¿La revista ha muerto? De Sex a Flavio Mendoza y el Bailando, los herederos del género lo mantienen vivo en la TV y los escenarios
La trama posible de un género que siempre intenta volver a los grandes escenarios mientras sus huellas se pueden encontrar en ámbitos muy distintos a los de su tiempo de esplendor
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La revista porteña como tal ha dado, y sigue dando, una amplia variedad de historias y anécdotas. Determinar su punto de partida en la cartelera local parecer ser algo relativamente sencillo (aunque siempre hay interpretaciones diversas). De hecho, fue el tema de la nota de hace unas semanas atrás en la que se destacaba la llegada de las bailarinas de Ba-Ta-Clan, de París, en 1922 como posible kilómetro cero de esta historia. Hay cierto acuerdo en señalar que entre su período de esplendor ocurrió entre los años 40 y 70. Pero es mucho más complejo marcar el fin de este período de una propuesta que, en su momento, fue considerado menor por cierto sector social y, aun, por los medios de la época que miraban con cierto recelo a esos números con hermosas mujeres ligeras de ropa, numerosos elencos y la presencia de un monologuista que apostaba por el humor.
Aunque todo aquello parece ser cosas del pasado, el género revisteril, sea desde la perspectiva del humor político que encaraban mayoritariamente los capocómicos o la de las deslumbrantes vedettes, sigue apareciendo en los escenarios, aunque ya en formatos en los que se mezclan con propuestas de varieté, el music hall, números coreográficos que podrían haber sido parte de un espectáculo de revista o las diversos espectáculos de stand up que pululan en la cartelera porteña (y de Carlos Paz, Mar del Plata o donde imaginemos). En cualquiera de estos shows ya no hay marcos escenográficos espectaculares, vestuarios con plumas de faisán importadas, grandes escalinatas para el número final: es la forma que tiene la revista de resetearse y no quedar como parte de un pasado pisado.
Actualmente, en la cartelera porteña no hay ningún espectáculo que se presente como “revista”. No hace tanto tiempo esto no sucedía. En Mar del Plata, a fines de los noventa y hasta mediados de 2010, las producciones de Nito Artaza y Miguel Ángel Cherutti (Lo que el turco se llevó, con Graciela Alfano; Tetanic, con Moria Casán e Isabel Sarli; Cantando bajo la deuda, con Casán y Alfano) y la compañía encabezada por Carmen Barbieri (con obras como Barbierísima, Escandalosas o Vedettísima) fueron un clásico de las temporadas de teatro de verano en La Feliz. En la última temporada en esa ciudad, Artaza volvió a apostar por el género con Argentina, la revista junto a Luisa Albinoli y elenco. Pero si durante las décadas anteriores las producciones de Artaza-Cherutti solían liderar la tabla de espectáculos más vistos, no pasó lo mismo. Tampoco La revista de Cocodrilo, en Carlos Paz, fue uno de los montajes que hayan marcado una tendencia en la villa durante la última temporada.
¿Será que habrá buscar el legado de todo aquello en algunos cuadros coreográficos de Sex, la propuesta de José María Muscari en la que trabajan Valeria Archimó y Celeste Muriega, dos bailarinas de amplia trayectoria en espectáculos de revistas? ¿O, tal vez, la “posrevista” viva en las trasnoches de Club 69, las Fiesta Plop o las distintas versiones de La Bresh? ¿Lo que en algún momento representaron los capocómicos se trasladó a los diversas formas del stand up?
Por lo pronto, una de las líneas argumentales de ATAV 2, la telenovela de eltrece ambientada en los ochenta, hace foco en la revista porteña. En la ficción, la actriz Justina Barrios interpreta a un chica llegada del Mar del Plata que, de buenas a primeras, termina en un escenario luchando por el estrellato con el personaje de Andrea Rincón, otra actriz que supo ser parte de espectáculos de revista. Hace unos días, la telenovela de Polka hizo una creativa reedición de “la guerra de las vedettes”, en la que cuatro vedettes de la época se sacaron chispas en un almuerzo de Mirtha Legrand en 1980 (tiempos de las revistas de Jorge Porcel, Alberto Olmedo, Moria Casán, Zulma Faid y siguen los nombres). Increíble pero real, en algunos programas de la tarde, durante esta semana, se sigue hablando de la guerra de las vedettes cuando, en verdad, ese campo minado (real o sobreactuado) es parte del pasado.
Del los grandes escenarios a la pantalla chica (y viceversa)
Así como a lo largo del tiempo la revista pasó de los grandes escenarios de los teatros de la calle Corrientes a escenarios de menores dimensiones, ya en su momento de esplendor aquello tuvo tanta importancia que se trasladó a la pantalla chica. En 1952, época dorada del género, se emitía el programa Tropicana Club por el cual pasaron muchas de esas vedettes que, en el número final, descendían por una gran escalinata sin bajar nunca la mirada. La gran Nélida Lobato, por todos reconocida como la vedette de mayor talento como bailarina, también formó parte de la televisión. De hecho, ganó un Martín Fierro por el programa Espectaculares (también formó parte de Rolando Rivas, taxista y estelarizó El mundo de Nélida Lobato).
El paso de la escena a la TV no solamente fue territorio exclusivo de las mujeres de la revista. Así como Tato Bores fue a lo largo de una década el capocómico de varios espectáculos, la pantalla chica siempre fue su otro campo de batalla creativa, otra forma de analizar desde el humor la realidad, apelando siempre a ese modo de hablar rápido que lo caracterizaba. “En un principio empecé a hablar rápido porque no me dejaban estar mucho en el escenario. Además, en esa época éramos muchos los actores que formábamos un elenco. Después, cuando inicié mi programa en televisión, hace 19 años, los monólogos resultaban un poco extensos y para poder decir todo lo que estaba escrito también había que hablar rápido”, reconoció el genial Tato en una nota de LA NACION de 1980.
Enrique Pinti fue otro claro referente del humor político. En 1976, trabajó en El Maipo de gala, bajo la dirección de Gerardo Sofovich, junto a Osvaldo Pacheco, Carmen Barbieri y Thelma Stefani, entre otros. Luego de haber pasado por el teatro independiente y el café concert, en 1985 estrenó en el teatro Liceo Salsa criolla, un musical humorístico que se iniciaba con un monólogo político y en que cada cuadro estaba vinculado con un número musical con ocho bailarines y dos actores. Aquel montaje tendía puentes con la estructura de la revista y fue un fenómeno de público que llegó a realizar más de 3000 funciones, llevó a más de 3 millones de espectadores durante nueve años en cartel. Paralelamente, en 1992, mucho antes de la llegada de los Kirchner a la Casa Rosada, hizo un programa de humor político en la televisión que se llamó Enrique Pinti y los pingüinos.
El genial Pinti dejó perlas de una actualidad indiscutible. En el espectáculo Pingo argentino, de 2007, reflexionaba sobre lo que llamaba el “germen extranjerizante del argentino”. “Cuando un país pierde su unidad monetaria pierde todo. Porque no podés tener la misma moneda de la primera potencia del mundo cuando vos sos el culo del mundo y le debés a esa potencia cientos de miles de dólares”, decía con ese estilo desenfrenado que lo caracterizaba. El monólogo está disponible en YouTube. Cuando quien escribe estas líneas visualizó ese material estuvo precedido por la publicidad de una fuerza política que promueve la dolarización de la economía. Tato Bores hubiera dicho: “Vermouth, papas fritas y good show”.
Más acá en el tiempo en distintas ediciones de ShowMatch, el programa de la factoría de Marcelo Tinelli, varias veces se hicieron escenas icónicas de comedias musicales, género mucho más vigente que la revista, y algunos números de decidido estilo revisteril. Por ahí pasó, entre tantos otros, Flavio Mendoza, bailarín y coreógrafo tan cercano a las artes circenses como a los grandes números de la revista.
De metamorfosis e intentos diversos por volver
Volvamos al teatro de revista. A una de sus catedrales. En 1995 el gran productor Lino Patalano se mandó uno de las suyas: estrenó Viva la revista en el Maipo, un gran montaje con un equipo creativo a cargo de José María Paolantonio, Renata Schussheim, Graciela Galán, Oscar Araiz, Ricky Pashkus y Cecilia Narova. La propuesta tuvo críticas dispares y un punto en común: resaltar el trabajo de “la bataclana” María José Gabin. Y hubo otro “detalle” no menor: el debut en el teatro llamado “la catedral de la revista” de Cris Miró.
Vayamos por parte. La “bataclana” venía de los típicos reductos del under de los ochenta. Fundamentalmente, en el mítico Parakultural. María José Gabin era una de las integrantes del grupo Gambas al Ajillo junto a Alejandra Flechner, Verónica Llinás y Laura Market. Si en décadas anteriores “las Nélidas” (por Nélida Roca y Nélida Lobato) fueron las vedettes icónicas del Maipo y El Nacional, estas mujeres desbocadas de vientos huracanados fueron las diosas de aquel subsuelo húmedo de San Telmo en el cual reivindicaba a los llamados géneros menores (otro amplio abanico compuesto por el varieté, el clown, el circo y la misma revista). “En conjunto y cada una por separado, fueron y son las mujeres más bellas que se han visto en el escenario”, escribió Alejandro Urdapilleta en el prólogo del libro “Las indepilables del Parakultural”, una especie de biografía no autorizada de Gambas al Ajillo escrito por Gabin. En el número de “Las monjas”, estas estrellas estrelladas vestidas con sus hábitos iban despojándose de la ropa mientras cantaban un tema muy clase B como si fueran copias fallidas de una número del Maipo. “Aquel baile erótico de baja calaña enardecía a las fieritas que, ávidas de sexo cómico, llegaban como anchoas y se iban como pejerreyes”, escribió la actriz. Lo concreto es que Patalano reparó en ella para el marco espectacular de Viva la revista.
Junto a la chiquitita del Para, en el escenario del Maipo tenía su número Cris Miró. Patalano la había descubierto en otro sótano: el de pub gay Gasoil. “Debutó sin hacer explícito que era travesti. Era sotto voce. Era gracioso ver si la descubrían. Cris nunca fue obvia, como un montón de gente que conocemos hoy. Cuando empezó, no usaba tetas. Y eso le daba el triple de valor, porque ese es el verdadero transformismo. Ella abrió las puertas no solo por ser una artista, sino por su finura. Tenía nivel y sofisticación. Era una señora”, la recordaba así el genial Lino Patalano en una recopilación de historias que figuran en la página del teatro Maipo. “De no ser nadie pasó sin transición a las luminarias. Era una Cenicienta trans que empezaba a vivir un cuento de hadas heterosexual”, reflexiona el periodista Carlos Sanzol en el libro Hembra, dedicado a esta dama fallecida en 1999. Cris Miró (Gerardo Elías Virguez, como decía su primer DNI) marcó un época en el mundo del espectáculo y en lo que hace a la reivindicación de los derechos trans. Su punto de partida para el gran público fue justamente en el escenario del Maipo, un escenario en el cual lo lógica machista y patriarcal era la norma.
Mientras en el Maipo se presentaba esta propuesta en la escena alternativa, a principio de la década del 90 se gestó el grupo El Descueve con Carlos Casella, Mayra Bonard, Ana Frenkel, María Ucedo y Gabriela Barberio, quienes solían presentar sus propuestas en antros de la época como Cemento y el mismo Parakultural. Cuando estrenaron Todos contentos, Carlos Casella cerraba el espectáculo cantando. Desde ese momento, las propuestas de este grupo clave en la danza contemporánea empezaron a indagar en una suerte de musical alternativo sensual, fantasioso, salvaje, en las que las bailarinas del grupo se transforman en especie de empoderadas Nélidas Lobato de la escena alternativa.
En coincidencia con los que sucede actualmente en Club 69 o La Flop, en sitios claves de la nocturnidad de los ochenta y los noventa algo de aquel espíritu de la revista también formaba parte de la identidad de lugares como Morocco, El Dorado, Ave Porco o Babilonia. Ninguno de esos sitios emblema de aquellas trasnoches tan creativas llegó a este milenio. En paralelo, así como la dupla Artaza-Cherutti, la misma Carmen Barbieri, o Lino Patalano en diversos momentos de estas últimas tres décadas intentaron con éxito (o sin él) que la revista volviera a los grandes escenarios, se les sumó una figura de peso: Adrián Suar. En 2005, estrenó en el teatro Ópera Revista nacional. Contó con un elenco de peso y coreografías de Oscar Araiz y Mauricio Wainrot. Miguel Ángel Rodríguez hacía de un viejo capocómico que remitía a Dringue Farías; Romina Gaetani asumía el rol de vedette; junto a ellos estaban Florencia Peña, Víctor Laplace y Griselda Siciliani, entre otros. Tampoco funcionó.
Carlos A. Petit fue uno de las grandes personalidades de la revista en su época de oro, el impulsor de figuras como Nélida Lobato, Susana Giménez o Zulma Faid. Alguna vez le consultaron sobre la permanencia del género: “El campo de acción de nuestros espectáculos es limitado; sus posibilidades, menores que las de otros géneros –reconoció este creador y productor fallecido en 1993-. Pero siempre habrá gente que quiera divertirse de noche”.
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