La chica del sombrero rosa: para divertirse un rato con buenas actuaciones de Zulma Faiad y María Rosa Fugazot
Aunque con un humor algo perimido, esta típica comedia de enredos cumple con su propósito: entretener y, además, emocionar
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★★★ Autor: Federico Jiménez. Dirección: Roberto Antier. Intérpretes: María Rosa Fugazot, Zulma Faiad, Adriana Salgueiro, Alberto Martín, Matías Santoiani y Kitty Locane. Teatro: La Casona, Corrientes 1975. Funciones: de jueves a domingos, a las 20. Duración: 80 minutos.
El texto y la puesta en escena se ofrece como la típica comedia que busca un espectador que esté dispuesto a ceder presión sobre el verosímil y disfrute, fundamentalmente, con el talento de los actores para emocionarlo y divertirlo. El texto carece de ciertas fortalezas en sus estrategias dramatúrgicas. Tanto en sus giros y construcciones dramáticas como en la lógica interna que estructura a los personajes le falta cierta solidez, pero poco importa. Y es que Antier como director parece conocer esa debilidad y por ello haberse rodeado de un elenco que esté en condiciones de jugar y divertirse, un poco entre ellos, otro tanto con la mismísima platea. Con la típica escenografía de living, un vestuario que busca imponerse por su belleza de desfile de moda y una iluminación imperceptible, todo queda depositado en el desempeño de los intérpretes que deben sostener los 80 minutos de una obra que divierte pero que no escapa a algún que otro momento de emoción.
Para ese registro amplio encontró, sin lugar a dudas, a una intérprete dúctil y con amplio registro dramático: María Rosa Fugazot. Es ella quien se pone el espectáculo al hombro y lo conduce hacia su final. Encuentra con sutileza a su personaje –uno que es pura fachada, que esconde más de un dolor y que se refugia tras un escudo muy rígido– y sabe llegar a la emoción sin ningún sobresalto. Alberto Martín pone toda su experiencia para jugar un personaje al que el verosímil lo abandona y requería, por ende, de un actor que sepa jugar en escena, sin importar absolutamente nada. Ni en lo dramático ni en lo ideológico. Un modelo de masculinidad –infiel, divertido, un tanto frívolo– que por suerte la cultura ha abandonado gracias a profundas batallas. Matías Santoiani acompaña en el perfecto equilibrio. Juega con las pausas y orquesta los secretos dramáticos con un humor sencillo pero eficaz, aunque por momentos se extraña no tener una cámara para que con primeros planos veamos la sutileza de su gestualidad. Zulma Faiad es probablemente quien más juega. Aparece y desaparece en escena con poca justificación dramática, pero con gran impacto en lo que hace a la comedia. Adriana Salgueiro y Kitty Locane acompañan con solvencia la propuesta en estilos diferentes.
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