La obra de teatro subterránea que se convirtió en un fenómeno global
Un poyo rojo, que nació en una pequeña sala en los márgenes del off porteño, ya fue vista por más de 200.000 espectadores y son furor en Francia
La historia del espectáculo Un poyo rojo tiene algo de contracara de esos relatos de emprendedores que de la nada pasan a una fama con buena billetera y reconocimiento internacional. Es que, más del reconocimiento logrado, ninguno de estos tres creadores del espectáculo que se la pasa girando por el mundo con un éxito enorme se la cree.
Expliquemos un poco de qué viene esto: nació como un número de varieté a cargo de los bailarines Nicolás Poggi y Luciano Rosso, pareja en aquellos tiempos, cuyo punto de partida era la riña de gallos, el pavoneo y el cortejo entre dos aves. En algún momento sumaron a Hermes Gaido para que ordenara el caos y fue él quien sumó elementos de la danza y del teatro. El estreno fue en abril de 2008 en la desaparecida sala Pata de Ganzo. No tuvieron prensa ni crítica ni nada de esas cuestiones. Aquello sucedió en los márgenes del off, circuito siempre encendido en términos de creatividad y capacidad de gestión.
Es Luciano quien cuenta la (pre)historia de esta historia: "Un subsidio de Prodanza de 8000 pesos nos sirvió para comprar un locker usado y alguna ropa de feria americana. También le pagamos a Pedro Canale para que nos haga la música que justo antes de estrenar fue reemplazada por una radio en vivo porque nos permitía saborear mejor el riesgo de la escena".
Al año hubo cambio en la granja: se fue Nicolás y entró Alfonso "Ponchi" Barón. Se habían conocido en Tecnópolis. Hermes y Luciano venían de Choque Urbano y Urraka!. Ponchi estaba en La idea fija, la obra de Pablo Rotemberg, y el Combinado Argentino de Danza. En el Teatro El Perro, de Chacarita, Un poyo rojo hizo 8 temporadas. Eso era fiesta con gente que llegaba a un teatro ubicado en una esquina que ni tenía un cartel identificador. Eso era energía expansiva de un lado y del otro de la famosa cuarta pared. Lo que ponían (y ponen) el cuerpo en escena presentaban la obra de este modo: "En un camarín de deportistas dos hombres participan de un hilarante ballet. Dos chicos entran ahí, examinan sus casilleros, se miran de reojo el uno al otro. Largos y delgados, secos y musculosos, se examinan y se juzgan. Dos gallos antes de la batalla. Ni un solo texto, ni música. Miradas, una pequeña radio, y finalmente la pelea. Una danza frenética, una competencia deportiva, una pelea de perros".
Enterados por amigos en común del fenómeno poyo en El Perro, una de esas noches cayeron dos productores franceses que viajaron hasta acá para ver de qué se trataba todo esto. A los dos meses estos señores programaron la obra en el Festival Off de Avignón. La operatoria tuvo lo suyo: les alquilaron una capilla del siglo XVI devenida teatro, una casa en las afueras de la ciudad amurallada para que se instalaran allí, les pagaran un cachet y les dijeron: "Tienen que hacer 24 funciones en 24 días".
Es Ponchi el que cuenta esa otra historia: "Había que salir todos los días a la calle con los shortcitos a volantear. Capaz que a las 10 ya estábamos en un meting point del festival, de ahí a la coreo de Lía Crucet sobre el cemento, luego Luciano hacía un playback en otro lugar y a las 6 de la tarde hacíamos la función. Terminábamos y nos íbamos en bicicletitas repartiendo panfletos ya en onda basta. Pero fue lindo. Nosotros venimos del laburo, sabemos de eso".
Al cuarto día del estreno, el medio por excelencia de Avignón le puso 5 estrellas y El poyo... explotó. El comentario crítico afirmaba que cada año llega un ovni al festival, un espectáculo tapado que la rompe. Un poyo rojo era el ovni de ese año. Desde ese momento la obra tomó otra dimensión en la granja de la aldea global. Acá, también. Luego de las temporadas en El Perro se mudaron a El Galpón de Guevara. Fue la primera que pudieron lograr algo de dinero en estas tierras. Salían de la sala, se iban a cenar y volvían en taxi a sus casas. Otra realidad cercana a la ciencia ficción.
Fuera del país la obra ya pasó por 16 países, en lo inmediato tienen previsto otros 4, hicieron más de 1000 funciones, tuvieron más de 200.000 espectadores. Pocos espectáculos argentinos deben tener tanto millaje. En Francia hicieron funciones en salas pequeñas de comarcas pequeñas hasta teatros de 800 localidades. En el mítico Théâtre du Rond-Point, de París, ya son como de la casa. El diario Liberation afirmó: "Este romance de tipo caricatura lleva el arte de la payasada a primer plano". Hace algunos semanas pasaron por Buenos Aires en medio de una gira sudamericana. Ahora están en España. El año terminará en Finlandia con -40°C.
Casi sin proponérselo, sin promoción, con una producción atada con alambre y con hambre de escena, este número de varieté de los inicios terminó instalando el sello de teatro físico aunque una revista francesa los puso en tapa anunciándolos como "danse hip hop", y la Time Out le puso 4 estrellas con un comentario que termina así: "Si no estás bailando al final, será porque estás demasiado absorto en lo que sucede en el escenario". Como la obra en sí misma tiene algo de inclasificable, este año estuvieron en Montreal en un festival en donde están los grandes creadores del arte circense contemporáneo, pero también fueron programados para el Mime Festival de Londres y varios festivales de teatro (volvieron a Avignón, estuvieron en Edimburgo y siguen los nombres). Y como entre estos dos chicos secos y musculosos circula energía, Un poyo rojo fue programado en festivales queers.
Esta verdadera rareza del circuito alternativo porteño tiene un elemento de marketing casero que, si bien no está estudiado, debe ser muy efectivo en su construcción de audiencia. Es que Luciano es algo así como el hombre de las mil caras que desde chico se la pasa haciendo fonomímica. En una especie de bonus track, Un poyo... termina con el número de "Un pollito pío", a cargo de Luciano. Ese video en YouTube tiene más de 10 millones de visualizaciones. En un reality de Perú se convirtió en el rey del playback. Del Cirque du Soleil lo vienen buscando de hace rato. Pero él sigue poyeando en modo rojo. Hace dos meses, del Cirque lo volvieron a conectar. Junto a Ponchi harán un dúo en un evento en París. "Son choluleadas lindas que no dan plata", dicen.
Desde hace unos años viven en París. Tienen una visa de trabajo que renuevan anualmente. Tienen dos equipos de producción: uno francés y el local, Timbre 4. El plan para el año próximo es armar una escuela de teatro físico en París que oficie de lugar de formación, de creación, un lugar en donde poder alojar otras compañías y tener un lugar de producción propio. Más allá de giras están armando una nueva obra a la que se sumará Nicolás Poggi, el poyo de los inicios. Jean-Michel Ribes, el director del Théâtre du Rond-Point, les ofreció la sala principal. Del Complejo Teatral de Buenos Aires también los llamaron. Cuando Hermes se encontró con ese mítico señor de la escena francesa que dirige la paqueta sala parisina no le llevó la típica carpeta con el detalle completo como hacen los grupos hechos y derechos. "Somos como unos tarados que terminamos rompiendo con lo que debería ser 'el mercado del arte'", confiesa Ponchi.
Un poyo rojo pasó a ser también el nombre de la compañía. No sería raro imaginar que así se llame la escuela. Pero hay un solo problema en esta historia: si Ponchi Barón o Luciano Rosso llegan a perder los dos shortcitos vintage que usan no tienen por ahora otros de repuesto.
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