"La cultura esta desprotegida"
El talentoso puestista dirige el teatro público más importante de Barcelona
BARCELONA.- El prestigioso director catalán Lluis Pasqual estuvo varias veces en Buenos Aires. En 1984 levantó todo el patio de platea del Teatro Nacional Cervantes para montar allí una provocativa versión de Eduardo II , de Marlowe, protagonizada por Alfredo Alcón. Luego fue el turno de Los caminos de Federico , un homenaje a García Lorca. Le siguieron Tirano Banderas , sobre el texto de Valle Inclán; y Haciendo Lorca , con Nuria Espert y Alcón. Su nombre se convirtió en sinónimo de renovación.
En 2001 iba a montar Edipo , pero el país estalló y de aquel proyecto no quedo nada. A lo sumo, en él, quedó una sensación: "Yo sé que puede sonar un poco cursi, pero en Buenos Aires me siento como en casa. Debe ser que Barcelona también está diseñada sobre una cuadrícula...". Con cierto aire de nostalgia, Pasqual habla desde un despacho del Teatro Lliure, enorme sala de arquitectura estilo torta de cumpleaños ubicada a pocos metros del Montjiuc.
En abril de este año fue elegido como director de este teatro público del cual, en 1976, fue uno de sus fundadores. De gestión cultural, sabe. Por lo pronto, ya había sido codirector del Lliure, estuvo al frente del Centro Dramático Nacional y -en 1990- se fue a París para dirigir durante seis años el Odéon-Théâtre de l'Europe. En cierto sentido, y después de dar muchas vueltas, volvió a una de sus casas para asumir la conducción de uno de los teatros catalanes más importantes en tiempos de recortes. "Cierto, son tiempos complicados. Podría estar dirigiendo espectáculos por el mundo sin muchos problemas y, sin embargo, aquí me tienes", dice sin disimular una sonrisa.
-¿Por qué aceptó la oferta? ¿Era una especie de desafío?
-Pensé que podía ser útil. Viene un momento en el cual la cultura se quedará desprotegida, ya se está quedando desprotegida, y esta casa, el Teatro Lliure, siempre ha sido un sitio de creación artística que ha practicado la libertad que da nombre al teatro. Me pareció que podía ser el garante de esa libertad. En lo personal, me produce la misma alegría que yo dirija un espectáculo o que lo haga otro. Podría haber nacido al revés, pero soy así. Esa alegría hay que mantenerla aunque estemos en momentos muy difíciles. Como a cierta altura de la vida muchas cosas te importan un huevo, consideré que era el momento de defender lo que creía.
-Cuando presentó la actual temporada señaló que todos las obras que se iba a montar aquí iba a ser coproducciones. De qué da cuenta eso: ¿de problemas presupuestarios o responde también a un esquema de producción basado en ciertos parámetros globalizados?
-A las dos cosas. Cada 10 años, los grandes teatros deben cambiar para que no se mecanicen. Ahora, estamos en un momento de aislamiento. Pero en mi caso, y eso quizá también sea una cuestión de edad, tengo una cantidad de amigos a los cuales llamar. Eso de convocar a amigos los de marketing ahora lo llaman sinergia pero, desde siempre, nosotros lo hemos llamado encuentros, intercambios o como se te ocurra. En ese contexto, el sistema de coproducciones lo implementamos por una cuestión presupuestaria y como una forma de prolongarles la vida a los espectáculos. En un teatro público, si tienes una obra exitosa, no se puede alargar la temporada porque ya está programada otra. Con un sistema de coproducción se pueden hacer más funciones. Yo creo que estamos en un momento en el cual todo es posible.
-Sin embargo tuvieron una reducción presupuestaria.
-Sí, del 15 por ciento y no sabremos qué pasará el año próximo. Por lo pronto, no hay indicios de que la cosa mejore.
Sin escalas
Lluis Pasqual es uno de los directores españoles de mayor proyección internacional. Su misma extensa actividad como hombre de teatro lo transforma en un agudo conocedor de otras realidades escénicas. "Casi todas las influencias que la cultura de un país ejerce sobre otra son golpes de efecto que duran poco. Llega 1992, por ejemplo, y se firman millones de acuerdo que, al poco tiempo, quedan en la nada. Las buenas influencias necesitan mucho tiempo. Entre Barcelona y Buenos Aires ha habido muchos viajes de ida y de retorno. No es casualidad que dos de las tres salas del Teatro San Martín tengan nombre catalán", reflexiona.
Afuera hace calor (mucho). Al mediodía, esta parte de la ciudad parece detenida. A Pasqual estas cuestiones parecen no afectarlo. De hecho, continúa hablando con una pasión que lo gana: "Lo que te voy a decir es un tanto osado, pero es lo que pienso. En algún momento, la escuela rusa, Stanislavsky, se parte en dos. Unos llegan al Actors Studio y consiguen buenos resultados en actores que ya eran buenos (caso Marlon Brando); otros, llegan a Buenos Aires en los años 30. Allí encuentran un campo sembrado porque arriban a un sitio en el cual la gente va al psicoanalista como aquí al dentista. A eso se añade una cierta manera de interpretar, de decir a los clásicos que es bien catalana, que es la Xirgu, que es Cunill Cabanellas. En contrapartida, llegan a Madrid infinidad de maestros argentinos que influyen en la interpretación. Esa «naturalidad» argentina, dicho esto con enormes comillas, le quitó retórica al teatro de Madrid".
Continúa: "En lo que se refiere a teatro español, la tradición pedagógica se rompió con la Guerra Civil. El 20 de noviembre de 1975, cuando murió Franco, en Madrid la gente iba al teatro y aquí, en Barcelona, al cabaret. Hubo que reinventar de cero. Eso, que es una putada, al mismo tiempo tuvo su lado positivo porque sirvió para sacarse de encima una caspa molesta".
Ya sin esa caspa, tiempo después, esa sensación de modernidad catalana caló fuerte en la Buenos Aires de la década del ochenta. Como contrapartida, algo de ese realismo desbocado porteño (Claudio Tolcachir y su gente) funciona más que bien aquí. Lluis Pasqual sabe de ese particular puente. De hecho, se ha convertido en uno de sus pilares entre realidades teatrales distintas y semejantes.