Juego con canciones y acrobacia
"Canciones para mirar". Musical de María Elena Walsh. Intérpretes: Fabián Gianola, Claribel Medina, Leandro Aíta (a cargo también del entrenamiento circense), Mariana González, Lucrecia Pinto, Analía Riamonde, Cecilia Roche, Juan Bautista Carreras, Javier Davies y Facundo Pires. Escenografía y vestuario: Carlos Di Pasquo. Dirección musical: Martín Bianchedi y Gerardo Gardelín. Coreografía: Carolina Pujal. Dirección: Manuel González Gil y Rubén Pires. A las 15 y 16.30. El Nacional, Corrientes 960. Entradas desde $ 5.
Nuestra opinión: Muy bueno
Las "Canciones para mirar" son como la pasta del domingo o el locro del 9 de Julio cuyo sabor nos retrotrae a la infancia, la inocencia, los juegos y los afectos, independientemente de si entonces no nos gustaba comerlos, o si ahora no podemos. Están en otra dimensión, son intocables, porque los recordamos en clave de nostalgia.
Volver a poner en escena un clásico intocable como este musical de María Elena Walsh es una empresa difícil y osada. Por varias razones. No sólo se trata de un material muy querido y atesorado por varias generaciones. No solamente tiene muy buenos antecedentes en su historia teatral. No solamente es tremendamente rico en imágenes suscitadas mediante la palabra. No solamente tiene una música que se ha grabado en la memoria de grandes y chicos y que está como mágicamente fundida con la letra. No solamente es difícil para el teatro por donde la busquen.
Es, además, un tesoro de la nostalgia de muchas generaciones. Entonces, hacer el espectáculo para los grandes que nunca las olvidaron y para chicos de hoy poco acostumbrados a escuchar la palabra (o saturados de juegos y acertijos) es como hacer una ronda en el living de la abuela, donde cada detalle es frágil, no por viejo, sino por precioso.
Pareciera que los directores han utilizado dos recursos básicos para la aproximación a este material: en primer lugar el dibujo visual mediante las coreografías y sobre todo, por el juego de las acrobacias excelentemente desplegadas por el conjunto que integra la murga.
Se trata de un trabajo muy acabado, con sincronización precisa, donde los detalles se suceden para asombrar divirtiendo, de modo que la atención está permanentemente captada por los bailarines, alternando con los actores que entregan el texto, que también tiene su importancia.
La música y el movimiento crean además otro tipo de climas para concentrar a la platea en las poesías de las canciones favoritas, o los "cuentopos", los juegos verbales y los disparates que son contados o cantados por Gianola y Medina.
Valiosas canciones
Fabián Gianola logra interesantes y emotivos momentos de encuentro cuando empieza a narrar y se olvida, seguido muy de cerca por la murga con la que establece una relación de gag cómico. Vuelve a aparecer esta posibilidad tan preciada y poco explotada en el teatro infantil, de la pausa y la intimidad mediante el simple hecho de contar un cuento. Momentos valiosos que sirven para facilitar un acercamiento con el texto. Es lo más destacable en la interpretación.
Como siempre ocurre, "Manuelita" es coreada con nivel de himno nacional popular independientemente de su letra, y las canciones del jardinero, de bañar la Luna y la de tomar el té, aplaudidas con entusiasmo. El trabajo de Claribel Medina es agradable y correcto, pero le falta duende.
Un verdadero "hit" en el espectáculo es "Don Enrique del meñique", no tan conocida, pero especialmente genial, que destaca el ingenioso juego de sus rimas mediante la interacción cómica entre Gianola y la murga.
En cambio, después de toda esta fiesta, la "Serenata para la tierra de uno" es un alticlimax, demasiado crudo que devuelve al adulto bruscamente a la realidad, sin verdadera justificación en la dinámica del espectáculo. Tampoco hay un nivel artístico en la intérprete para equilibrar con placer el impacto doloroso que produce la letra.
La "Marcha de Osías" puesta afortunadamente al final, logra atenuar un poco esa impresión y levantar el tono. Como sigue siendo enormemente vigente como protesta infantil, se merece el cierre.
En la riqueza de recursos tanto en la letra como en las melodías de María Elena Walsh, otros agregados para la murga suenan ajenos e innecesarios.
Hechas esas salvedades, importa reconocer que el resultado es gratificante, que chicos y grandes pasan un buen rato, que una de las pocas tradiciones que sabemos defender está cuidada, y que todas las generaciones pueden encontrarse, estas vacaciones, con los disparates de "La Maga" María Elena, una vez más, en el teatro, sin trucos ni efectos especiales. Y eso, a nuestro entender, es bueno y se agradece.
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