Reconocido por sus unipersonales, el actor se luce en la comedia Exit, con Nancy Dupláa y Fernanda Metilli; su vuelta de España, su nueva etapa y por qué le dio un descanso a su galería de desopilantes personajes femeninos
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La posibilidad de una isla: es viernes a la noche y la avenida Corrientes explota de gente que viene y que va, entre espectáculos callejeros, vendedores ambulantes, filas en las pizzerías. La postal en el Multiteatro Comafi, a metros de la esquina con Talcahuano, no desentona: está desbordada de público. Desde su estreno en abril, Exit se convirtió en un éxito absoluto, en pleno corazón del teatro comercial, con seis funciones semanales. La obra parte de una trama espinosa: en el primer día de trabajo, la directora de Recursos Humanos de una empresa debe despedir a un empleado entre dos “candidatos” como requisito para seguir en su puesto. Pero la pieza teatral está planteada en un tono opuesto al de un drama. Escrita por el catalán Agustí Franch, se vuelve en una espiral de humor generada a tres puntas entre Nancy Dupláa, Juan Pablo Geretto y Fernanda Metilli. Dirigidos por Corina Fiorillo, se sacan chispas, se retroalimentan y se potencian en un torbellino de comicidad.
La actuación de Geretto es particularmente destacable. Después de los unipersonales en los que dio vida a deliciosas criaturas perfumadas -La Maestra Normal es quizás la más célebre de una galería de personajes entrañables, bizarros y feroces como Reina, La madre de la Chucky, La Nelly, Estrella-, luce su histrionismo y muestra un talento que va más allá de cualquier máscara.
A los pocos días de la función, en uno de sus ratos libres, todavía extenuado por el ritmo de trabajo, Juan Pablo conversa con LA NACION. Afirma que el secreto de la obra está en cómo se complementan los tres en escena: mientras que Nancy Dupláa proviene de la televisión, Fernanda Metilli lo hace del stand up y él se formó en el teatro. “Teníamos ganas de pasarla bien, esa fue una condición que le impusimos al productor. Trabajando con gente afín, todo es más fácil, nos divertimos nosotros también. A ser buen actor se aprende, a ser buena persona no”. Para Geretto –uno de los grandes artífices del humor desde hace dos décadas, en un circuito amplio que va desde el off teatral hasta la televisión abierta–, Exit significa bastante más que un paso hacia adelante. De algún modo, marca su regreso después de radicarse en la ciudad española de Valencia, sobre las costas del Mediterráneo, y de darle un largo descanso al teatro. Partió durante la pandemia, buscando nuevos horizontes en su vida. “Desde que era adolescente quise vivir en el exterior”, arranca. “Confieso que me dio culpa tomar la decisión de irme, pero más me iba a arrepentir si no lo hacía. Disfruté mucho la experiencia. Yo no extraño el teatro cuando no estoy en ningún proyecto. Me pude desarrollar en otras cosas y pensar cuándo quería volver si me daban ganas”.
–¿Qué otra actividad desarrollaste?
–Me dedique a la biomecánica, que es algo que hago desde hace 18 años. Es un interés paralelo que me sirve mucho cuando la profesión me agobia. Me meto en la anatomía y en el cuerpo, como una especie de suspensión en el tiempo, para trabajar en otra realidad que me interesa mucho.
–¿Qué es la biomecánica?
–El método se llama biomecánica aplicada al movimiento. Fue creado por una médica argentina que trabajó la fibra muscular para lograr flexibilidad en el cuerpo. Tuve un accidente hace muchos años y sabía que podía ser un problema a futuro. Así que me encontré con esta actividad de casualidad, me gustó mucho y me fui enganchando sin darme cuenta. Estudié mucho y soy profesor desde hace ocho años.
–¿Y cuándo decidiste volver al teatro?
–Cuando me propusieron participar en Exit no lo dudé. Incluso me sorprendió mi decisión tan veloz de regresar. Estoy muy contento, me gusta que la obra no pretenda nada más que hacer reír en clave Los tres chiflados. No busca dejar el gran mensaje.
Un universo femenino
La historia de trotamundos de Geretto viene desde chico: criado en el pueblo santafesino de Gálvez, pegó el salto a los 17 años: decidió irse a Rosario. Más tarde, haría lo mismo radicándose en Buenos Aires. Entre las escalas, estrenó unipersonales en los que asumió diferentes identidades femeninas que perduraron largas temporadas, con los cuales se ganó el reconocimiento popular. La primera bomba, Solo como una perra, estuvo 11 años en cartel. El espectáculo Como quien oye llover lo llevó por todo el país y le valió muchos premios. Yo amo a mi maestra normal se volvió un clásico. Estrella es, por ahora, el último eslabón de esta sinfonía de mujeres al borde de un ataque de nervios.
“Siempre fui transitando la profesión muy libremente y las cosas me fueron llevando. Nunca hice el esfuerzo de buscar nada. En todo caso, mi búsqueda fue que saliera bien lo que hacía. Eso se tradujo luego al público y a la boletería”.
–¿Cuándo empezaste en el transformismo?
–Nace con mi exploración de lo gay y en mi propia feminidad de cuando era chico y usaba los zapatos de mamá. También en la resistencia que opuso mi familia, porque la prohibición siempre fue un motor en mi vida. Así seguí de joven en los grupos de teatro, era una forma de sentirme más bello. En Rosario conocí a un grupo de transformistas, donde estaba “La correntina”. Ella fue una madre drag. Me insistió en que tenía algo para decir y me alentó a subir al escenario.
–¿En qué momento se volvió una profesión?
–Fue en Rosario. Con mis parlamentos, empecé a notar que la gente se reía. Tenía éxito y eso me generaba adrenalina. Me corrí del mundo gay. Empecé a actuar en un espacio chico y fui haciendo un entrenamiento fuerte porque tenía un público limitado y entonces había que cambiar constantemente e improvisar. Me mudé a otro lugar más grande, donde pude profundizar en personajes que luego se transformaron en obras.
–¿Cuál fue la inspiración para crear los personajes?
–Es una mezcla de cosas: recuerdos, investigación, curiosidad. En Rosario trabajé un tiempo como peluquero, era pésimo, pero me relacionaba muy bien con las clientas. La gente no va a la peluquería solamente a cortarse el pelo. Tengo una escucha atenta hacia el mundo femenino porque fue el que me interpeló durante la infancia y supongo que también por el vínculo con mi madre. Nací para agradarle a ella, no hay forma de que le hable a una madre y que no me quiera. Soy el yerno perfecto (se ríe).
–¿Quiénes fueron tus referentes?
–Tuve grandes maestras. En Rosario me marcó Chiqui González y en Buenos Aires la directora Alejandra Ciurlanti. Después encontré faros que fueron fundamentales: las creaciones de Niní Marshall son tan increíbles que hasta el día de hoy es difícil correrse de su sombra gigante. También fueron importantes Antonio Gasalla, Alejandro Urdapilleta y Hugo Arana, una persona amorosa y culta con quien tuve la suerte de trabajar.
–Participaste en programas muy populares de televisión de Marcelo Tinelli, Jorge Guinzburg y Nicolás Repetto. ¿Tuviste que plantarte en un medio que puede ser una trituradora?
–Con La maestra normal viví una situación que no me gustó y con la que aprendí a parar la pelota: cuando la interpretaba en la tele me salía lo más básico del humor, que es la ironía y el cinismo, y no quería que ella se convirtiera en una señora que criticara todo. Decidí no hacerla más en la pantalla, porque no fluye en tres minutos, aunque me sigan convocando, sobre todo para el Día del Maestro.
–¿Qué personaje te dio más placer interpretar?
–Quiero mucho a Ana María y el perro pekinés Apolo. Es el primer personaje que hice en Como quien oye llover. Me gusta porque es pacífico representarla, me divierto mucho. Ella incapacitó al perro para poder sostenerlo toda la vida. Es tierna y descarnada a la vez, todos estamos metidos en alguna locura.
–¿Cuál es el límite del humor?
–El punto es no ofender a nadie desde el escenario. No me metería nunca con enfermedades. Cuando uno crea es libre para hacerlo. El tema está en no herir por herir.
Cambiar de piel
Geretto explica que su carrera es fruto de las casualidades, se considera un actor afortunado y resalta que hoy no quiere sobrecargarse de trabajo ni de proyectos que no le interesan. “Con Exit es la primera vez que tomo la decisión de ser actor. Hay un pensamiento prejuicioso que sostiene que nosotros estamos en esto solo por el amor a la profesión. Y a veces actuás porque te fue bien y es difícil salir de esa dinámica”.
–¿Te cansaste de tus personajes?
–No es que me cansé, sino que llegó un momento en que no tenía ganas de estar solo en un escenario. Mi último unipersonal, Estrella, fue muy fuerte para mí. Soy un actor autodidacta, sin técnica, todo lo que tengo me lo dio el oficio, entonces me afectaba mucho lo que pasaba en escena.
–¿No te agobia la idea de que el público te siga pidiendo tus creaciones?
–Me las piden todo el tiempo, pero lo hacen con mucho amor. Se acercan chicos de 20 a 30 años, diciéndome que en mis unipersonales descubrieron una forma de hacer las cosas y de contar. Es muy conmovedor que eso suceda, me deja tranquilo. Pero son personajes, no personas, y puedo dejar de hacerlos. Algunos espectadores los extrañarán o en todo caso podrán ver a otro actor que haga algo parecido.
–¿Pero entonces ya los diste de baja?
–No los doy de baja, porque si hay algo que aprendí en los últimos años es a no creer en mi palabra. Estoy en un momento de ver qué pasa, porque ya tengo cierta tranquilidad que me permite transitar la vida sin ataduras. A mis 50 años gané cierta experiencia, que espero que sea sabiduría y no inconsciencia, o a lo mejor la inconsciencia es parte de la sabiduría. Como sea, yo solo quiero pasarla lo mejor posible.
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