Juan Palomino: "En situación de emergencia como la que vivimos, hay que acordar"
Se sabe que Julio Cortázar solía intercambiar cartas con amigos, amores, editores y compañeros de ruta. Esa afición por la comunicación epistolar del gran escritor argentino muerto en 1984 es la base del espectáculo teatral/musical que Juan Palomino presentará este sábado, a las 22, con entradas disponibles en loschisperos.com.ar.
En Ocho cartas para Julio, coproducido por los centros culturales Los Chisperos y Espacio Mugica, el experimentado actor traza un recorrido imaginario por momentos significativos de la historia política argentina y latinoamericana. Y lo hace apoyado en un puñado de misivas que Gabriel Lerman -periodista y escritor- inventó especialmente para esta obra dirigida por Daniel Berbedés. Quien le escribe a Cortázar es Nito Basavilbazo, compañero de secundaria del Mariano Acosta y personaje importante de uno de sus relatos, La escuela de noche. Y lo hace entre 1951 y 1963, una época de grandes cambios en América Latina que quedan reflejados en la narrativa que sostiene Palomino, condimentada por piezas de jazz, tango y música de otros géneros típicos de la región que interpretan en vivo Leandro Kalén (piano y voz) y Fernando Lerman (vientos). "Aparecen figuras como Yrigoyen, Perón y el Che. La bohemia y la política se cruzan en estas cartas escritas en un tiempo en el que conversar era poner blanco sobre negro -apunta Palomino-. Algo para destacar es que este espectáculo, que se podrá ver vía streaming, es apoyado por dos centros culturales que también están aportando su granito de arena para sostener nuestra actividad, más allá de las grandes ticketeras".
-¿Extrañás mucho el contacto cara a cara con el público?
-Obviamente que lo extraño. Esta quietud que nos impone el distanciamiento es inusual para todos. Estamos viviendo un experimento inquietante... Para un actor, es clave ese contacto. Nosotros necesitamos de la mirada, la respiración, las dudas y hasta el pánico del otro. Por más que tengas un buen texto que te contiene, como en esta obra, y que puedas acortar las distancias gracias a las nuevas tecnologías, evidentemente no es lo mismo. La esencia de nuestro trabajo es lo que te produce el otro en el aquí y ahora.
-¿Cómo imaginás el futuro de la profesión? Hoy es todo incertidumbre.
-Está claro que las nuevas plataformas tendrán un gran protagonismo. En ese marco, el Estado tiene que impulsar una legislación que defienda los derechos del intérprete. Pero también debe generar las condiciones para que las productoras puedan trabajar. ¿Por qué no devolverles el IVA durante dos años, por ejemplo? Me parece que es necesario sentar en una misma mesa a las productoras, el sindicato de actores, SAGAI y SADAIC con el objetivo de hacer un gran acuerdo que genere las condiciones para volver a producir. En una situación de emergencia como la que vivimos, eso significa rever algunas cosas, acordar. Sin bajar ninguna bandera, pero con el objetivo real de recuperar el trabajo perdido, más allá de las consignas.
-¿Cuándo conociste la obra de Cortázar y cuál es tu mirada sobre su literatura?
-Me crié en Cuzco, Perú, y tuve un contacto algo tardío con los libros de Cortázar. Yo conocía mucho más la obra de José María Arguedas y de Mario Vargas Llosa. Para mí Cortázar siempre representó una mirada más porteña que argentina sobre el mundo. Mi primera aproximación fue Octaedro, el libro de cuentos publicado a mediados de los años 70. Me acerqué a Rayuela cuando me convocó Jaime Kogan para un obra teatral basada en esa novela que se hizo en el Payró. No pude sumarme porque estaba a full con la televisión, y al final la hizo Raúl Rizzo. Pero esa convocatoria me despertó curiosidad por el libro. La literatura de Cortázar tiene un porteñismo sonoro y visual que me distancia un poco porque yo soy alguien con una identidad forjada en el Altiplano. Esa Buenos Aires de características europeas que describe Cortázar se tiñó de un color nuevo con la aparición del peronismo. Y yo me identifico más con miradas como la de Arguedas, un escritor que tenía un compromiso más visible con la realidad política de su época. Ya desde la adolescencia tuve una mirada crítica sobre la realidad en la que vivía y sentí una gran empatía por las mayorías que fueron históricamente sojuzgadas. Eso me generó varios choques con mi familia, que era terrateniente, patriarcal y católica.
-¿Y cómo fue tu relación con la política a lo largo de los años?
-Llegué a Buenos Aires en 1969. Viajé en tren desde Cuzco hasta Retiro, un trayecto larguísimo. Fue un viaje increíble que me permitió ver un país que se va volviendo más blanco a medida que te acercás a la capital. Tuve un abuelo que era marino y peronista. Pero mi relación con el peronismo fluye con más vehemencia y convicción a partir de la aparición de Néstor Kirchner. Yo voté siempre al peronismo: a Ítalo Luder, a Carlos Menem -aunque no me agarró para la reelección-, y a Néstor, el artífice de una construcción política con la que me identifico. Reconozco las contradicciones del peronismo, las diferencias entre la militancia juvenil y la conducción política del movimiento en los años 70, por ejemplo. Pero también observo la violencia y la persecución que sufrió durante muchos años. Yo le pongo al cuerpo al peronismo de Néstor Kirchner, que logró que mucha gente recuperara la confianza en la política.
-Al margen del cine y el teatro, tenés un carrera con grandes éxitos en la televisión. ¿Te gusta trabajar en ese medio o lo hiciste empujado por las circunstancias?
-A mí me encanta la televisión. Suelo generar unos universos muy lindos con mis compañeros de actuación y con los técnicos, y entonces me lo pasó bárbaro. Disfruté todo lo que hice, sean telenovelas o unitarios. La televisión me permitió ser un artista popular e interpretar papeles con los que me divertí mucho, como los que me tocaron en Carola Casini -donde conocí a Pappo-, Soy gitano o Amas de casa desesperadas. Es un lugar donde tenés que estar bien afilado y muy atento para no caer en la fotocopia de la fotocopia de la fotocopia.
-Ya que nombraste a Pappo y en Ocho cartas para Julio hay música, hablemos un poco de tu relación con discos y canciones.
-Durante mi infancia en Perú escuché mucha música argentina. También me gustaba Santa Esmeralda, un grupo de música disco que hacía versiones de temas exitosos de la década del 60. Me encanta la música disco de mediados de los años 70. Y también las bandas sonoras de cine. Tengo una gran colección de soundtracks. Soy muy fan de la música de las películas de James Bond, aun cuando reconozco que el personaje es sexista, patriarcal y machista, y de las composiciones de John Barry. He sido muy seguidor de Tonolec, y por suerte la vida me juntó con La Charo, con la que convivo hoy. Seguí muy de cerca a La Portuaria, sobre todo en la época de Escenas de la vida amorosa, y la vida también me acercó a Diego Frenkel. Me gustan la música de Pappo y la explosión latina de Los Fabulosos Cadillacs. Y la aparición de Björk en los años 90 también significó mucho para mí. Tengo un gusto variado.
-Pronto se debería estrenar la serie sobre Maradona que produjo Amazon. Vos interpretás a un Diego adulto. ¿Cómo fue hacer ese papel?
-¡Tuve que aumentar veinte kilos! (risas). La verdad es que me fascinó estar en la piel de alguien que admiro muchísimo. Diego vivió un montón de circunstancias especiales a lo largo de su vida. Papeles como ese y el de Nito Basavilbazo en Ocho cartas para Julio son buenos ejercicios para que uno se revise como artista. Creo que las convicciones tienen que ir siempre de la mano con el tiempo que te toca vivir. Y tanto Maradona como Cortázar para mí representan eso.
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