Estaba estudiando Relaciones Públicas cuando sintió que no era lo suyo y decidió dedicarse a la actuación; ahora se luce en la escena independiente
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Juan Manuel Artaza estaba estudiando Relaciones públicas cuando sintió que no era feliz con lo que hacía y se animó a tomar clases de teatro. Sabía que su papá, Nito, prefería que no siguiera sus pasos, por la inestabilidad del trabajo del actor. Sin embargo, sus deseos fueron más fuertes y siguió su instinto. Hace once años que se gana la vida como actor aunque, a veces, tiene trabajos extras. De su presente, sus sueños y sus proyectos conversa el joven Artaza con LA NACION.
Todos los domingos, a las 20, se sube al escenario de El Portón de Sánchez para protagonizar Pareidolia, la forma de los sueños, con dirección y dramaturgia de Javier Naudeau, la tutoría de Javier Daulte y junto a Heidi Fauth, Juan Cottet, Violeta Postilski y Claudio Amato. “Pareidolia es cuando ves formas en las nubes, o en una mancha en la pared. Una vez que sabés qué es, te acordás fácilmente del nombre y aprendiste algo nuevo”, comienza Juan Manuel Artaza. “Pareidolia, la forma de los sueños se trata de las desilusiones detrás de los sueños que tiene mi personaje, Willy. Nos gusta decir que es una comedia de desilusiones. De alguna manera, todos los personajes se preguntan cuáles son esos sueños, por qué nacen, y por qué se deshacen. Es una contradicción constante y por eso mismo, muy atractiva. Se van a reír y se van a amargar un poco también. Es una obra bella y estoy muy entusiasmado”.
–¿Qué pensaste cuando te convocaron para hacer esta obra tan poética?
–Me encantó. Conocí a Heidi hace unos años en un curso de Javier Daulte y hace unos meses me llamó para trabajar. Cuando nos reunimos con Javier Naudeau, me dijo que el personaje era para mí y acá estoy, poniéndole todo el corazón a esta obra. Y por eso puedo disfrutarla tanto hoy.
–¿Te acordas del día en que decidiste ser actor?
–Tengo muy fresco el momento en que decidí ser actor porque arranqué de grande, a los 22 años. Estaba estudiando Relaciones Públicas, y me recibí porque mi papá quería que hagamos una carrera universitaria y no teatro. También mi hermana Sabrina dejó periodismo para hacer teatro. Un día fui sincero conmigo mismo y me dije: ‘No soy feliz con lo que estoy haciendo’. Entonces empecé a explorar, fui a una clase de teatro en el estudio de Julio Cháves y enseguida me di cuenta que algo me estaba pasando; y a la tercera clase pensé ‘yo quiero ser actor’. Otro día fui a ver La mujer puerca, con Valeria Lois y dije: ‘Quiero ser ese tipo de actor’. Y nunca más volví a tener ninguna duda con lo que quería hacer de mi vida. Eso quedó resuelto para siempre.
–¿Por qué Nito no quería que sus hijos fueran actores?
–Le gusta decir que siempre tuvo mucha suerte y una de sus frases de cabecera que nos repite es “no sigan las frustraciones de sus padres”. Él creyó que venía por ahí, cuando en realidad se dio de manera natural tanto para mi hermana como para mí. La actuación nos llamaba. Cuando me tocó trabajar con mi viejo, me di cuenta que había mamado el teatro a través suyo y que había algo que había visto desde muy chico.
–Les transmitió el amor por su profesión sin querer…
–Totalmente. Estoy convencido de que así fue.
–¿Cómo fue compartir el escenario con tu papá en La jaula de las locas?
–Difícil porque los dos venimos de ritmos, de tipos de teatro y de ámbitos diferentes: él de la comedia y la revista y yo del teatro independiente. Y recuerdo que le decía: “papá, ensayemos”. Y él contestaba “dejate de joder”. Y quería hacer reír todo el tiempo. Yo insistía: “papá actuemos, la gente te presta atención igual”. Y él decía: “acá nadie se ríe”. Fue un ida y vuelta lindo y esas cosas sumaban: yo lo hacía actuar y él me hacia reír. Chocamos bastante pero también me sucedió que lo veía en el escenario y sentía que siempre había actuado con él, que no era la primera vez. Y un día hice un clic: estábamos, a punto de salir a escena los dos y me dije: “esto no tiene precio, yo me voy a acordar toda mi vida de éstas más de doscientas funciones a sala llena, de la gira, de calle Corrientes, de la temporada en Mar del Plata. Pase lo que pase, esto va a quedar en mi memoria y no tiene precio”.
–Pudiste darte cuenta que era un regalo.
–Exactamente. Trabajar con mi papá fue un regalo.
–¿Y qué dice Nito ahora sobre tu trabajo?
–Le gusta mucho verme hacer cosas diferentes. Es todo un desafío para él que yo haga otro tipo de teatro. Es muy gracioso porque mi papá es muy del teatro comercial y cuando terminó la obra y salimos a saludar, él aplaudía a rabiar y en el teatro independiente es diferente. Esa discordancia se da todo el tiempo. Está contento porque, sobre todo, me ve feliz a mí.
–¿Y trabajaste en relaciones públicas?
–Hace unos años me fui un tiempo a vivir a Barcelona y trabajé como guía turístico, y cuando volví hice lo mismo acá: hago tours guiados por la ciudad de Buenos Aires, especialmente por San Telmo, y cuento su historia. Eso me permite vivir más suelto. Trabajo para una compañía, pero el tour lo armo yo. En pandemia me quedé sin las dos posibilidades de trabajo porque las dos actividades se cortaron. De todas maneras, hoy estoy con la llama muy puesta en la actuación.
–¿Te fuiste a Barcelona buscando otras oportunidades?
–Estuve un año y tres meses en Barcelona y cuando volví tenía la idea de viajar nuevamente pero mi papá me propuso hacer La jaula de las locas y me quedé. Pensamos que iba a ser una temporada de tres meses, pero nos fue tan bien que duró un año y medio. Para entonces ya sabía qué quería en mi vida y que en algún momento iba a encender la llama para poder vivir de esto, porque confío mucho en mi actor. En aquel momento, hace unos cuatro años, pensaba ir a cuidar elefantes a Tailandia. Ese era el plan, buscar un voluntariado en algún lugar del mundo. Pero surgió la posibilidad de hacer teatro con mi papá, yo estaba muy cebado con el tema musicales y me quedé.
–¿Querías cuidar elefantes en Tailandia? Exótico...
–Me había inscripto en una red para hacer un voluntariado y hasta pagué una membresía. Estaba buscando un lugar donde pudiera cuidar elefantes, no conozco todavía el sudeste asiático y quería ir. Sabía que había voluntariados de ese tipo e investigué.
–¿Es un plan pendiente?
–Es lo que quería hacer en aquel momento. Hoy ya no sé porque estoy con la llama puesta en la actuación, seguir en Buenos Aires y trabajar. Quedará como una anécdota. Y en algún momento me iré a Tailandia, pero de vacaciones. Las cosas cambiaron y voy surfeando la ola como viene.
–¿Tenés proyectos?
–En noviembre y diciembre voy a hacer una obra en el Cultural San Martin y eso me emociona mucho, porque es un espacio espectacular que tiene nuestra ciudad. Hay proyectos para hacer Microteatro también, pero ahora toda mi energía está puesta en Paraidolia.
–Muchos actores, productores y directores te vieron crecer. A la hora de buscar trabajo, ¿suma que seas hijo de Nito?
–Tengo mis dudas, en ese sentido. Es una contradicción porque me relacionan más con la revista y es un género en el que no tengo experiencia. Me interesa el teatro independiente, de texto, y lo audiovisual, y a veces cuesta que los otros lo entiendan. Relacionan el apellido con la comedia y no está mal porque mi viejo es de los mejores haciendo lo que hace y, quizás, al mejor actor dramático no le sale contar chistes y hacer reír sobre un escenario. A veces hay prejuicios y siento que hay un poco de resistencia, pero es un desafío. O tal vez sea algo que está en mi cabeza y tengo que combatir. Desde el primer día elegí qué tipo de actor quiero ser y voy a seguir por ese camino. Ni siquiera intenté usar mi apellido para pedir trabajo, ni para entrar a un boliche. Cuando apenas empecé me decían que le pidiera a mi papá que hablara con Adrián Suar o con tal o cual, pero yo no sentía que era el actor que soy hoy; era muy nuevito. Elegí el camino de convertirme en el mejor actor que pueda ser y eso me va a llevar a donde tenga que ir, y confío. Quizás haya un camino más corto y éste me tome más tiempo, pero confió en mis decisiones.
Para agendar
Paraidolia la forma de los sueños. Domingos, a las 20, en El Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034.
Agradecimientos: MB Salón y Teatro Premier
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