La ópera según Broadway
La particular adaptación de la gran obra de Puccini estuvo a cargo de Baz Luhrmann, el director de "Moulin Rouge"
NUEVA YORK.- Se los ve casi a toda hora, parados en fila a pocos metros del cruce entre Broadway y la calle 53, dispuestos a soportar a la intemperie la crudeza del invierno neoyorquino más allá de lo razonable con tal de lograr su propósito.
El precio por pagar es elevado, si a esa impiadosa espera a merced del viento y del frío hay que sumar entradas cuyo costo va de los 40 a los 90 dólares. Pero todos aceptan esas condiciones con tal de obtener, al final de la espera, el privilegiado acceso a uno de los lugares más codiciados por estos días en el interior de la Gran Manzana.
No es "La Bohème" el único espectáculo musical de Broadway que lleva hoy a residentes y visitantes a sobrellevar cualquier complicación con tal de lograr el pasaporte a la función. Escenas como la descripta se repiten a diario frente a las salas donde se representan "°Mamma mia!", "Hairspray", "The Producers", "Aida" o "El rey león".
Pero de entre todas las producciones top de la actualidad en Broadway, la adaptación de la gran creación de Puccini es por varias razones el hecho del momento. Aquí se mezclan la audacia, el respeto de ciertas tradiciones casi inalterables y la esencia de dos géneros que tienen tantas razones para acercarse como para marcar sus diferencias.
"Antes del estreno, muchos pensaban que lo que estaba por hacer era un suicidio colectivo. Y yo, debo confesarlo, no estaba lejos de esa idea", confesó hace unos días Baz Luhrmann, que dirigió en cine "Romeo + Julieta" y la premiada "Moulin Rouge" antes de acometer el desafío de traer hasta Broadway su versión de "La Boheme".
Si el realizador australiano no escatima nada al describir la magnitud del salto que estaba dispuesto a dar es sobre todo porque había resuelto desafiar una parte esencial del canon que rige la vida de Broadway y respetar en su versión original, en italiano, el argumento escrito por Giuseppe Giacosa y Luigi Illica.
Esta "Bohème", pues, se representa, contra la tradición de Broadway, en italiano y con traducción simultánea al inglés que pueden leerse en pantallas ubicadas sobre el escenario y a ambos costados de éste. "El lenguaje es parte constitutiva de la obra y necesita ser cantado en italiano para respetar su esencial resonancia con la música", explica Luhrmann.
Eso sí, en la preproducción de la obra el realizador decidió que la traducción al inglés fuera lo más actualizada posible a fin de que el público más joven tuviera un acceso inmediato, desde la palabra, al sentido profundo de la obra. Es por eso que hay risas cada vez que en la pantalla aparece en inglés una palabra de tono subido o algún gesto de sorpresa para el espectador ya curtido cuando en lugar de un carruaje se habla de un automóvil Rolls Royce.
Es que Luhrmann, aunque en esencia mantuvo inalterable la trágica historia de amor de Rodolfo y Mimí sin salir de París, traslada la acción (originalmente planteada en la primera mitad del siglo XIX) al universo no menos vibrante, intelectual y romántico de la rive gauche en 1957. "Es la ciudad de los clubes de jazz y de los cafés frecuentados por Sartre y Sagan. Y también es un tiempo en donde también alguien puede ciertamente morir de tuberculosis", señala Luhrmann en el programa de mano.
En esas notas también puede descubrirse la razón principal que llevó al realizador a trabajar largamente en un proyecto que nació hace 13 años cuando la Opera de Sydney le encomendó una nueva presentación escénica de lo que, para muchos, es la obra lírica más popular de todos los tiempos.
"En 1990 y también hoy me he planteado la misma pregunta -escribe Luhrmann-: ¿cómo hacer de esta ópera algo tan directo, accesible, entretenido y capaz de identificar tanto al público como lo que ocurrió en el estreno de 1896? Después de todo, en aquél tiempo la ópera en Italia era un entretenimiento masivo, como la televisión de esa época".
Luhrmann se anima a romper las barreras que existen entre la ópera y el musical o, mejor aún, a mostrar que la frontera entre ambas es muy exigua. Lo hace una vez más con la ayuda de su esposa, la escenógrafa y diseñadora de vestuario Catherine Martin, que aprovecha hasta el último resquicio de un escenario ciertamente diminuto.
Y si por un lado los espectadores más fieles al origen lírico de la obra reciben de parabienes una puesta que parte de los elementos que la inspiraron (empezando por el idioma), aquéllos más habituados al concepto más "moderno" del musical encuentran en la puesta atractivos elementos vanguardistas.
Considerando que esta presentación escénica se remonta a 1990, no es difícil apreciar aquí algunos de los elementos básicos que, luego perfeccionados, Luhrmann llevó casi hasta el paroxismo en su visión cinematográfica de "Moulin Rouge".
Así como en el film, aquí también los personajes se mueven muy cerca de los techos luminosos de la zona más vital y romántica de la Ciudad Luz. Aquí, la buhardilla en la que conviven Rodolfo, Marcello, Schaunard y Colline es una plataforma metálica giratoria y rodante ubicada en el centro del escenario, que en uno de sus lados exhibe, en caracteres gigantescos, una expresión (L`amour) familiar para quienes vieron "Moulin Rouge" en el cine.
Todo ocurre aquí a telón abierto. Al ingresar, la plataforma metálica que semeja el ático de los bohemios ya está instalada. En cada ángulo, un operario asistirá sentado y en silencio a la representación del cuadro inicial hasta que llegue el momento de desplazar la plataforma hacia las bambalinas y guardarla hasta el cuadro final.
El segundo cuadro, en la Nochebuena del Barrio Latino, es un derroche de luces y movimiento alrededor del Café Momus, con personajes instalados en los palcos más cercanos al proscenio (transformados en ventanales) y un desfile en el que no faltan acrobacias, niños patinando y colorido cotillón.
Y en el tercer cuadro, la acción -en la que se vislumbra el trágico desenlace- ya no se desarrolla en el amanecer invernal de la Barrière d`Enfer, sino en el punto de control de aduanas de la frontera franco-belga.
Todos los cambios de escena (señalados así en los paneles de subtítulos) se desarrollan sin que el telón se cierre. Y los artistas entran y salen del escenario, probándose vestuario e intercambiando comentarios a la vista del público, que recibe sorprendido el saludo de alguno de los intérpretes.
En la interpretación de la impar partitura de Puccini pueden verse de la mejor manera los puntos de confluencia (y también de distancia) que se establecen entre el musical y la ópera. Ocultos casi por completo dentro de un foso que más bien parece una jaula, los 26 músicos dirigidos por el griego Constantine Kitsopoulos acompañan por destreza a los cantantes, pero sin la relevancia que adquiriría musicalmente cualquier puesta de "La Boheme" en algún teatro lírico de fuste.
El desempeño de los cantantes, a la vez, es impecable en términos vocales y actorales. Todos ellos tienen entre 20 y 30 años y fueron elegidos mediante un casting que Luhrmann hizo durante dos años, entre 2000 aspirantes, en varios lugares del mundo.
Pero la imprescindible rotación de voces en los papeles protagónicos para garantizar ocho representaciones semanales aleja, desde la visión de algunos observadores, la posibilidad de que alguno de los intérpretes brille con luz propia. Es habitual que quienes reciben referencias de algún cantante y aspiran a escucharlo se encuentren, en la función elegida, con otra voz. De hecho, hay tres cantantes diferentes para el papel de Rodolfo (Alfred Boe, Jesús Garcia y David Miller), dos para Marcello (Eugene Brancoveanu y Ben Davis), tres para Mimi (Lisa Hopkins, Wei Huang y Ekaterina Solovyeva) y dos para la casquivana Musetta (Jessica Comeau y Chlöe Wright).
Las expectativas generadas desde el comienzo para una puesta que costó siete millones y medio de dólares fueron tan fuertes, que ya desde el comienzo se augura una vida en escena para "La Bohème" tan extensa como los títulos más longevos de la cartelera musical local.
Antes de su estreno oficial, el 8 de diciembre último, "La Bohème" había generado ingresos por reserva de tickets que superaban los tres millones de dólares. Ahora, la concurrencia se estabilizó en unos 770.000 espectadores promedio por semana y un 90 por ciento de la capacidad de la sala ocupada.
Luhrmann, que se encuentra ahora en Jordania trabajando en su nueva película (la vida de Alejandro Magno, protagonizada por Leonardo DiCaprio), piensa volver a Broadway en un par de años para adaptar al formato de Broadway su primer film, "Strictly Ballroom". Cuando llegue ese momento, a nadie extrañará que aquí se siga hablando del éxito y la vigencia de esta "Bohème" que hoy se encuentra en boca de todos.
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