Inaugurada como la sala más grande de la región, su historia está atravesada por su pica con el Ópera, los grandes artistas, su diseño, y por una familia que no se tentó en modificar las impactantes instalaciones
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Posible sábado de cine de acción en la sala Gran Rex, el icónico teatro de estilo racionalista de arquitecto Alberto Prebisch (el mismo del Obelisco de Buenos Aires) inaugurada en 1937 y que, desde su creación, está ligado a la historia de la familia Cordero.
Supongamos que a finales de los ‘40 un matrimonio con sus hijos llegaba con su Ford heredero del modelo “T” a la puerta de Corrientes al 800 para ver Juan Globo, la historia de un chico humilde que protagonizaba Luis Sandrini y que dirigió Luis César Amadori. En la puerta del monumental teatro con su gran paño vidriado de 12 por 25 metros, un señor de la sala esperaba al público en la vereda con una gran sombrilla. La familia en cuestión entregaba las llaves de su coche e ingresaba a ver la película sobre la vida de este muchacho que no puede ser marinero, como deseaba, y que termina trabajando como chofer de una anciana. Tal vez, luego de emocionarse con la trama, se iban a la confitería del teatro sin salir nunca a la calle. Luego, podían ir al primer piso a jugar al bowling o, si la cosa daba, bajar al subsuelo de la confitería para jugar al billar. Mientras tanto, en los subsuelos del monumental espacio que fue pionero en eso de pensar a una sala de cine/teatro con estacionamiento propio, al coche le podían hacer alineación y balanceo, lavarlo y/o cargar el tanque de nafta. A la hora pautada, desde los parlantes ubicados en el hall, se anunciaba que el auto de la familia ya estaba esperando en la vereda. Increíble, pero real. Dos “detalles” para entender todo esto que parece estar fuera de escala, de tiempo, de dimensiones: el Gran Rex tiene una capacidad de 3262 butacas (en plano comparativo, al Teatro Colón como al Ópera cuentan con alrededor de 2.500). Sumado a eso, en los subsuelos del Gran Rex entraban 200 autos.
Ingeniero de fina estampa
Con matices, mutaciones, cambios en su perfil de programación y ya sin las mesas de billares ni pistas de bowling ni fosa mecánicas en los subsuelos; el teatro se mantiene impactante para orgullo de todos los porteños. El actual Señor del Gran Rex se llama Andrés Cordero: una ingeniero de fina de estampa y perfil bajo que recibe a LA NACION en el gran hall racionalista en triple altura, sus enormes escaleras y barandas de bronce siguiendo el modelo del Radio City, de New York, para recorrer esta verdadera mole de cemento pensada para la ficción, para el despliegue de la fantasía. Su abuelo, llamado como él, Andrés, fue quien, junto con dos socios, mandó a construir este gigante. La empresa constructora lo terminó en tiempo récord: siete meses (impensable para los tiempos actuales). Quien siguió el legado fue Alejandro Cordero, padre del señor de fina estampa e importante altura. Luego tomó la posta su hermano, Alberto, hasta que hace ya un tiempo el teatro con mayor cantidad de butacas depende de este ingeniero, que forma parte de una familia en la que prevalecen los médicos y dermatólogos de fama. O sea: nada de actores, cantantes, productores, directores o gente del mundillo del espectáculo en vivo salvo aquel primer Andrés que, antes de meterse de lleno en el negocio del espectáculo, había sido actor.
Pero apareció “la quinta generación de la dinastía Cordero”, como presenta a su nieta el Sr. Cordero con indisimulable chochera de abuelo. Se llama Catalina Laplacette es quien sí tiene que ver con la actividad y que, actualmente, es la community manager del Gran Rex. “Es muy loco porque estudié producción teatral en la universidad y en el momento de elegir la carrera no había pensado en mi propia historia familiar. Con el abuelo Andrés acá empecé a trabajar en el teatro. Hay que entender que para los Cordero esto es el negocio de la familia, es nuestra historia. Mi propia historia está ligada a esta sala. Imaginate que de chica me vi todos los shows de Cris Morena, desde Chiquititas a Rebelde Way. Era gracioso, pero mi mamá no me dejaba ver las series en la tele porque era muy pequeña, pero sí me dejaba venir acá”, apunta quien acaba de cumplir 23 años. Su lugar preferido de este gigante espacio lleno de recovecos, escaleras internas, lugares ocultos y oficinas es la sala. No lo duda. Es, si se quiere, una fija porque esos tres niveles de bandejas de hormigón en donde estás las butacas, el marco oval de la pantalla que se continúa en el cielorraso y la bóveda dividida en arcos arma un espacio tan monumental como mágico. “Y cuando la sala está llena, es mucho mejor. Hace poco, con Matilda, por más que la vi más de 10 veces, con el cuadro de los avioncitos de papel volando por la sala seguía lagrimeando”, reconoce desde el mismo escenario.
El rincón favorito
El lugar preferido de Andrés Cordero, de 78 años, también es la sala; pero ninguna de las 1.387 butacas de la platea. “Para mí, la primera bandeja es la mejor, tiene una visual privilegiada; pero a mi señora le gusta la platea, no logro convencerla...”, reconoce, casi resignado, mientas observa su lugar ideal parado en el centro del escenario que, de pared a pared, mide 21 metros por casi 12; o cuyo telón, de alto, mide 15 metros por 18. “Se lo limpia bajándolo por tramos y se lo va aspirando en un lavado en seco y se lo centrifuga”, apunta Pablo Rydl, jefe de sala, el que está pendiente de cada detalle del lugar. Él es uno de los que integra un verdadero ejércitos compuesto por electricistas, plomeros, equipos de limpieza, personal de sala, boleteros, bomberos y servicio médico que forman parte de esta maquinaria de trabajadores que sostienen a este palacio en perfectas condiciones.
Uno de los laterales del escenario se comunica con un gran espacio alquilado que tiene salida directa a la calle Suipacha y que es fundamental para carga y descarga de escenografía, equipos de luces y todo aquello que forma parte de las grandes puestas. Antes de esta ampliación todo el proceso de montaje y desmontaje era atravesando la platea hasta llegar a la avenida de las grandes marquesinas teatrales (ninguna tan grande como la del Gran Rex, obvio). En uno de los rincones del espacio que da a Suipacha se asoma la escultura de Tronchatoro, el personaje de Agustín “Soy Rada” Aristarán en Matilda que, luego de su exitosa temporada volverá en enero a ocupar el escenario y modificar el pulso de la avenida Corrientes.
A pocos metros del gran escenario está el camarín VIP, el que usó Sandro en tantas noches de gloria, fuego, pasión y rosas. Es el mismo que usó Guillermo Francella en Casados con hijos y artistas como Charles Aznavour, Caetano Veloso, Tony Bennett, Liza Minnelli, B.B. King, Fito Páez, Nat Kind Cole, Lou Reed, Pat Metheny, Gustavo Cerati, Laurie Anderson, Charly García, Joan Manuel Serrat, Les Luthiers, Andrés Calamaro y siguen los nombres de un listado imposible de artistas únicos que pasaron por este lugar único. Es el camarín más antiguo de los 21 que hay distribuidos en diferentes niveles de este laberinto subterráneo (si la mesa ratona ubicada frente al sillón del VIP hablara se podría escribir un libro que, seguramente, sería un best seller). En la larga historia del teatro, a principio de este siglo se renovaron algunos de estos camarines para permitir la llegada de las grandes producciones de Cris Morena que se presentaban por las tardes de las vacaciones de invierno. Pero, para los 50 trabajadores permanentes del Gran Rex, el camarín VIP más cercano al escenario es, en el diálogo interno, el “camarín de Sandro”.
El récord del Gitano
En 1993, Roberto Sánchez, o Sandro, realizó 18 shows de 30 años de magia, superando el récord que hasta ese momento ostentaba Soda Stereo. En 1996, batió su propia marca con 27 funciones de Historia viva. Entre octubre de 1998 y febrero de 1999, con el espectáculo Gracias, 35 años de amores y pasiones, alcanzó la cifra de 40 recitales consecutivos (récord total). En el 2001, presentó El hombre de la rosa; en 2004, La profecía. Su último show en su verdadero templo fue en mayo de 2004. La historia del Gitano con este sala esta tan pregnante que, desde 2012, hay una escultura de este encantador de multitudes (y de sus “nenas”) que puede estar en el hall o en el ingreso a la sala que él siempre dominó a sus anchas.
En todas estas décadas, los usos y costumbres del Gran Rex cambiaron. No solamente en lo que refiere al perfil de la programación, pasó de ser sala de cine a sitios de grandes shows musicales o propuestas escénicas, sino que atraviesa a otras áreas de este edificio de avanzada. En el lado derecho del hall actualmente hay un local de Starbuck de amplias dimensiones. En el origen de todo esto nada de este tipo de propuestas existía. Allí había allí una confitería que tenía acceso directo al hall. En su primer piso había un bowling y, en el subsuelo, los billares (”era la norma de los grandes confiterías como la desparecida Richmond, de Lavalle”, recuerda Andrés Cordero).
Lujos del pasado
Del lado opuesto, el izquierdo, está la rampa que da la playa de estacionamiento que abarca dos subsuelos. Originalmente, tenía capacidad para 200 autos (ahora, 140). “Yo esto no llegué a conocerlo pero había una persona que recibía con la sombrilla a los autos de los clientes en la vereda. Abajo, si se lo deseaba el cliente, se podía hacer calibración de ruedas, engrasado porque había fosas, carga de combustibles y lavado del auto. Por altoparlante se anunciaba en el hall, todavía están las bocas de los parlantes, que el auto de tal espectador ya estaba listo esperando en la puerta. Mi sueño es imaginar la compresión de un motor de un Ford T subiendo esa rampa, no entiendo cómo sería eso”, apunta Pablo Rydl, encargado de sala, sin poder salir de su propio asombro. Todo eso son cosas del pasado. Andrés Cordero reflexiona sobre un paso anterior a aquella realidad. “Hay que transportarse a 1937 -propone como un ejercicio de la memoria-. Hasta ese momento, no existía eso de poner un garaje abajo de un teatro. Después replicamos nosotros mismos ese concepto cuando hicimos el cine América (que cerró en octubre de 2002)”.
El libro Los productores, que editó la cámara que reúne a productores y dueños de salas del circuito comercial, cuenta algo así como la prehistoria de esta gran historia en la que a la altura de la avenida Corrientes al 800 están enfrentados el Ópera y el Gran Rex. El teatro de la Ópera (en donde está el actual Ópera) se inauguró en 1872 por iniciativa del empresario teatral Antonio Pestalardo. Una de sus hijas, Soledad, era actriz. En España conoció a un actor llamado Andrés Cordero (o sea, abuelo del actual señor del Gran Rex). Se enamoraron. A finales del siglo XIX pasaron por Buenos Aires en medio de una gira y se quedaron en la ciudad. Alejado ya de la actuación, inició la dinastía Cordero gestionando varias salas de cine. El primero de ellos fue El Princesa, que estaba en Suipacha entre Corrientes y Lavalle.
Cuando en 1936 llega el momento del ensanche de la avenida Corrientes, el viejo teatro De la Ópera, como toda la línea de edificación de ese lado, se tiró abajo. Junto Pablo Cavallo y Alberto Lautaret, aquel Andrés Cordero se interesó en construir un nuevo teatro con todos los adelantes de la época. Pero, al parecer, el empresario Clemente Lococo le ganó de mano y mandó a construir el nuevo teatro Ópera de decido estilo art déco con sus mármoles, sus balcones cromados, estatuas clásicas y su hipnótico cielo en esa sala única que ya no se luce como en otros tiempos. Se inauguró en 1936.
Siempre atentos
Rápido de reflejos, Cordero y sus socios compran varios lotes de la vereda opuesta para levantar el Gran Rex. Los encargados del proyecto fueron el ingeniero Adolfo Moret y al arquitecto Alberto Prebisch. Lo hicieron en tiempo récord, apenas 7 meses, para dar vida a este majestuoso edificio racionalista de 3.262 butacas inspirado en el Radio City de Nueva York. “Obra capital de la arquitectura del movimiento moderno en la Argentina esta gran sala cinematográfica y teatral de 1937, impacta por dos cosas: por su sencillez y por su magnífica resolución estructural. Es un edificio grande lo cual hace que la concepción de su estructura sea también audaz”, destaca el arquitecto Francisco Bullrich en la página de Moderna Buenos Aires. No casualmente, el Gran Rex está ubicado frente al Ópera. “Pero este terreno es más grande....” suelta al pasar, y con cierta picardía, Andrés Cordero. Desde el hall del primer piso está, paradójicamente, la mejor visual panorámica del Ópera.
“El Ópera y el Gran Rex son íconos de las dos caras de la modernidad. La una, populista, extrovertida y exuberante; la otra, elitista, introspectiva y minimalista. En ambos ejemplos los resultados se sustentaron en los mayores adelantos técnicos que podía ofrecer la industria de la construcción en ese momento y en ese lugar. Como en ninguna otra parte del mundo, estos monumentos modernos fueron emplazados uno frente al otro, y no por casualidad, sino como símbolos de la rivalidad corporativa entre las dos mayores empresas de cinematografistas de la Argentina: el clan Lococo y el grupo Cavallo-Cordero-Lautaret. Se trata de una muy porteña y desprejuiciada versión tangible de las vehementes dialécticas que tensionaron la década de 1930″, describe en el libro Buenos Aires, capital del espectáculo de Mimi Böhm y el arquitecto Fabio Grementieri.
Para su apertura, la crónica de LA NACION del 7 de julio de 1937, comenzaba de este modo: “Mañana se inaugurará el Cine/teatro Gran Rex, que impondrá su mole arquitectónica en la acera reconstruida de la avenida Corrientes, calle en un plazo brevísimo, se han elevado ya tres salas cinematográficas (....). Es obra el nuevo cinematógrafo, el de mayor capacidad construido en América del Sur, del arquitecto Alberto Previsch, que en la misma arteria construyó el Obelisco”. La nota cuenta que sobre el terreno de 47 metros por 59 la gran mole fue realizada con cinco millones de kilogramos de cemento, 380.000 kilogramos de hierro redondo, un millón y medio de ladrillos mas tirantes de madera para encofrado, capas aisladoras de asfalto con solo seis columnas y una viga de 37 metros que sostiene a todo el pullman.
La noche de apertura, las 14.000 bombitas del Gran Rex se prendieron para recibir a los invitados que vieron la película Los enredos de una dama, una comedia de enredos que protagonizaban Jean Harlow, William Powell, Myrna Loy y Spencer Tracy. A partir de esa noche, salvando el tiempo pandémico, el Gran Rex nunca cerró sus puertas.
Alto mantenimiento
Mantener justamente las puertas de bronce que dan a la calle como el techo de la sala son trabajos permanentes. En el caso de revisión de la membrana del techo de la sala se realiza desde afuera. Por dentro, se hace con andamios que se ubican en la platea y los pullman. El trabajo lleva varios días que, en general, se hace (o hacía) durante el verano cuando no había tanta actividad. Pero en ese punto las cosas cambiaron en el Gran Rex ya que este verano se apoderó del escenario Casados con hijos.
Hay unos 50 trabajadores fijos en el Gran Rex. A ellos hay que sumar de 20 a 100 personas para los grandes shows o espectáculo contando a los artistas, productores, asistentes, gente de maquillaje, vestuario y toda ese universo. Así como su nieta de chica fue fanáticas de las producciones de Cris Morena, el registro de Andrés Cordero tiene otras referencias. “Cuando estaba en la primaria, mis fin de semanas arrancaban en El Princesa, la sala de la familia de acá a la vuelta. Luego me venía al Rex y de acá pasaba al Ambassador, al Lavalle. Terminaba el día luego de haber visto cuatro o cinco películas”, recuerda sus propios sábados y domingos de súper acción (y en continuado).
De joven, el espectáculo que recuerda el Señor del Gran Rex con mayor énfasis es la presentación de Nat King Cole, en 1959. Con el recital del popular cantante norteamericano la sala se fue abriendo a la programación de grandes recitales, conciertos o número de ballet de figuras nacionales como internacionales. La última película que se proyectó aquí fue Secretaria ejecutiva, en 1989, cerrando así la etapa que se había abierto en 1937. Hubieron, no podría ser de otra manera, algunas rarezas por fuera de la norma. En época del Mundial ‘78 se pasaron los partidos de la selección de Menotti que ganó la Copa del Mundo. Lo mismo sucedió con el Mundial Corea-Japón, de 2002 (fracaso en las canchas y en la boletería).
En estos casi 90 años, así como Soda Stereo, Sandro y las propuestas teatrales de Cris Morena basadas en éxitos televisivos marcaron hitos de audiencia, hay uno más cercano en el tiempo. Esta temporada, la dupla de Casados con hijos y Matilda convocaron en total la friolera de 335.000 espectadores (en otros términos: la capacidad de cuatro estadios de River cubiertos a tope). Por otra parte, implicó para la sala la primera vez que esas más de 3200 butacas hayan estado destinadas exclusivamente a dos propuestas teatrales sin necesidad (y posibilidad) de alternarse con otros shows.
Hay algo que sí se mantiene sin cambio más allá del paso del tiempo y las modas. “Por suerte, en comparación a tantas salas de cine de Lavalle y de teatros de la zona, acá se tomó la decisión de no modificar a la sala. Fue una postura interesante que marca la actual historia del Gran Rex”, sostiene Cordero en un amplio sillón del hall que, cree, nunca se había sentado. En ese proceso de la desaparición de salas de cine del eje Lavalle y la reconversión de teatros en varias salas como su vecino Tabaris, actual Multitabarís Comafi; el mismo teatro Ópera que, a finales de los 90, redujo su capacidad para ampliar el escenario y poder albergar grandes comedias musicales. No sucedió acá, en esta sala dominada por mármol de Botticcino italiano, madera enchapada, revoque y bronce que fue declarado Monumento Histórico Nacional.
Andrés Cordera recuerda otros espectáculos que lo marcaron y que vio antes de ser el señor que está a cargo del teatro. Repara en las presentación de Charles Aznavour, cuando ya era grande; y la de David Byrne (”este fue un show increíble que lo tuvimos en marzo del 2018, luego estuvo en Broadway por varios años y fue calificado como el mejor show del año”, escribe en un mensaje de WhatsApp al rato de haber terminado la recorrida como se hubiera estando revisando su propio álbum).
En el recuerdo del ingeniero devenido ya de grande en el señor del imperio del Gran Rex también aparece Charly García. “Charly siempre quería que las entradas se vendieran acá, en la boletería. Es un músico sobresaliente que casi de un día para el otro te avisaba que quería tocar. De disponer la fecha no había problema porque se anunciaba y se vendía todo. Claro, es Charly, una artista que tiene una mirada integral, que no solamente piensa en lo que va a pasar en escena sino que se preocupa de los afiches de la puerta, del vestuario, de la puesta en escena”, rescata.
Claramente, una cosa es programar una sala del circuito alternativo y otra bien distinta es hacerlo para una sala comercial de la avenida Corrientes. Pero muy diferente, y único, es programar para una sala de más de 3.200 butacas. ¿Cómo se resuelve eso? “En general, los artistas tienen distintas etapas -describe el que durante años se lo conoció como ingeniero de empresas importantes-. Arrancan en salas pequeñas, pasan a teatros un poco más grande, como el de enfrente, para terminar acá”
- Me gusta el “detalle” de ni nombrar al Ópera y de referirse él como “una sala un poco más grande”.
- Es que es lo correcto. El Ópera tiene menos localidades que nosotros. Por otra parte, el artista tiene un camino y después de acá va al Luna Park o al Movistar Arena; o los estadios abiertos. Después vuelven al Gran Rex cuando quieren hacer una propuesta más intimista. Se genera una selección natural.
En ningún lugar, y son muchos, tienen guardados testimonios de la gran historia del Gran Rex. Ni afiches, ni una bombacha de “las nenas” de Sandro que arrojaban al escenario y una partitura olvidada de un genio de la música. A lo sumo, hay expuestas en uno de los halles fotos históricas de la sala.
Mantener todo esto, como confiesa Cordero, tiene un costo “sideral”, Cuando escucha la pregunta de cuánto paga de luz, se ríe (y, claro, calla). Es una persona muy reservada. Tanto que se niega a que se le hagan fotos en su despacho del segundo piso amueblado bajo fórmulas de interiorismo alejadas de la impronta arquitectónica del edificio. Para muchos, Andrés Cordero es el Señor del Gran Rex, el representante de la tercera generación de esta sala monumental construida en apenas siete meses. Para estos días, entre el listado de los artistas que habitarán su escenario figuran Fabiana Cantilo como Paz Martínez. Para el año próximo, luego de la segunda temporada de Matilda, vendrá otra comedia musical: Escuela de rock.
A 86 años de la apertura del Gran Rex, su leyenda continúa. Lo cual es, sencillamente, un orgullo para la ciudad.
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