La caja mágica: un homenaje que es también un continuo entre mundos fantásticos
Con un gran despliegue de vestuario, músicos en vivo y un diseño escenográfico que resuelve los giros y cambios de tiempo, el musical de Disney es una propuesta ambiciosa, a la altura de su legado
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La caja mágica. Guionista, dirección, diseño de escenografía: Thaddeus Mcwhinne Phillips. Co-dirección, coreografía: Lynne Kurdziel Formato. Director musical, arreglista, orquestador: Isaac Saúl. Co-diseño escenografía: Tato Fernández. Diseño vestuario: Sofía Di Nunzo, N. Malaka Diseño de iluminación: David Seldes. Dirección técnica: Magalí Acha, Mariana Castellucci. Director, coreógrafo residente: Alejandro Ibarra. Traductor, adaptador: Marcelo Kotliar. Director musical residente, orquesta: Gaspar Scabuzzo. Productores: Felipe Gamba Paredes, Fever, RGB, Disney. Elenco: Luján Blaksley, Lala Livschitz, Mauricio Vila, Lucía Adúriz Bravo, Elis García, Jesús Catalino, Tomás Luna, Sol Bardi, Menelik Cambiaso, Patricio De Luca, Nico Esquivel, Delfina García Escudero, Nicolás Martínez, Yosy Machado, Azul Mazzeo, David Okada Caldas, Nico Repetto, Mica Romano, Romina Ruiz, Giuliana Tagliamonte, Santiago Trione, Sofía Val. Santiago Leguizamo, Lucía Perdigón, Morena Pereyra, Guido Savino. Duración: 85 m. Sala: Teatro Ópera Funciones: Martes, miércoles y jueves 20:00 hs., viernes y sábados 18:30 y 21:30 hs. y domingos 19:00 hs. Nuestra opinión: Muy buena.
El título le hace honor a la propuesta, pero las razones no son directas ni sencillas: La caja mágica. Todo Disney. Un solo musical. Puede decirse, sin temor a exagerar, que el planteo es definitivamente ambicioso ¿cómo resolver figurativamente ese “todo” Disney? Para llevarlo a cabo se recurre a una serie de cuestiones estratégicas y poco previsibles.
Una pequeña caja preside el centro del escenario. Una joven comenzará un juego con las sombras (que son, como ya se sabe, parte del universo de los títeres, que tendrán aquí un rol fundamental) y la primera sorpresa: una sombra que aparenta ser la de la persona proyectada se despega, se produce una transacción entre ambas- una pluma que se cede- y luego viene la apertura a otro universo.
Podría decirse que ese es el funcionamiento del musical: un vínculo de transiciones, de una escena a otra, donde no hay comienzo ni final sino un continuum, un desplazamiento en todos los órdenes.
Si lo que se pone en escena es un homenaje a los creadores de Disney, a los artistas de todas las disciplinas que construyen esos mundos fantásticos, en alguna medida había que reproducir creativamente y no armar una densa e imposible cronología. Había que encontrarle la vuelta para poner en una caja una extensa y variadísima historia.
La caja objeto-escenografía- oscila entre ser un marco, un límite, un lugar geográfico, una pantalla sobre la que se inscriben, proyectan y modifican tiempos y espacios. Mara (Luján Blaksley) ingresa en un mundo otro como visitante (en alguna medida como la guía de los espectadores) pero que nadie imagine un recorrido ordenado, prolijo, cronológico, que pueda predecirse. Al principio, pareciera que el camino es el de una trayectoria histórica: el vestuario, los objetos, hacen viajar al comienzo del trabajo de los dibujantes y guionistas. Falsa alarma. Las canciones, las coreografías no llevan al inicio de los tiempos de Disney. Ya no se sabe qué esperar. Ahí está la clave de La caja mágica.
Lo que se viene es un viaje, uno de esos que no tiene un mapa previsto. Se abre una puerta, un hueco, se plantea un giro, se cambia de tiempo, se entraman personajes, películas, canciones… Hay que acomodarse.
Si la caja se modifica mientras Mara viaja, los “personajes” no pueden definirse en sentido estricto como tales. El vestuario es el ancla más firme para esta afirmación: no hay un cambio total sino una permanencia del personaje anterior que se dejó algo puesto. Como quien pasa de un mundo a otro y se lleva algún elemento, algún resto le queda de su paso por ese espacio-tiempo-ficción anterior, así parece construirse la propuesta. Disney tiene una larga historia, sin duda, hay una convivencia entre la tradición y la innovación, un anclaje en el pasado y un pie en el futuro, eso es lo que se construye en el escenario: en el diseño de iluminación de David Seldes, en el diseño de vestuario de Sofía Di Nunzo y Malaka en el juego con las escenas que pueden considerarse relativamente como tales por el modo en el que se elige la transición, la búsqueda de no ilustrar, en general, con las canciones, a lo que se suman los cruces temporales.
Los personajes de Disney clásicos no podían estar ausentes. Se tomó una doble decisión en ese sentido: por un lado, algunas filmaciones, pero lo más interesante son los títeres cuyo diseño estuvo a cargo de Michael Curry que representan a Mickey (Lala Livschitz), Minnie (Mauricio Vila), Donald (Lucía Adúriz Bravo), Daisy (Elis García), Pluto (Tomás Luna) y Goofy (Jesús Catalino) manipulados por intérpretes no ocultos, que además no coinciden en género.
Esta descripción está incompleta: falta la orquesta maravillosa, cuyo director musical es Isaac Saúl y con la dirección residente a cargo de Gaspar Scabuzzo y los muy talentosos intérpretes vernáculos que se pusieron la obra al hombro, porque hay creatividad e inteligencia en las decisiones dramatúrgicas pero la puesta funciona porque todos y cada uno de ellos cantan (en nuestra lengua, gracias a la adaptación de Marcelo Kotliar), bailan (con Alejandro Ibarra como coreógrafo residente), articulan el ritmo vertiginoso de esta caja, que es mágica en términos nominales pero en términos reales es producto de mucho trabajo que, sin duda, queda a la vista. Porque es teatro. Y musical.
Por último, es importante destacar que no es una propuesta exclusiva para los más pequeños: cuanto más se conozca el mundo Disney, más se disfrutará.
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