La ciudad de la luz, una singular experiencia por las calles de la 31
Marco Canale dirigió esta experiencia escénica protagonizada por mujeres que viven en la villa
La ciudad de la luz es una propuesta escénica de Marco Canale que tiene lugar en el Barrio 31. Está protagonizada, mayoritariamente, por mujeres de la zona que, junto al público, recorren diferentes espacios de lo cotidiano (sus propias casas, las calles y las parroquias en las que se reúnen) en medio de otro paisaje definido por sus propias historias de vida y el viaje imaginario hasta regresar a sus lugares de origen antes de morir.
Es una de las tres propuestas delFestival Internacional de Buenos Aires (FIBA) ligadas al concepto del recorrido urbano. En este caso, el proyecto está atravesado por los elementos biodramáticos en el marco de un proyecto comunitario.
El punto de encuentro no es uno de los tantos ingresos al Barrio 31 (el mismo barrio del que las protagonistas hablan como "villa 31"), sino en la ordenada Plaza San Martín. En ese punto de la otra ciudad se inicia esta experiencia, que tiene algo de procesión. Cantan, despacito, el estribillo de una canción. "Bésame, bésame mucho, como si fuera esta noche..."
Unos micros escolares transportan al público hasta la villa. Se arman cuatro grupos/recorridos por estas calles que se burlan de la típica cuadrícula de esa otra ciudad hasta llegar a la puerta de una casa. Un tipo de escalera, y otro... y otro que atraviesan puertas... diversas puertas, de este tipo de arquitectura orgánica. En un living con vista panorámica a las otras terrazas transcurre una de las acciones en las que se cruzan melodías latinoamericanas, recuerdos de cuando estas señoras llegaron a la villa hace ya mucho, la lucha por el espacio, la defensa de lo propio. De La velocidad de la luz también forman parte tres mujeres que no son del barrio; será por eso que en medio de sonoridades y lenguas latinoamericanas se asoma el francés. Muchos de estos relatos contados alrededor de una mesa son leídos por los mismos espectadores. Al finalizar vendrán abrazos de agradecimiento en medio de un clima de intimidad y, nuevamente, esa canción que tiene algo de mantra que acompaña el intrincado recorrido hasta la calle.
Relatos urbanos
En la puerta de la capilla Nuestra Señora de Caacupé, los cuatro grupos vuelven a ser uno. Al lado de la iglesia hay una oficina gubernamental. Un cartel dice: "Centro de Acceso a la Justicia". En otro se lee: "Abierto de lunes a viernes, de 10 a 15 horas". En esa zona que da a una cancha de fútbol con césped de plástico se produce el primer descanso. Está matizado por té, mate cocido y bizcochos. Una persona del barrio aprovecha para entregar panfletos de Cambiemos.
Al rato, el interior de la capilla se transforma en caja de resonancia de otras historias cuando a estas veinte señoras y señores se les pregunta por el lugar, el recuerdo, los sonidos a los que quisieran volver antes de morirse. Esa simple pregunta va adquiriendo las formas de cabalgatas en el campo, momentos de zafra, rezos, bailes, situaciones en el lago de Ipacarí, amores perdidos, una madre perdida en un recuerdo en estado pausa desde hace 40 años, plegarias, charangos, catarsis emotivas, la muerte de un cisne, quenas, las peripecias de un viaje en medio de otro viaje imaginario, la defensa de la casa propia.
Durante ese largo relato colectivo hay momentos de extrema verdad en medio de un marco arquitectónico cargado de significaciones. Los cuerpos de estas señoras y señores hablan por sí solos. Sus vestimentas están cargadas de otros paisajes, marcas, pérdidas y emociones. Y eso, y toda esa conjunción caótica, tiene momentos vibrantes.
De la capilla comienza una larga procesión por la villa cargando la imagen de la Virgen por calles que fueron adoquinadas y que están en mal estado. Todo el tiempo, la autopista Illia está ahí, a metros. En uno de los grandes carteles para los conductores de esa parte de la ciudad hay una actriz famosa promocionando pisos de madera. Al pie de este gran cartel, abajo, hay otros carteles que ofrecen Wi-Fi, tres kilos de papa a 25 pesos y gaseosas de marcas que no están en las góndolas de los supermercados.
En la parroquia del padre Mugica se lee esta frase: "Señor, quiero estar con ellos a la hora de la luz". Y habrá música, y el rito de los abrazos, y un coro de niños, y un guiso de lentejas, y sol, y zapatillas embarradas, y sonará de nuevo esa canción a pasos de donde está la tumba de Mugica. Y, claro, vendrán los ómnibus para volver a la impecable Plaza San Martín.
Si en algún momento de esta experiencia una de las tres protagonistas que no viven en la villa confesaba que cuando se sumó a este proyecto se preguntó qué estaba haciendo acá, esa pregunta sin respuesta puede disparar otras: ¿por qué un punto de encuentro tan lejano de este sector de la ciudad?, ¿ese largo recorrido por el barrio, acaso, no tiene elementos de una molesta visita guiada por la realidad de esta urbe?, ¿por qué sólo hay público de la otra ciudad?, ¿por qué una procesión con una virgen?, ¿por qué no hay carteles del FIBA en esta zona?, ¿qué hay de cruce en una propuesta de este tipo?
En muchos sentidos, La velocidad de la luz puede dejar flotando sensaciones un tanto incómodas y expone la complejidad de una propuesta artística comunitaria que intenta tender puentes entre realidades muy diversas frente a una real grieta creada y alimentada hace décadas entre dos realidades que parecen no mirarse en el mismo espejo.
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