana Brunetti, Jorge Porcel, Alberto Olmedo, Don Pelele, Ambar La Fox, Libertad Leblanc, Mariquita Gallegos, Susana Giménez, Katia Iaros, Délfor Medina, Juan Carlos Calabró, Adriana Aguirre, Moria Casán y Carlos Scazziotta. A su vez, en 1964, llegaron al país las famosas “rockettes” del Radio City, de Nueva York, acompañadas por Jorge Sobral en una mezcla de revista y music-hall titulado Radio City en Buenos Aires.
El género siguió y se “degeneró” volviéndose cada vez más chabacano, machista y grosero. Su apogeo continuó hasta mediados de los ochenta, pero con la llegada de la democracia y la libertad, los argentinos le dieron la espalda a la revista porteña, que murió a pesar de algunos intentos válidos posteriores por revivirla.
Fuentes consultadas:
Calle Corrientes, de Edmundo Guibourg; Historia de las varietés en Buenos Aires, de Osvaldo Sosa Cordero; La revista porteña, teatro efímero entre dos revoluciones (1890-1930), de Gonzalo Demaría; En busca de la Revista perdida. Entre monologuistas y bataclanas, de Raquel Prestigiácomo. Historia del Teatro Musical en Buenos Aires, de Pablo Gorlero; diario Noticias Gráficas, 11 de noviembre de 1953, nota de Enrique H. Puccia; y diario Clarín, 18 de febrero de 1990, entrevista de Norberto Rizzi.
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