La enamorada: Julieta Venegas, en un bello trabajo coral
Libro: Santiago Loza / Intérprete: Julieta Venegas / Canciones: Venegas / Loza / Música: Venegas / Escenografía y proyecciones: Johanna Wilhelm / Vestuario: Betiana Temkin / Coreografía: Andrés Molina / Luces: Matías Sendón / Producción: Romina Chepe / Dirección: Guillermo Cacace / Teatro: El Picadero / Duración: 65 minutos / Nuestra opinión: muy buena
Ella, la reconocida cantante y actriz mexicana Julieta Venegas, está sola en el escenario mirando al público, buscando su mirada, su complicidad. Ella, el personaje de una mujer deseosa de contarles a los suyos situaciones que la constituyen, es la que toma la palabra en esta ceremonia íntima y catártica que transita diferentes espesuras que esta mujer va zurciendo con la maestría de lo simple.
Quien le dio cuerpo escrito a este tránsito emotivo fue Santiago Loza. Desde que este proyecto fue madurando en silencio le sumaron canciones compuestas por el autor y la intérprete mexicana, que se articulan con inteligente organicidad interna. La enamorada, así se llama este montaje protagonizado por la reconocida cantante que dice no ser actriz, lo dirige Guillermo Cacace y suma el trabajo visual de Johanna Wilhelm. En los papeles se trata de un monólogo. Sin embargo, en esta mixtura escénica, se impone la fuerza de lo coral del equipo creativo.
Ella, la hermana menor de 14 hermanos cuya madre y cuyo hermano preferido ya murieron, atraviesa un momento de su vida (¿o un momento de su despedida de la vida?) que necesita redefinir las cosas que parecían definidas. Lo que era ya no es o está en duda, o en un estado de un balbuceo regido por íntimas necesidades y urgencias. Evita intenciones filosóficas enfocándose en esas simples preguntas cuya grandeza anida en esa misma simplicidad. En escena todo fluye en el cuerpo de esta intérprete tan frágil como potente (como la misma mujer creada por Loza) en medio de una cuidada dirección actoral, tenues matices coreográficos, la delicadeza de un vestuario de un aire angelical de los cincuenta y la música compuesta por Julieta. El trabajo visual, basado en retroproyecciones, tiene momentos iniciales sumamente logrados que luego, en su reiteración, puede ser que vayan perdiendo potencia. De todos modos hay algo claro: Julieta Venegas enamora, conmueve por su entrega, por su dominio de la escena, por ese decir al servicio de esta mujer dispuesta a tomar la palabra. Se deja atravesar por ella. Es ella. Todo el tiempo busca la complicidad, la empatía del público y termina logrando que esas confesiones atraviesen los cuerpos de los escuchas de esta ceremonia íntima, catártica, confesional y atrapante.
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