La batalla de "Hernani"
Comentábamos, la semana última, el hecho singular de que pese al éxito que en Buenos Aires de los tiempos románticos (coincidentes con el gobierno de Rosas, 1829-52) tenían los dramaturgos franceses, se tardó mucho en estrenar aquí al jefe de fila del movimiento, Victor Hugo. Eran más representados Victor Ducange (1783-1833; hoy, apenas un pie de página), Casimir Delavigne (1793-1843, otro tanto) y Alejandro Dumas (1803-1870), cuya repercusión es comprensible porque sigue siendo atractivo hasta hoy. Señalemos, como curiosidad, que el general Mitre publicó en 1841, durante su exilio en Montevideo, una traducción del "Ruy Blas", de Hugo.
En 1838 se ofreció en Buenos Aires una versión de "Angelo, tirano de Padua", del autor de "Los miserables" y "Nuestra señora de París". Pero la que en ese entonces era considerada su obra maestra, clave del romanticismo y piedra de escándalo en la lucha contra los académicos y los neoclásicos, "Hernani", demoraba en llegar al Plata. Recordemos que el 25 de febrero de 1830 quedó en los anales del teatro francés como el día de "la batalla de Hernani". Fue cuando su estreno, en medio de una batahola histórica: hubo trompadas y bastonazos, y la obra triunfó, pese al empeño de los clasicistas por arruinar la representación.
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Desde 1835 circulaba en Buenos Aires una traducción hecha por Rafael Menvielle. En ese mismo año, en la edición del Diario de la Tarde del 9 de septiembre (cuenta Raúl H. Castagnino en su "El teatro en Buenos Aires durante la época de Rosas"), un lector dirige una carta al director del Teatro de la Victoria, Antonio González: "Señor González, director de la compañía dramática: no se vaya usted, señor, sin antes haber ejecutado el "Hernani". Fuera lástima que con tan bella oportunidad se le privase al público de la exhibición de una de las maravillas del teatro moderno. Mayor riqueza de ingenio y gracia jamás se halló reunida en drama alguno del modo que en esta incomparable creación del genio de Hugo. No sabemos quién ha dicho (ni quisiéramos saberlo) que la pieza es inmoral. Aun cuando no supiéramos la acogida que ha merecido en lo más culto de Europa, ni tuviéramos idea del carácter moral del autor, no convendríamos en error semejante. Dos cosas encierra, que miradas aisladamente suenan con frecuencia a inmoralidad: besos y muertes. Un beso que no es criminal ni obsceno, no puede escandalizar sino a un hipócrita. Pero los que pide y obtiene el pobre Hernani son tan mistos (sic) de hiel y dulzura que, lejos de encender deseos, hacen temblar: el beso de una boca fría y blanca en que sonríe la muerte ¡lindo objeto para inflamar deseos!; el abrazo de una mujer en agonía al cadáver helado de su esposo ¡también es cosa muy apetecible, no hay duda! Si una muerte dramática es inmoral, no debieran representarse "Otelo", ni "El jugador". Pero los muertos de "Hernani" no son asesinos, ni jugadores: son suicidas ilustres".
No obstante la encendida prédica del lector de El Diario de la Tarde, el director del Victoria elude poner en escena el drama de Hugo. ¿Por qué? Al parecer, el señor González argumentaba que se corría el riesgo de reproducir, en la sala porteña, la famosa batalla de "Hernani"; y que, como el padrino de su teatro había sido el jefe de policía, no podría estrenar la obra sin el permiso de las autoridades. Se llegó a consultar a Rosas, quien contestó en forma tan ambigua que una vez más se difirió la representación. Que llegó en 1841 para permanecer muchos años en el repertorio, aunque la obra más veces representada en esa época fue "El trovador", de García Gutiérrez, estrenada en 1838. Tanto este drama como "Hernani" fueron convertidos en óperas por Verdi, y tan sólo así subsisten hoy.
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