La “guerra de las vedettes”: un clásico de la revista porteña protagonizado por mujeres de armas tomar que volvió en la ficción
Alrededor de la mesa de Mirtha Legrand estas impactantes mujeres que brillaban en la calle Corrientes dirimían conflictos por el cartel, rencillas personales y también las difíciles condiciones de trabajo marcadas por el rígido esquema de producción de la época, una situación revisitada desde la ficción por ATAV 2 la semana última
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En varias oportunidades, las obras teatrales se alimentan de situaciones que exceden a las propuestas artísticas. Siempre corre el rumor que muchas de esas cuestiones responden a la lógica de generar impacto en la prensa aunque no siempre esa acciones tengan su correlato en una mayor venta de entradas (caso testigo: la época de los galancitos o el estreno de una comedia de Ricardo Fort, en Mar del Plata). En lo que hace al amplio mundo de la revista porteña, sea en su época de esplendor como en sus diversos intentos posteriores por recuperar sus momentos más glamorosos, el protagonismo de las vedettes muchas veces estuvo matizado por rencillas mediáticas basadas en internas –reales o supuestas–, competencias y pujas entre estas mujeronas impactantes.
Más allá del revuelo generado y pensándolo en términos actuales, esas situaciones parecen ser funcionales al pensamiento machista de presentar a las mujeres subidas a un ring peleándose por el cartel, por el momento del saludo final o por el tiempo en el escenario, hay otras cuestiones detrás de esa foto que también dan cuenta de cómo estas artistas fueron peleando y defendiendo su lugar en un género teatral en el cual la mujer ocupaba un lugar de objeto a admirar, frecuentemente funcional al chiste de connotaciones sexuales de los capocómicos.
En tren de pantallazo histórico, el programa de Almorzando con Mirtha Legrand de la temporada 1980, cuando la conductora sentó en su living televisivo a cuatro artistas clave de la revista, dejó su huella. Aquello se llamó “La guerra de las vedettes” y, a lo largo del tiempo, tuvo reediciones y hasta una recreación en el marco de una telenovela. En aquel programa, la primera que ingresó al living fue Zulma Faiad quien, antes de que se picara la cosa, habló elogiosamente de Nélida Lobato. Fue el productor Alejandro Romay quien las había convocado como estrellas de Escándalos, que se estrenó en El Nacional. Zulma tenía 28 años (y 1,72 metros de altura y unas medidas de 100-65-100). Nélida tenía diez años más (y 1,65 metros de estatura y unas medidas de 90-48-90). En un reportaje publicado en la revista Siete Días, ya quedaba claro que no eran amigas. A lo sumo, eran dos profesionales que dejaron una marca reunidas en escena en distintos momentos de sus carreras. Al final del reportaje se les consultó sobre la opinión sobre la otra. Lobato, a quien el empresario y director Carlos A. Petit había traído desde el Lido de París, dijo de Zulma: “Es una tipa muy natural, siempre le digo que es una mezcla de inocencia y desfachatez (...) pero creo que bailo mejor”. A su turno, su compañera de elenco acotó: “Como vedette, considero que Nélida es muy buena bailarina”. Ya se ve, en el competitivo mundo de las plumas, como en el ballet clásico o en el mundillo de los y las panelistas televisivos, las rencillas son moneda corriente.
Volvamos a la mesa de la señora Legrand de hace 43 años. La segunda en entrar al piso fue Ethel Rojo, quien debutó en el teatro Maipo a los 17 años y que volvió al mismo escenario a sus 70, como contó en 2008 en el programa de Susana Giménez. Zulma Faiad y ella estaban vestidas de forma similar. Ethel fue al grano cuando Mirtha le consultó si había rispideces entre las vedettes: “hay enfrentamientos, hay situaciones desagradables porque no es un enfrentamiento profesional sino de palabra, que muchas veces es más desagradable que el otro”. Siguiendo la rutina del programa, luego bajaron al living Adriana Aguirre y Violeta Montenegro –quien estaba trabajando en un espectáculo de revista con Moria Casán las Blubber Girls–, y Carmen Barbieri.
Ya sentadas alrededor de la mesaza, Aguirre aclaró que no salía en el saludo final de La revista, el espectáculo que estaba presentando en el Astros con Ethel Rojo, Jorge Porcel y Juan Carlos Calabró por falta de acuerdo con la producción de la obra. La rubia dejó en claro que ese altercado no era parte de una campaña publicitaria. Rojo aclaró que ese desacuerdo no era algo nuevo en el rubro: a ella misma se le había negado a aparecer en el saludo final cuando compartió cartel con Susana Giménez.
En el segundo bloque hubo algunos desacuerdos, pero nada grave. En el tercero, la tensión fue en aumento y varias de ellas se trenzaron en aclaraciones que no hicieron más que oscurecer. Llegó el cuarto bloque. En ese momento, Zulma Faiad, quien se hizo famosa gracias a una publicidad, luego de algunos comentarios de Aguirre dijo con cara de inocente: “tengo un gran sentido del humor, lo que no tengo es maldad”. Como telón de fondo, Rojo habló de la falta de respeto entre las propias colegas en escena mientras Aguirre encendía un cigarrillo (cosas que sucedían en esos tiempos). Ya acomodadas en los sillones, los encuentros y desencuentros siguieron fluyendo entre directas e indirectas y sonrisas para las cámaras.
En perspectiva, si se compara aquella mesa de la señora Mirtha Legrand con lo que sucede actualmente en programas políticos o de espectáculos (y si incluimos Twitter todo saltaría a otra dimensión insospechada) la “guerra” fue de una ingenuidad que sorprende. Desde otra óptica, ellas se presentaron como verdaderas guerreras que defendieron con uñas (pintadas) y dientes (perfectos) sus condiciones de trabajo en un mundo definido por hombres: los productores, los dueños de las salas y los famosos capocómicos. En los inicios de la revista justamente fueron estos últimos los que se dedicaban al humor político, otro mundo que era dominado por hombres; eran los que encabezaban las marquesinas de la calle Corrientes hasta que llegaron estas las vedettes.
Indudablemente, la producción de aquel programa de Mirtha Legrand fue todo un hallazgo. Durante un largo tiempo se habló de ese almuerzo en tiempos en los que nadie se imaginaba la aparición de las redes sociales como mecanismo de generación y reproducción de momentos polémicos. Y tanto quedó establecido aquello en el recuerdo que la semana pasada, ATAV 2, la telenovela de eltrece ambientada en los ochenta recreó aquel emblemático y belicoso almuerzo. En este caso, alternando imágenes de aquel programa con las de la ficción, Legrand recibió a las vedettes de la tira: Anita Moré (Justina Bustos), Mónica Villalobos (Andrea Rincón), Leticia Hayek (Jessica Abouchain) y Salma Gutiérrez (Agostina Cautericcio).
“Ella no es vedette, es vendedora de ropa”, comenzó atacando Mónica a Anita. Sin perder la compostura ni la sonrisa, la vedette rubia de la ficción respondió: “yo estoy supercontenta con la carrera que estoy construyendo” dejándole la respuesta servida a su compañera de tablas: “carrera de embolsados”, remató. Tanto en aquel almuerzo de los 80 como en su vuelta de tuerca para ATAV 2, la diva de los almuerzos intentaba poner paños fríos con afirmaciones como “Ustedes venden ilusión, venden talento”.
En la serie de eltrece, Andrea Rincón es Mónica Villalobos, quien integra el elenco del teatro como primera figura y es una de las vedettes más reconocidas de la revista porteña. Su personaje es frontal, aporta el desenfado de una mujer con mucho millaje en las tablas. Hace unos meses, la misma Rincón subió una foto en conchero de cuando actuó en un espectáculo de revista real junto a otra de su papel actual.
La imagen de la izquierda remite a cuando actuó en el Astros junto a Miguel Angel Cherutti, Santiago Bal, Marcos “Bicho” Gómez y Jésica Cirio en Noche de Astros. Allí Rincón debutó como primera vedette. Para el momento de su estreno se anunció que tanto los concheros como los “teteros” habían sido realizados con piedras Swarovski (todo muy glam). Claro que, mientras avanzaba la temporada, Cirio colgó el conchero y abandonó la producción por disputas varias. Al parecer, las historias se repiten. Cuando apareció el personaje de Rincón en ATAV se dijo también que lo suyo era una especie de “cita” a Moria Casán. Entre ellas, también hubo algunos cortocircuitos. La reedición de una nueva guerra de vedettes estaba servida, pero ambas se encargaron de bajar intensidad al tema. “Estoy haciendo el papel de lo que las mujeres me hacían a mí, lo sé todo porque lo pasé, entonces es gracioso”, apuntó la Rincón en un reportaje.
En los últimos días quien reflexionó sobre aquel almuerzo revisitado por Argentina, tierra de amor y venganza fue Adriana Aguirre. “Fue un hecho doloroso pasar por esa mesa, porque eso no ocurría en otros ambientes”, sostuvo frente a las cámaras de Crónica. Sobre sus posturas en el enfrentamiento con Ethel Rojo afirmó que estaba “empoderada” y que solamente “defendió su lugar”.
Aquella emisión dio mucho que hablar a la prensa de la época. Es más, hubo otras ediciones de la “guerra de vedettes” alrededor de la mesa de Mirtha. En 1995, invitó a Silvia Süller, nuevamente a Aguirre, a Cris Miró, a Alejandra Pradón y a Nancy Guerrero. Hubo otra, en 2007, en Mar del Plata. En esa oportunidad, las únicas invitadas fueron Moria Casán y Carmen Barbieri. “Yo soy mas completa que vos”, le dijo la rubia a la morocha, que en algún momento llevó a la mesa un rollo de papel higiénico frente al desagrado de la señora de los almuerzos. En comparación a la otra mesa, la de estas dos figuras claves del espectáculo fue mucho más picante. “Tengo mensajes del público: coman así se dejan de pelear”, dijo en algún momento la conductora tratando de calmar los ánimos de una mesa pensada para alterar los ánimos.
Las situaciones entre las vedettes tienen infinidad de mojones que no solamente pasan por pujas internas sino por la defensa del lugar de trabajo. Se cuenta que Nélida Roca, la impactante morocha llamada “La Venus de la Calle Corrientes”, no quería a nadie con el mismo tamaño de tipografía en el cartel (su nombre debía figurar dos veces) ni admitía a otra morocha en el elenco. Al parecer, fue la primera figura que logró “ir a porcentaje”, llevándose el diez por ciento de la recaudación bruta de la obra y fue la precursora de que las figuras femeninas aparecieran a cada costado del nombre del actor cómico en las marquesinas de los teatros.
Una nota de LA NACION de hace unos años da cuenta de otra situación de defensa del rol de la mujer en un escenario como, si se quiere, de la competitividad entre dos mujeres. En mayo de 1973, el productor Alejandro Romay tuvo la gran idea de contratar a Nélida Lobato y a Zulma Faiad para Escándalos, en El Nacional. Para que entre las dos divas no hubiera diferencia en el trato mandó a construir un segundo camarín principal, doble y con baño incluido. El siguiente problema fue el cartel: para evitar problemas en ese rubro mandó a construir un molino para la marquesina, con los nombres de ambas en sus aspas, que giraban permanentemente. Claro que en los afiches y el programa de mano era imposible reproducir aquella salida tan ingeniosa. En la cartelería figuraron como “Zulma Lobato-Nélida Faiad”.
Desde lo histórico, según consiga la investigación El humor femenino en la revista argentina y el music-hall, a cargo de la investigadora de la UBA Edith Fedora Soto, la presencia de la mujer en la revista porteña se inició con cantantes de tango como Azucena Maizani, Tita Merello, Iris Marga, Gloria Guzmán, Sofía Guzmán y María Esther Gamas. Muchas décadas pasaron hasta que el rol de las artistas fuera relevante en este género inicialmente considerado menor, básicamente en lo coreográfico. En la época dorada de la revista (de los años 40 a los 60) las llamadas vedettes empezaron a tener un papel más importante siguiendo siempre una categorización muy estricta: encabeza el capocómico, seguido por la vedette y la media vedette; los artistas invitados, las bailarinas y las modelos. Entre las primeras figuras, el listado, siempre incompleto, de las impactantes mujeres que deslumbraban al público abarca a Gloria Guzmán, Nélida Roca, las hermanas Norma y Mimí Pons, y Ethel y Gogó Rojo; Ámbar La Fox, Nélida Lobato, Zulma Faiad, Carmen Barbieri, Susana Brunetti, Susana Giménez, Moria Casán y siguen los nombres. En esta deriva, pasaron de ocupar un rol menor dentro de una estructura machista a encabezar las carteleras desplazando a la figura masculina a cargo del humor político o asumiendo el lugar de la comicidad (en el caso de Barbieri y Casán).
En este entramado, los escándalos, las distintas “guerras de vedettes” empezaron a formar parte del folclore de este género dominado por plumas de faisán, grandes escaleras, mínimos concheros y glamour. De todos modos, vale aclarar algo un tanto obvio: las peleas y los desencuentros no fueron territorio exclusivo de las mujeres. De hecho, así como Nito Artaza y Miguel Ángel Cherutti trabajaron durante varias temporadas juntos con propuestas que intentaron rescatar al género revisteril, terminaron distanciándose durante 19 años.
Lo cierto es que la llamada “guerra de las vedettes” quedó instalada en el imaginario de algunas generaciones como parte del folclore del mundo del espectáculo local. Pero detrás de todo eso, con las armas del momento y en medio de otro contexto social y cultural, hubo mujeres dispuestas a pelear por sus trabajos y de ocupar otro lugar en el estricto mundo de la revista porteña.
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