La muerte en el mundo de Eugène Ionesco
Asesino sin salario, de Eugène Ionesco, en versión y traducción de Francisco Javier. Intérpretes: Carlos Silva, Gabriel Rossi, Claudia Zima y Roberto Saiz. Escenografía y vestuario: Carlos Di Pasquo. Diseño de iluminación: Fernando Berreta. Diseño de sonido: Ramón Orihuela. Duración: 80 minutos. En el Actors Studio, Díaz Vélez 3842, sábados, a las 21.30, y domingos, a las 19.30.
Nuestra opinión: buena
Entrar en el mundo dramático diseñado por Ionesco no es una tarea fácil, pero en esta pieza en particular y, sobre todo, gracias a la versión que realizó Francisco Javier, el texto escrito en 1959 mantiene una vigencia muy relacionada con los tiempos violentos contemporáneos.
También tiene mucho que ver que a partir de esta obra se pone en evidencia una evolución en su problemática. Las obras se hacen más largas y densas de contenido y hay una mirada social que termina por transformarse en una fijación obsesiva por la muerte. Además, es de las pocas obras en las que, siempre con un tono muy irónico, expone su rechazo y repudio al fascismo, al nazismo y a todo poder opresivo y alienante.
En A sesino sin salario nace su vocero, Bérenger, un hombre simple, sencillo, vulnerable, que cuestiona el orden establecido, sea político o existencial. Se reencuentra en El rinoceronte (1960), enfrentado al totalitarismo, y a la extinción en El rey se muere (1962).
Es este personaje el que nos lleva a otro lado de la ciudad en busca de un lugar para vivir. Es recibido por un vendedor, que si bien cumple con su función parece afectado a otros menesteres y sospechoso de encubridor. Una atmósfera siniestra rodea a estos personajes, avalada por efectos sonoros, hasta que las negras neblinas de la sospecha se disipan y exponen en su crudeza una realidad aterradora: la presencia de un asesino que aparentemente mata indiscriminadamente.
Alienación social
La cruda verdad va a quedar expuesta cuando Bérenger se entere, accidentalmente, de que un amigo resulta ser el asesino despiadado y en el diálogo entre los dos se reconoce el estilo de Ionesco. Establece una relación más directa con la realidad, claro que también conlleva una carga acusadora, al exponer la alienación social y la muerte.
Una propuesta que resulta muy atractiva en manos de un valioso elenco en el que sobresale, sin desmerecer el trabajo de los demás, Carlos Silva como Bérenguer, ese personaje entre ingenuo y bonachón que no puede escapar de la cruda realidad.
Es acertada también una escenografía aséptica, diseñada para ofrecer un amplio espacio que acentúa la desolación del paisaje humano.
Finalmente, la dirección precisa de Francisco Javier, que supo volcar en escena el texto de Ionesco e imprimir en los actores una impronta casi autista para encarar a unos personajes carentes de emociones.
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