La cabeza de Goliat, un intenso cruce onírico entre Pasolini, Caravaggio y Laura Betti
Jorge Palant y Enrique Dacal, una dupla perfecta para esta profunda mirada al arte y a la historia de dos grandes nombres de la historia
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Autor: Jorge Palant. Director: Enrique Dacal. Intérpretes: Coni Marino, Néstor Navarría y Marcelo Sánchez. Escenografía y vestuario: Julieta Capece. Iluminación: Enrique Dacal y Rozo Prada. Sala: Tadrón Teatro, Niceto Vega 4802. Funciones: sábados a las 18. Duración: 65 minutos.
Pier Paolo Pasolini, el cineasta de Teorema y Saló o los 120 días de Sodoma, sueña con Caravaggio, el pintor barroco que aportó nueva luminosidad al lienzo. Ambos arribaron pobres a Roma, desde otras márgenes italianas, los dos fueron homosexuales en sociedades que lo censuraban. Uno enfrentó a la muerte matando, el otro, muriendo asesinado.
En escena se corporiza el encuentro onírico. Jorge Palant, a través del diálogo de Pasolini con la imagen especular que le representa la aparición de Caravaggio, retrata en La cabeza de Goliat al cineasta como iconoclasta de la vida burguesa, de católico sin Iglesia, pero también de marxista expulsado del Partido Comunista.
Pasolini mencionó realmente alguna vez la pintura a través del espejo como el efecto de luz, de artificio montado sobre la realidad, que admiraba en Caravaggio. El título de la pieza teatral escrita por Palant remite a la última obra pictórica de Caravaggio, en la que un joven David sostiene la cabeza decapitada de Goliat, que está representada con los rasgos desesperados del mismo pintor, posiblemente una visión en el espejo de sus propias pesadillas.
No es solo el parecido físico con Pasolini de Néstor Navarría en su sólida interpretación del personaje lo que transporta al espectador a la escena romana de comienzos de los años 70, sino una sutil composición de gestos y actitudes de los personajes contemporáneos –el cineasta y su compañera Laura Betti–, de su vestuario, incluidos los anteojos negros levantados de a ratos sobre la frente, y de sus modos de aposentarse en el sofá de la escasa escenografía.
Un texto intenso, en el decir de voces claras y a la vez matizadas de los tres actores, avanza en forma circular, de espiral que retorna al mismo punto desde otra distancia, recorriendo una y otra vez el camino hacia la muerte –hasta alcanzarla-, tanto como la indagación sin respuesta definitiva por la aparición de Caravaggio en el sueño de Pasolini.
Sobran tal vez algunas explicaciones biográficas de Caravaggio, que no aportan a la construcción de la tensión existencial con que lo vislumbra Pasolini. El pintor, interpretado por Marcelo Sánchez, tiene sus momentos más fuertes cuando interpela cual fantasma intempestivo al cineasta.
Un rol clave en la obra y sobre todo en la puesta en escena de Enrique Dacal es el que juega el tercer personaje, Laura Betti, compañera, “esposa no carnal“ de Pasolini, en sutil intrepretación de Coni Marino. Es quien marca y desmarca el ritmo de la trama, pasa del diálogo juguetón al relato testimonial y al lamento por el drama de la partida. Abre y cierra la obra, tararea “la commedia e finita“.
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