La ópera como experimento musical
Proyecto Microóperas. "Tornando al rojo", de Jorge Horst. "Establishment", de Ruy Krieger. "Raptos", de Cozarinsky. Función del sábado 15, en el Centro de Experimentación del Teatro Colón.
Nuestra opinión: bueno
"Microóperas" es un espectáculo que hace honor al sentido primero del Centro de Experimentación del Teatro Colón. Si `probar y examinar prácticamente la virtud y propiedades de algo´ es la primera acepción de "experimentar", esto es lo que ocurrió en el CETC. En esta ocasión, se trató de observar qué ocurriría con una ópera si se la redujera en tamaño, en todo sentido: no más de tres personas en el escenario y hasta 30 minutos de duración.
Además, se decidió que los responsables de trabajar con estas reglas de juego no provinieran del campo de la ópera. En esta segunda parte del ciclo (por separado, se vio antes una propuesta originalmente planteada por el cineasta Martín Rejtman, pero resuelta por el compositor Marcelo Delgado) estuvieron Jorge Horst, compositor rosarino, el artista visual Ruy Krieger y el director de cine y escritor Edgardo Cozarinsky. Para sumar aún más diversidad, se trata de tres artistas provenientes de distintas generaciones.
Ninguna de las tres obras es, en términos estrictos, una microópera. Sólo Krieger utiliza el canto lírico en forma muy acotada y aislada, mientras que Horst renuncia a la palabra y Cozarinsky, al canto. Evidentemente se trata de un género que continúa siendo problemático para los artistas contemporáneos.
"Tornando al rojo" de Jorge Horst dispone en la punta del escenario a tres instrumentistas, Federico Landaburu en clarinete bajo, Alvaro Suárez Vázquez en corno, Hugo Migliore en trombón y un actor, debajo de él, Pablo Ruiz Seijo. Inmediatamente detrás de ellos, una pantalla proyectará, como una incrustación en el medio de la pieza, un video de Benton Baindbridge. Tanto las imágenes como los sonidos instrumentales son abstractos y austeros. Tampoco hay texto en la voz de Ruiz Seijo, sino respiraciones, susurros y gritos contenidos, de un modo que, simplificado, recuerda al usado en el "Lohengrin" de Sciarrino.
Según el programa de mano, la obra se propone como "un continuum que atraviesa los cuatro elementos (aire, agua, fuego, tierra)". Estos elementos se hacen explícitos, tal vez en forma demasiado literal, a través de una parte electroacústica. Efectivamente el soplo, el agua y el fuego ordenan la sucesión de escenas, presentados en forma naturalista, sin procesamiento. La cinta, también invoca, en forma mas sutil, a un cierto imaginario indígena, con un parche que resuena, hipnótico y algunas voces procesadas.
El tiempo moroso, las duraciones largas, hacen de "Tornando al rojo" una rara experiencia teatral, dominada por un ritmo dramático, extático, que por momentos puede generar tensión, pero en otros queda al borde de la dispersión.
Ruy Krieger, artista surgido de los talleres de Guillermo Kuitca, se centra en un film basado en la ópera "Rosa, la muerte de un compositor", del holandés y minimalista Louis Andriessen. Curiosamente, en el programa de mano no se informa que el libreto y la puesta en escena de esta ópera pertenece al cineasta Peter Greenaway. No es un dato menor: el imaginario visual propuesto por Krieger -lúdico, disparatado, en la estética de "Todo por 2 pesos"- adquiere diferente sentido si se recuerda que la historia fue pergeñada y llevada a la escena por el revulsivo autor de "El vientre del arquitecto". Krieger desplaza su acción a un lateral del CETC, devenido establo equino. Allí se contará la historia de un compositor que sueña a su vez con el éxito -amoroso y artístico- de un jockey devenido disck-jockey. Si el clima general es el de un divertimento, que podría remitir a la vieja ópera bufa actualizada (hasta por su carácter de pasticcio), en los dos momentos vocales de la performance de Krieger (que se hizo cargo de la música basada en la de Andriessen) se pone respetuoso y presenta dos dúos con todas las de la ley, dejando en todo caso la comicidad a lo que los rodea, por ejemplo, el típico hogar a leña para escenas de amor, proyectado en la pantalla de video.
Por último, Cozarinzky puso en escena para "Raptos" al bandoneonista Pablo Mainetti (autor de la música) para, desde allí, proponer tres viñetas que atraviesan 50 años, personificadas por un hombre y una mujer (Sofía Mazza y Gonzalo Heredia) y cuyo tema común es la pulsión de Eros y Tánatos, del sexo y la muerte. La primera produce el anclaje con el tango: en 1925 en un prostíbulo de la provincia, un bandoneonista rapta a una prostituta llegada del exterior. La segunda se traslada a 1950, en medio del discurso patriótico militarista del Año del Libertador San Martín, invocado a través de una propaganda radial, el segundo rapto se produce dentro de un asilo psiquiátrico. El cierre en 1970 es el de un hombre vencido por el fracaso y la droga que recibe la visita de una mujer, que puede ser todas las que tuvo en su vida y, también, la muerte que viene a raptarlo.
La fuerte presencia icónica del bandoneón (incluido su sonido), más el vestuario, les dan a la obra un fuerte carácter tanguero. Cozarinsky apela a la palabra para guiar la acción y suma la coreografía de Marcelo Carte. Dentro de la brevedad de la obra se generan imágenes que remiten al mundo cinematográfico de Cozarinsky. Pero el tiempo le juega en contra: las partes pierden intensidad debido a lo fugaz de cada una de ellas.
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