La cultura sí importa
Por Carlos Rottemberg Para LA NACION
Hace unos días, acompañando la gira teatral de mi mujer, llegamos hasta Tres Arroyos, manejando 200 kilómetros desde Bahía Blanca. Siempre supe que en esa ciudad, pese a su importancia, las actividades teatrales se desarrollaban en una escuela o en el auditorio de una institución religiosa. Teatro no había. Por eso me sorprendió encontrar un pequeño cartel pegado en un quiosco: Asociación Amigos del Teatro Municipal. Pensé: "¿Y el teatro dónde está?". Por deformación profesional, salí a buscarlo y/o averiguar de qué se trataba. Preguntando llegué a conocer a una señora mayor, de pelo muy blanco, que me explicó que junto a otras damas, y antes de morirse en su tierra, impulsaba la creación de una sala teatral para los tresarroyenses. A partir de ese encuentro terminé viviendo un "Cinema Paradiso", pero al revés.
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Esa misma tarde, en un auto que manejaba otra señora acompañada por otras dos, Linda y yo nos encontrábamos yendo por la avenida principal porque nos iban a mostrar algo.
Estacionaron frente al portón del antiguo mercado municipal, donde la primera señora, la del pelo blanco, estaba parada en la puerta con un manojo de llaves y con dificultad intentaba abrir una gruesa cadena, candado mediante. Viéndola de atrás parecía Estela de Carlotto, pero sin fuerzas. Las otras la ayudaron; empujaron el portón y nos hicieron pasar. Adentro descubrimos lo que estas mujeres guardan: desde hace seis años y a los mangazos están construyendo el teatro para la ciudad.
Consiguieron que la municipalidad les cediera el predio, ya que el mercado dejó de funcionar ahí hace mucho. Con amigos arquitectos pudieron hacer los planos (que los tienen expuestos sobre un atril en la tierra de lo que sería el hall de ingreso). El proyecto me impresionó por lo bueno: lugar para 500 butacas (que las compraron usadas a un viejo cine y las tienen ahí sobre los tirantes de lo que será el escenario), y una losa terminada con un declive fenomenal para la colocación de dieciocho filas.
Me imagino la obra terminada y es buena, con todo lo que cualquier sala profesional pretendería. Estas mujeres, al igual que los actores que sacan fuerzas sobre los escenarios, dentro de ese ámbito eran unas leonas: iban y venían entre las bolsas de cemento, escalones sin terminar y huecos como para perder la estabilidad. Nos transmitieron una pasión que no puedo olvidar. Contaron que con la crisis de fines de 2001 no pudieron seguir porque la gente tenía otras prioridades, pero que ahora lo siguen intentando.
Imagínense la caída del sol en una tarde fría en ese lugar a oscuras y ellas ahí: era fellinesco.
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Por la noche seguía tan conmovido que, venciendo mi timidez de enfrentar al público, me trepé al escenario cuando la función de Linda estaba por los aplausos finales y le pedí el micrófono: le hablé a la sala con vehemencia sobre lo que había vivido y en la responsabilidad que ellos, por sus hijos y nietos, tienen en lograr terminar su teatro.
La respuesta fue tan emotiva que terminamos casi en un foro, emocionados todos y con el compromiso de esas 500 personas en ayudar a esta iniciativa. Esa noche las mujeres mayores parecían más jóvenes y la del pelo blanco más morocha.
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