La Fura dels Baus: un Hamlet apocalíptico y sin narrativa, con impacto disminuido
Con una gran entrega de sus intérpretes, que rescatan el espectáculo, la compañía de teatro catalán queda a mitad de camino en su intento de deconstrucción del gran clásico de Shakespeare
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Dirección: Carlus Padrissa. Intérpretes: Luciano Correa, Matias Puig , Estaban Hernan Marecos, Gustavo Vacca, Milena Cataldo, Lucia Kern, Maria Eugenia Schiling, Maria Julia Loreto, Sofía Sánchez. Vestuario y escenografía: Tamara Jokismovic. Iluminación: José Valiñaa. Música: Damià Duran. Coreografía: Mireia Romero . Sala: Sin Piso, Geba (Julio Argentino Noble 4100). Funciones: jueves a domingos, 21 h. Duración: 70 minutos. Nuestra opinión: buena.
Cuando la compañía de teatro catalán La Fura dels Baus surgió, en 1979, el impacto fue enorme. Unos jóvenes creadores que asomaban la cabeza en una España que recién recuperaba la democracia, después de 40 años de dictadura, presentaban un espectáculo sin butacas, en el que el público estaba de pie y la escena transcurría por todos lados, los actores se mezclaban entre la gente, se rompían objetos y gritaban. La sensación era de desmesura, caos, miedo y, al mismo tiempo, una profunda atracción.
Propio de un arte que rompe un orden establecido y desordena el statu quo, este grupo teatral se volvió el centro de la escena y de las preguntas: ¿Esto es teatro?, ¿No puede salir alguien lastimado?, ¿Por qué no hay un texto? A medida que aumentaba la polémica, ellos ganaban popularidad. La esencia de su estética era volver a las fuentes: el origen del teatro, es decir, las fiestas dionisíacas en Grecia en las que el teatro era un ritual, un banquete, una danza extática, un encuentro entre las personas y los dioses y de conexión con la naturaleza.
Con el paso del tiempo, La Fura dels Baus ganó en técnica y sumó avances tecnológicos. Mantuvo sus influencias griegas y, en consecuencia, una línea que sigue al director francés Antonin Artaud y al polaco Tadeusz Kantor, pero desarrolló sobre todo un teatro aéreo, en el cual es parte fundamental de sus espectáculos la acrobacia y los artistas, de un gran entrenamiento físico, colgados en el aire y generando imágenes potentes, de alto impacto visual, en una relación sincrónica con la música y la luz. En su búsqueda de un teatro total, esta compañía artística se volvió un grupo de culto, con 5500 representaciones en los seis continentes y más de 4.5 millones de espectadores.
De este breve racconto histórico, llegamos a febrero de 2025. La Fura dels Baus , que no dejó nunca de venir a la Argentina, realizó el estreno mundial de su último show Sons. Ser o no ser en la sala Sinpiso (Geba). El espectáculo se presenta como una deconstrucción de Hamlet (la obra más famosa de la historia del teatro) pero en versión “furera”. Si a Hamlet ya se lo hizo de estilo clásico, en traje y corbata, sobre zancos y como un payaso, ahora es un hombre semidesnudo, colgado del aire, envuelto en un plástico, como si fuera un producto a la venta en la góndola de un supermercado. Desde esa imagen, emerge el famoso monólogo “Ser o no ser”. En esa sintonía se encuentra todo el espectáculo: Ofelia está envuelta en una bolsa de basura, hombres demacrados, un poco zombies, aparecen entre la gente con manojos de bidones de plástico vacíos que golpean contra el piso, Hamlet sale de un ataúd.
Como siempre, la gran estrella del show es la técnica: la música envolvente, que rodea al público, los juegos de luces con los cuerpos en el aire y las pantallas en tres frentes, con imágenes de cementerios, tumbas y luego un collage posmoderno que combina personas con lentes de realidad virtual, ciudades, shoppings, aeropuertos atestados de personas y precarios botes con miles de inmigrantes hacinados en medio del mar. El poco texto que dicen los intérpretes o se escucha como una voz en off también es otra fusión de obras célebres, entre el Hamlet de Shakespeare, Máquina Hamlet de Heiner Müller y La vida es sueño de Calderón de la Barca. Y como imagen de fondo, también hay una lectura ambiental: el agua contaminada, el plástico como producto esencial de estos tiempos, la decrepitud con seres de barro que se arrastran por el piso y apenas pueden caminar. En fin: el apocalipsis.
¿Cómo dialoga esta obra con nuestro presente? Tal vez estamos más escépticos o tal vez será porque vivimos a diario con un bombardeo de imágenes, datos y mezcla de relatos en las que un incendio y la desesperación convive con una receta de cocina y unas vacaciones familiares, es que el impacto de La Fura dels Baus se diluye. Este espectáculo sin narración (y eso no quiere decir que tiene que tener un texto clásico, sino que es importante decidir un modo de transitar la propuesta) retoma la idea del impacto visual pero como ya es harto conocido pierde su efecto disruptivo. Tampoco hay una búsqueda emocional, porque en este caos de relatos, visuales y textuales, unidos por su importancia simbólica, pero sin una búsqueda profunda y sensible, toda la propuesta se vuelve previsible. De aquella valiosa idea inaugural de reconectar con el espectador, de poner el cuerpo en el centro de la escena, de jugar con la adrenalina, el miedo y el riesgo, la propuesta ahora es una obra en la que el público atraviesa sin peligro y con el celular encendido, para sumar imágenes atrapantes a sus historias de Instagram.
Como sucede casi siempre en el teatro, lo que nunca deja de conmover en Sons. Ser o no ser, es la entrega de sus intérpretes, física en primer lugar, porque realmente se ponen en riesgo al colgarse en alturas, permanecer en una pecera gigante o tirarse al piso y porque a cada rato se la juegan en esa entrega con los espectadores. Pero como sucedió a principio del siglo XX, cuando las vanguardias históricas rompieron con la historia y se permitieron decir “Sí, un urinario en un museo puede ser una obra de arte, porque lo artístico es un concepto”, también existió el día en que alguien pagó millones por ese objeto, entró al mercado y siguió su cadena voraz de domesticación.
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