La cuestión no es copiar, sino significar
Un lector me pregunta qué diferencia hay, refiriéndose al teatro, entre naturalismo y realismo, o si son la misma cosa con diferentes nombres. Recurro al indispensable Diccionario del Teatro de Patrice Pavis y leo: " Históricamente, el naturalismo es un movimiento artístico que, hacia 1880-1890, preconiza la reproducción total de una realidad no estilizada ni embellecida, e insiste en los aspectos materiales de la existencia humana".
El naturalismo estuvo relacionado con el cientificismo positivista de la época, cuando se pretendía observar la sociedad con la mirada de, digamos, un clínico. Pero esta intención elimina toda posibilidad dialéctica: el hombre -el personaje- queda inmovilizado en un destino (la familia predestinada del ciclo de novelas de Emile Zola, el gran naturalista literario del siglo XIX) que no puede modificar.
El gran naturalista del teatro fue el director y empresario André Antoine, capaz de inundar un teatro por una canilla mal cerrada -que él insistió en que estuviese efectivamente conectada, en una escenografía, con el agua corriente-, o provocar una invasión de moscas en torno de los trozos de carne verdadera en el supuesto mostrador de una carnicería. Desde el punto de vista del actor, lo limitaba a una reproducción trivial del lenguaje cotidiano.
Ilustres autores de la época adhirieron -bien que parcialmente- al naturalismo; los más talentosos -Ibsen, Strindberg, el alemán Hauptmann- supieron eludir las trampas del naturalismo e introducir, en sus obras mayores, la poesía y la imaginación que aquella tendencia pretendió abolir.
El realismo, dice Pavis, es "una corriente estética cuya aparición se produjo entre 1830 y 1880, y asimismo una técnica apta para dar cuenta objetivamente de la realidad psicológica y social del hombre. La palabra realismo aparece por primera vez en 1826, en el Mercure Français, referida al conjunto de estéticas que adoptaban la contrapartida del clasicismo, el romanticismo y el arte por el arte, ponderando una imitación fiel de la naturaleza".
Realismo y naturalismo no son, pues, lo mismo, pero son parientes cercanos. La mejor definición del realismo en el teatro pertenece a Bertolt Brecht: "El realismo no consiste en reproducir las cosas reales, sino en mostrar cómo son las cosas realmente".
Pavis, resume la cuestión en estos términos: "La escena no tiene que expresar, es decir, exteriorizar una realidad contenida desde el comienzo en una idea; no entrega una reproducción fotográfica, o una quintaesencia de la realidad. La escena significa el mundo, presenta los signos pertinentes, apartándose de un calco mecánico de la naturaleza".
Demasiado tiempo fue el teatro argentino víctima de estas tendencias. Hasta que en 1964 llego Griselda Gambaro.