La noche oscura, una excelente ensoñación entre vivos y muertos
Esta “tragedia santiagueña” de Eugenio Soto es una de las mejores propuestas teatrales del off porteño
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★★★★★ Dramaturgia y dirección: Eugenio Soto. Intérpretes: Pedro León Alonso, Paula Baigorrí, Lucas Delgado, Darío Pianelli, Blanca Vilouta Rando. Iluminación: Aquiles Gotelli. Vestuario: María Silvia Pérez Luzuriaga. Escenografía: Nicolás Botte, Félix Padrón, Eugenio Soto. Sala: Teatro del Pueblo. Lavalle 3636. Funciones: Sábados, a las 19. Duración: 85 minutos.
Una mujer ha muerto atragantada por una espina de un pescado que le cocinó su hijo. La muerta afirma que el hijo lo hizo adrede para quedarse con su rancho, venderlo y huir. El hijo afirma que fue accidente. Es así. Aquí, muertos y vivos conviven de forma natural. “Tragedia santiagueña” dice ser La noche oscura y, sin embargo, parece de esas tragedias que ocurren después de lo trágico, esas que se mezclan con la farsa, esas tragedias que se repiten y que reverberan en sus infinitas entradas posibles y que terminan pegando en el aquí y ahora.
Un árbol, un rancho, una tabla, todo de excelente factura así como el cuidadísimo vestuario enmarcan la puesta. Más interesante que todo esto es el uso del espacio, la profundidad que propone, las formas de encontrar recovecos en la sala y darnos la sensación de que en cualquier momento puede aparecer algo nuevo. Porque, al promediar la obra, el espectador entiende que está metido en un sueño de siesta, donde empiezan a abundar las repeticiones, las situaciones que se comprimen, un lenguaje musical a partir de un recurso básico: rimas por el uso de poner al final de la oración el verso en infinitivo. Así, lo que se produce no es el lucimiento dramatúrgico en el que uno ve la pluma del autor sino una cadencia rítmica de la que se adueñan los personajes. Hay abundantes referentes literarios, desde San Juan de la Cruz a Rulfo, pero la unión de elementos es aquí profundamente original. Porque este es un trabajo, también, de laboratorio, en el que hay algo propio de los actores que se comparte y que revaloriza la presencia viva. Tragedia a fuego lento, avanza inexorable y crece en nosotros, con canciones a guitarra y bombo, con abundantes risas. Eugenio Soto había armado en su obra anterior, Bufarra, un asado en escena. Esta vez armó una peña folklórica y encontró formas de abrirla al público y hacerlo participar respetando los protocolos actuales.
La noche oscura puede pensarse como una tragedia de venganza. El problema básico de las tragedias de venganza es dónde terminan. La madre, muerta, quizás asesinada, quiere matar al hijo y por eso se resiste a ser enterrada. Pero cada nueva muerte traerá una nueva venganza. Y en eso, la obra blande su advertencia. Las pasiones de los muertos siguen oprimiendo el destino de los vivos que viven peleados y se transforman en tierra fértil para ser devorada por los de afuera. En un final de fiesta, alegre, triste y hermoso a la vez, la obra propone un mecanismo para seguir masticando lo visto más allá de la sala teatral. Nos recuerda, también, lo que es salir henchidos de teatro, de haber sido parte de algo que no entra en ninguna pantalla.
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