La extraña trama de un elefante que tira paredes
Santiago Loza y Lisandro Rodríguez abrieron su nuevo teatrito
Las ciudades están cargadas de historias que van a contramano del sentido común. De ahí, la magia que tienen. La trama de la sala Elefante Club de Teatro, que esta semana abrió sus puertas en un nuevo espacio, forma parte de esas historias mínimas y extraordinarias.
Para muchos mortales es complejo pensar que una casa familiar se pueda transformar en un teatro. Sin embargo, la cosa fluye. De ese fluir sabe el actor y director Lisandro Rodríguez. En 2003, de su Quilmes natal, se mudó a Almagro. A la calle Rocamora, para más datos. Allí alquiló un viejo PH que transformó en su casa y en una sala teatral. Se llamaba La Casa del Hombre Elefante. Esa vez fue la primera vez que un tal Alejandro, albañil, tiró una pared para transformar a dos habitaciones en una sala de teatro. Entraban pocos espectadores: 12. Le puso ese nombre porque en su casa había un cenicero de bronce con forma de pata de elefante. También porque le gustaba el título de la película El hombre elefante . Pero el título porque, en verdad, la película no la había visto. La sala funcionó: fue búnker, lugar de creación, espacio de encuentro y cita de fiestas para pagar el alquiler.
Como suele suceder, el contrato venció y junto a Mariano Villamarín y José Escobar, sus compinches en todo esto, dieron con una antigua ferretería de Palermo. La alquiló y volvieron a llamar a Alejandro, el albañil, para cumplir con el ritual de tirar una pared. Al lugar lo llamaron Elefante Club de Teatro. Al poco tiempo, entró a la sociedad Santiago Loza, el reconocido dramaturgo, director de teatro y de cine. Entre los cuatro le dieron vida a un espacio para pocos espectadores que albergó búsquedas estéticas que supieron ganarse un lugar en el mundo .
Pero, claro, el maldito contrato venció en diciembre. La búsqueda del nuevo espacio estuvo a cargo de Lisandro. Como reconoce Loza, él "posee la habilidad de detectar lo mágico en espacios imposibles". De hecho, apenas entró a acá, a Guardia Vieja casi Gascón, se enamoró de los azulejos de la cocina que, ahora, forman parte del hall. De paso, claro, resolvía sus ganas de cocinar.
La casa, dato no menor, estaba en venta. Ahí nomás dijo: "La quiero". Acotó otro dato no menos importante: "Pero no tengo toda la plata". Contra todos los pronósticos, la charla entre las partes continuó (y continúa). Así fue que uno de ellos sacó un crédito. Otros pusieron sus ahorros. Sin embargo, el dinero seguía sin alcanzar. La familia de Lisandro hizo su entrada triunfal: apareció una tía, apareció su madrina, y aparecieron dos relojes familiares que sus abuelos habían comprando en Alemania, en 1958, pensando futuros perfectos (o más amables). Valían plata, pero con todo eso tampoco. Entonces, la abuela aportó una joya. Con todas esas voluntades (y dineros en distintos formatos) se pagó parte de la casa. Falta pagar un resto, cierto, pero si llegaron hasta acá... Entre mates, Lisandro Rodríguez suelta una frase: "Sobrevivimos hasta acá y seguiremos sobreviviendo". Y continúa tomando mate.
Cuando les dieron las llaves estaban en La Paz en donde Santiago Loza filmaba su nueva película, que protagonizará Lisandro. Cuando llegaron, llamaron a Alejandro, que, como en toda buena historia que necesita afirmarse en su reiteración, tiró otra pared. Es más: Alejandro tiene una hija. Se llama Natalia Fernández Ackuier. Es actriz y es la que, desde hace unos meses, se sumó al quinteto a cargo de este teatrito. En comparación con la anterior, la sala es un poco más grande. De todos modos, seguirán siendo 32 butacas. Hay dos razones. Una: las limitaciones del espacio en sí misma. Dos: "No tenemos más sillas", reconoce Loza, el director de la película Los labios .
El nuevo Elefante está en pleno barrio de Almagro. Uno de esos barrios que, aunque con cuentagotas, sigue reivindicando a los viejos oficios. De hecho, encontrarle la teatralidad a una casa es parte de un viejo oficio milenario. Hay otros oficios dando vueltas: allí vivió un zapatero; allí, su hijo, solía jugar con los otros pibes de la galletitería familiar que está enfrente, y allí, de grande, el señor en cuestión criaba canarios.
Todo esos detalles de vida, de marcas y de señales de otros tiempos están agazapados en el nuevo Elefante Club de Teatro. Como una teatralidad latente, como un biodrama de un PH de 100 años de vida. Ellos lo reconocen, lo cuentan. Saben que ahí hay un mundo que podría ser la historia por contar en la nueva edición de Mapa Escena, esa mágica movida organizada por los habitantes de casas y depósitos devenidos en salitas teatrales.
Hace pocos días hicieron una fiesta para amigos. Deben tener muchos porque cortaron la calle. Dijeron: "Los lugares se abren con palabras. Este lugar estará lleno de palabras en unos días, así que acudimos a la palabra a falta de otro material que selle nuestra alegría". Desde esta semana, la alegría tiene forma de obras teatrales que se despliegan en la vieja casa de Almagro.
Para comenzar a degustar al paquidermo
En Africa los elefantes deben cuidarse de algunos monarcas. Aquí, uno de ellos se transformó en un Club de Teatro. Está en Guardia Vieja 4257. Esta semana, se puso a andar. Los martes, presenta He nacido para verte sonreír, de Santiago Loza, y dirección de Lisandro Rodríguez. Los jueves, Verde, de Loza, con puesta de Pablo Seijo. Los viernes, Casi que no está, de Melisa Freund; y Durmientes, de Florencia Bergallo. Y los domingos, Breve relato dominical, de Matías Feldman; y Lima Japón Bonsai, de Mariano Tenconi Blanco. Como las butacas son pocas, el teléfono es 4821-.2136
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