
Judith
El mito bíblico trasladado a la represión y a la dictadura argentina
Autor: Jorge Palant / Dirección: Enrique Dacal / Intérpretes: Dora Mils, Alejandra Colunga y Daniel Dibiase / Música: Pablo Dacal / Violoncelo: Marina Sorin / Escenografía y vestuario: Jorgelina Herrero Pons / Asistente d dirección: María Teresa Azzolin / Sala: Tadron, Niceto Vega 4802 / Funciones: Domingos, a Las 18 / Duración: 90 minutos
Nuestra opinión: Muy Buena
La productividad de los mitos es que siempre pueden dar lugar a distintas lecturas. El relato bíblico de Judith se habla de una mujer con ese nombre, viuda de Manasés, que seduce y decapita al general babilónico Holofernes para evitar que aniquile a Betulia, la ciudad sitiada donde ella vive. La leyenda, contada en el Antiguo Testamento, ha tenido una extensa iconografía en la historia de la pintura, que incluye a artistas como Tintoretto, Boticelli, Lucas Cranach, el viejo, Miguel Angel, Caravaggio, Artemisa Gentileschi o Francisco de Goya.
En la literatura, el alemán Friedrich Hebbel escribió, en 1840, la obra Judit , que Freud analiza en su obra para diferenciar del relato bíblico. En éste, la heroína mata a Holofernes para salvar a su pueblo. En el texto de Hebbel, en cambio, la mujer asesina al hombre que le hizo perder la virginidad, pero le proporcionó goce. En ambos ejemplos hay un hilo común que los une: se trata de un acto de venganza.
Con todos estos antecedentes, el psicoanalista y dramaturgo argentino Jorge Palant hizo su propia lectura del mito, acercándolo en cierta forma -no de un modo absoluto- al síndrome de Estocolmo, que son los casos en los que la víctima queda atrapada en un lazo amoroso con su victimario. Decimos en cierta forma porque el autor evita cualquier corsé que pueda empobrecer la singularidad de su historia.
Entre la Judith de esta pieza y su Holofernes, un oficial de inteligencia que la tuvo secuestrada en el contexto represivo de la última dictadura argentina, hubo también un acto de seducción. Ella lo atrajo a su lado para salvarse y evitar de ese modo delatar a sus compañeros de militancia. La convivencia termina cuando ella es liberada gracias a las gestiones de un padre con contactos y se exilia. Pero, entre ambos queda un nexo oculto que veinte años después, al encontrarse en el mismo lugar donde la mujer estuvo cautiva, revela su contenido.
Este encuentro, sin embargo, no concluirá -como tampoco pasó durante el encierro a pesar de ser posible- en un acto de venganza. La peripecia de esta Judith incluye ese matiz de la realidad de la Argentina, donde ningún acto de la barbarie militar fue contestado en la democracia por la venganza personal. O sea, que la torsión del mito sirve para hablar con claridad y valentía -sin las ambigüedades tan atrayentes en otras obras de Palant, que acá no cabían, pero también sin estereotipos- de un drama particular de estos días.
Un texto, sin duda, duro, pero inteligente y compacto de este autor que, aunque no tenga mucha repercusión en los medios, es conocido ya entre un público y una crítica que siguen y valoran bien su importante obra. Bajo la batuta de un director tan sólido como de larga trayectoria como Enrique Dacal su transcripción escénica logró la exacta tensión dramática que requería y una contribución consistente en el plano interpretativo, que es donde el libro ofrece más fuertes riesgos. Tanto Doris Mils y Alejandra Colunga como Daniel Dibiase componen con mucha verosimilitud a sus criaturas. Es también muy logrado el clima de puesta, gracias a una escenografía y una música concebidas con pocos pero sugestivos elementos.