La difícil tarea de Laura Fernández en Sugar, entre las sombras de Susana Giménez y Griselda Siciliani
En el mes de abril asistía a uno de los estrenos más relevantes de la Avenida Corrientes del año pasado: el regreso a la cartelera porteña de Sugar, aquella obra que inmortalizó Susana Giménez , en el rol de Sugar Kane, Arturo Puig y el jovencísimo Ricardo Darín, a cargo de esos dos músicos que por razones de supervivencia se ven obligados a travestirse para integrar una típica Orquesta de Señoritas de la Chicago de los años veinte.
La decisión de la producción había sido más que clara: esta obra está en el imaginario del público teatral pero fuertemente asociada a la figura de su entonces protagonista. ¿Cómo hacer para volver a montarla sin que esa sombra se le impusiera?, era probablemente el principal dilema de la producción. Y tomaron, a juzgar por lo sucedido, la decisión correcta: en vez de negar ese hecho, lo asumieron y lo exhibieron de manera permanente. Y no únicamente porque el nombre de Susana Giménez estuviera vinculado a la producción y en la marquesina del Lola Membrives y en la publicidad apareciera la frase "Susana Giménez Presenta", sino también con su presencia física la noche del estreno y su ingreso al escenario dándole la venia a su reemplazante, Griselda Siciliani . Arturo Puig, desde el punto de vista artístico, decidió jugar en la misma línea y remarcar el paso del tiempo, la presencia de la sombra de Giménez en una escena en la que los protagonistas emulan una pasarela de desfile de moda y finalizan al grito de "Shock", homenajeando la publicidad que volvió célebre a la diva.
El talento de Siciliani hizo que, además de esta estrategia de marketing diseñada por productores y director, el espectáculo se convirtiera en un verdadero suceso y uno de los más vistos en la temporada teatral 2017/2018. Pero por diversas razones profesionales la actriz tomó la decisión de alejarse de este rol que, sin ser el primer protagónico, sí es el que la puso al frente de una maquinaria muy compleja y de la que salió mucho más que airosa.
A partir de allí la producción se encontraba con un nuevo dilema: ¿cómo hacer un reemplazo que ahora luchara con la sombra de Giménez y la de Siciliani? Eligieron a Laurita Fernández , un perfil absolutamente distinto que a su vez está en condiciones de resistir la virulenta mediatización que a veces se busca para instalar determinados productos. Ella está entrenada en estas lides por el lugar del que proviene su popularidad: noviazgos, separaciones e idas y vueltas la ponen permanentemente en el centro de la escena mediática y le da una popularidad que tal vez pueda volcar a la venta de tickets del Lola Membrives. ¿Podrá?
Sus compañeros continúan en la misma línea. Lo que cada uno de ellos hacía lo sigue haciendo en esta versión con nuevo protagonista, incluyendo la pintura gruesa de Nicolás Cabré que sigue teniendo el mismo nivel de eficacia con una platea que celebra cada uno de sus chistes y sus gestos.
Pero se vuelve realmente inevitable producir la comparación entre ambas protagonistas. Siciliani –por su propio perfil profesional- tenía el poder de actuar esa ingenuidad de la pobre mujer rubia y bella (una típica femme fatale) que sólo busca un hombre que la mantenga en un mundo de riqueza y opulencia (no aplicar políticas de género es una buena sugerencia si está pensando ir a verla), y le aportaba su hermosísima y delicada voz y una ductilidad en lo coreográfico. Pero todo esto iba perfectamente acompañado por lo estrictamente interpretativo, actoralmente hablando. Fernández es una enorme bailarina y esto se percibe en la precisión de cada uno de sus movimientos. La voz, si bien más pequeña que la de Siciliani, aporta a darle eficacia a su interpretación. En donde todavía se percibe la falta de ensayos o de precisión es en lo actoral. Es probable que con más funciones a cuestas logre un desempeño más suelto al respecto, ya que tiene que competir con compañeros que desde hace meses juegan a este juego tan singular y fantásticamente aceitado llamado Sugar.
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